...Mientras tanto, con la imaginación volvamos a la situación de Berni; sabemos que se dejó caer en el duro suelo esperando lo peor y ahí estaba sin poder reaccionar...sin apenas moverse cuando pasó cerca de él un matrimonio como tantos otros. Iba la pareja bien arreglada, regalando un grato olor a colonia que a Berni le hizo despertar y recordar tiempo mejores, cuando a Pablito su madre le lavaba, le peinaba y le salpicaba con aquella colonia que olía tan bien.
Este matrimonio llevaba con ellos a su hija que tenía una cara muy guapa, era morena y vivaracha...a la niña le llamó la atención el perro que, aunque sucio empulgado, mantenía un brillo soñador en aquellos ojos que parecían hablar; en el mismo momento en que la niña miró a Berni, este se incorporó como diciendo: "Aquí me tienes princesa, para hacerte la vida más grata y quererte siempre".
Esta vez tuvo suerte, su mensaje corporal fue entendido, la clave seductora dio resultado y la figura simpática de Berni junto con su mirada radiante, encendió la chispa generosa de aquella niña, decidiendo en ese mismo momento adoptarlo. Inmediatamente rogó a su padre que la dejaran hacerse cargo de ese perrito que le había ganado el corazón al verle tan solo y desamparado.
La madre también se había fijado en él y pensó que bien lavado, peinado y con un collar vistoso, sería el regalo ideal y un buen compañero para su hija, hija que nunca pedía caprichos tontos y menos tratándose de un ser vivo.
¡¡¡Y tan vivo!!!
¡¡Qué suerte!!
Berni meneaba fuertemente el rabo, su instinto animal intuía que aquella niña era cariñosa y le llevaría a buena casa, con comida segura, agua y calor. Berni no sabía qué hacer para mostrar su agradecimiento; el padre estaba observando la escena y con un "¡¡Vamos perrito a casa...!!" zanjó el asunto y despejó todas las dudas.
Habían pasado casi cinco meses desde aquel feliz acontecimiento, Berni había crecido y se había hecho un perro elegante y distinguido, manteniendo ese aire de adolescente con una ligera mueca de tristeza; sus colores no habían cambiado y su aire aristocrático se mantenía intacto. Cada día que pasaba, la felicidad de Berni iba en aumento, le daban todos los caprichos que él demandaba, le querían con delirio, vivía en una linda caseta rematada con un letrero en el que se leía ‘Lulo' y siempre tenía un hueso fresco que roer y más de mil historias que soñar.
¡¡Era un lujo su existencia!!