Arquitecto Java, consultor SAP, programador blockchain, community manager, especialista en ciberseguridad, analista de Big Data, influencer...cada vez pasamos más tiempo "conectados" a aparatos y cada vez más oficios atienden las necesidades de esta sociedad digital que estamos construyendo. Para alguien poco "manitas" como yo, la digitalización de nuestra vida es toda una suerte pues me permite trabajar en remoto y no tener que depender de mis (escasas) destrezas manuales.
Y, sin embargo, por muchas horas que pasemos frente a pantallas en mundos virtuales, teleconferencias o relacionándonos a través de avatares y redes sociales, seguimos siendo seres de carne y hueso que comen, duermen, se visten, se lavan y se desgastan. Pese a toda nuestra modernidad, nuestros átomos los tenemos que seguir moviendo de un lado a otro, subirlos, bajarlos y desplazarlos (aún) "a pata". Hasta que los chinos (o los americanos) inventen la máquina de teletransportación, nos seguiremos viendo obligados a andar. Y, mientras andemos, necesitaremos de zapatos.
Ni siquiera los gurús de Silicon Valley levitan a medio metro del suelo: caminan y usan zapatos. Eso lo sabe bien Warren Buffet, el mejor inversor de la historia, conocido por emplear el "sentido común" como principal elemento de decisión en sus inversiones. Es famosa una cita suya, tras invertir en la marca de maquinillas de afeitar Gillette: "es agradable irse a dormir cada noche sabiendo que a 2.500 millones de hombres en el mundo entero les está creciendo la barba y tendrán que afeitarse por la mañana". Con los zapatos y con las cerraduras pasa lo mismo.
En el corazón de Reinosa, en el callejón de Emilio Herrero, está "Don Zapato", un taller de zapatería y cerrajería de toda la vida, de cuando en Reinosa -como en todas las ciudades del mundo- sobrevivían aún múltiples oficios semiartesanales como el de afilador, modista, lechero, carbonero o herrero. "Don Zapato" tiene nombre de pila y se llama Carlos. Recuerdo perfectamente el olor a cuero y pegamento de la tienda cuando, ya de niño, yo acompañaba allí a mi madre a arreglar un tacón, una suela o algún bolso. Siempre me llamaron la atención sus máquinas, la multitud de accesorios de calzado que guardaba en sus armarios para atender prácticamente cualquier tipo de avería y los miles de modelos de llaves que tenía expuestos. Aquel taller era un lugar curioso y lleno de secretos.
Hace poco fui, tras dos décadas sin pisar la tienda, a que Carlos me arreglara una bolsa de viaje con muchos kilómetros a la espalda, que me ha acompañado por toda Asia en la última década. Me sorprendió, en primer lugar, su mucha energía y su aspecto. Pasados ya los 60, Carlos mantenía el mismo aspecto que yo recordaba, su mirada era la misma que 30 años atrás y el pelo aún recio (ahora, encanecido). Faltaban apenas un par de días para el final del año y nos pusimos a hablar (de ese modo bienintencionado en que se habla y se intercambian impresiones en los últimos días de cada año). Entonces, Carlos me contó que, a las puertas de jubilarse, quiere traspasar el negocio que le ha dado de comer a él y a su familia durante tres décadas. "Un negocio que funciona bien y que, con un poco de habilidad, paciencia y trabajo, puede permitir a una pareja ganar el doble de lo que ganarían por cuenta ajena en una fábrica de la comarca", me explicó.
Le expliqué que yo no soy capaz ni de montar un mueble de IKEA y que me moriría de hambre arreglando zapatos o haciendo llaves, pero prometí darle una vuelta al asunto y ver qué se me ocurría para ayudarle. Nos felicitamos las fiestas y aquí estoy, tres semanas después, escribiendo estas líneas y pensando en aquellas profesiones imprescindibles que dejaron de serlo con el desarrollismo, la globalización y el consumismo del "usar y tirar".
Precisamente, pensando en lo mucho que han cambiado las cosas en apenas tres décadas, me he dado cuenta de que hay otras muchas que no han cambiado apenas (ni probablemente cambien nunca): seguiremos necesitando que nos arreglen zapatos, elementos de cuero o bolsas de viaje...Y, lo que es más importante: seguiremos guardando con cerradura aquellas cosas físicas que tiene importancia y valor para nosotros. Seguiremos necesitando llaves y, por tanto, cerrajeros. Son, ambas, actividades profesionales necesarias que prestan un buen servicio a la comunidad y que resisten bien el paso del tiempo. A eso se dedica Carlos.
Mientras calcemos zapatos (del tipo que sean), estos se seguirán rompiendo y saldrá, a menudo, más a cuenta arreglarlos que tirarlos a la basura o cambiarlos por otros. Asimismo, mientras sigan existiendo los candados, las cerraduras y los cerrojos (del tipo que sean), seguiremos empleando llaves que se nos olvidarán "dentro" (cuando nosotros ya estemos "fuera"), que se perderán, extraviarán, oxidarán o romperán.
En una comarca como la nuestra que padece un problema de progresiva despoblación y donde, a menudo, hay que emigrar para encontrar trabajo, aquí hay una oportunidad de autoempleo. La profesión de cerrajero, como la de zapatero, tiene futuro para quien quiera convertirse en su propio jefe y, tras aprender los secretos del oficio, depender de sí mismo, de su habilidad comercial y de su destreza abriendo puertas y remendando zapatos.
Por mucho que los chinos (u otras naciones asiáticas) abaraten el precio del calzado, seguiremos necesitando de zapateros que recompongan y arreglen aquellas piezas que más nos gustan y con las que nos encontramos más cómodos. De igual manera, por mucho que codifiquemos nuestros accesos a través de contraseñas, huellas digitales o lecturas faciales, seguiremos confiando a una llave y a un buen cerrojo la custodia de aquellas cosas hechas de átomos que más valor tienen para nosotros: unas joyas de la abuela, las cartas de un tío en América, una reliquia incorrupta de San Eleuterio, un secreto inconfesable o un lingote de oro (para quien lo tenga). Estoy convencido de que Elon Musk también guarda bajo llave algo y que calza un par de zapatos hechos a medida que le gustará reparar, el día en que se les despegue una suela.
Carlos, de La Serna de Iguña, se vino a Campoo hace más de 30 años a abrir puertas y reparar zapatos. Lleva tres décadas ganándose bien la vida así. A quien quiera trabajar en Reinosa recogiendo el relevo de su clientela y de un noble oficio que no pasa de moda, él le enseña gratis. Ahora o nunca.