Lo repito, a mí lo que me pide el cuerpo es quedarme en casa viendo el Sálvame de todos los colores. Pero ahí está, tan dispuesta ella; mi compañera de color siempre deseando sacarme de casa. Ha engordado y ya está casi en los 7 kilos. ¿Para qué tanto? Si, total, como mucho vamos a deambular un par meses. Me da en la nariz que este año echo la hiel acarreándola. No sé yo cómo va a acabar lo nuestro.
Quizá no te suene el nombre de la persona a quien está dedicado el discreto monolito metálico que se yergue en la acera de la calle Zimmerstrasse de Berlín, pero ¿Y si te "amenazo" la siesta entonando una canción de Nino Bravo?
"Tiene casi veinte años y ya está
cansado de soñar,
pero tras la cementera está su hogar,
su mundo, su ciudad.
Piensa que la alambrada sólo es
un trozo de metal,
algo que nunca puede detener
sus ansias de volar." (Libre)
El desdichado valenciano nos habla de Peter Fechter, que en 1962, a sus 18 años, fue la primera víctima mortal al tratar de atravesar el "muro de la vergüenza", el cual, si atendemos a la justificación que se dio en la RDA, se construyó para frenar la avalancha de alemanes occidentales que llegaban a Berlín Este. Cágate, lorito.
Tuvo la desgracia de que, tras recibir los disparos de los guardias fronterizos fue a caer en tierra de nadie, con lo cual, aunque mucha gente de ambos bandos le vio desangrarse durante 50 minutos, pues el sonido de los disparos atrajo a multitud de curiosos, incluidos reporteros, nadie se atrevió a acercarse.
Ojo, no juzguemos a la ligera. Unos días antes soldados americanos habían disparado a un contraparte oriental que se había introducido en esa "zona prohibida". Finalmente fue un miembro del ejército de la República Democrática el que se armó de valor y acercándose lo llevó en volandas, aunque ya nada se pudo hacer.
El calor en Berlín es más propio del averno que de una ciudad del norte de Europa. 40º veo en un termómetro. Otro helado. Otra Cocacola.
Emprendía yo el viaje junto con la negra, con el desasosiego propio de quien abandona su hogar consciente de que en el equipaje no había tenido cabida uno de los puntales de mi existencia. Me entenderéis perfectamente, pues estoy convencido de que todos, al igual que yo, cuando vais a pasar algún día fuera de casa os sentiréis desprotegidos al pensar "¿Y a dónde voy yo sin mi manta eléctrica? Que Dios me coja confesado".
A las 4 de la madrugada, después de dar mil vueltas empapado en sudor, se me ocurrió pensar si ese ingenio vertical cuyo interior albergaba un rotor giratorio que, dicho sea de paso, al entrar en la habitación me pareció de mal gusto -algo así como nombrar la horca en casa del ahorcado-, no tendría alguna utilidad en una situación como aquella. Aunque os pueda parecer inconcebible, ¡La tenía!. Se llama ventilador y hay situaciones en las que, por extraño que nos parezca, es útil. Flipante.
Sí, ya sé que es julio, pero yo me he traído las botonas, los calcetines gordos, los pololos, la camiseta térmica y el "plumas". ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Por otro lado, ya que aparece en la foto en un segundo plano, pues los artistas callejeros ocupan el merecido lugar protagonista, aprovecho a deciros que la cuádriga que corona la Puerta de Brandemburgo, siendo de bronce, ha recorrido muchas más leguas que sus predecesoras romanas en el circo. Y es que, en 1806, tras la batalla de Jena que tuvo lugar entre franceses y prusianos, Napoleón se la llevó a París como trofeo de guerra. Sin embargo, los días de gloria del corso con micropene (dato tomado de Nieves Concostrina. Eso va a misa mayor) estaban llegando a su fin, así que pronto estuvo de vuelta en la capital germánica.
Aunque una siesta a la sombra de un plátano en Tiegarten es un aristocrático e incomparable placer, Berlín no es mi ciudad favorita. Tres días y al aeropuerto.
Viena. Palacio imperial
«A los idealismos franceses sin significado: Libertad, Igualdad y Fraternidad, les oponemos las tres realidades alemanas: Infantería, Caballería y Artillería». (Von Bülow, canciller del Imperio Alemán entre 1900 y 1909. Toma ya)
Con próceres de este pelaje, a nadie puede sorprender la feracidad del país teutón a la hora de engendrar hijos -de Prusia- a lo largo del pasado siglo.
No, Alemania no es mi país favorito y no me extraña que los austriacos a la menor oportunidad manifiesten que hablar el mismo idioma no les convierte en alemanes. Es más, les gusta hacerse llamar "los mejicanos de Europa". No es casualidad que hayan optado por un hermanamiento con el país norteamericano, cuya bandera sigue ondeando en alguno de los edificios más representativos pues, no en vano, durante parte del siglo XIX, Maximiliano de Habsburgo fue emperador del país azteca, como obsequio de su primo Napoleón III Bonaparte que lo había invadido en 1861. Sí, aquí me siento mucho más cómodo.
Viena, siendo la capital de un país que no llega a los 9 millones de habitantes, tiene una densidad monumental que para sí quisieran la mayor parte de las grandes urbes de nuestro tiempo. Si nos ponemos las gafas de hace 100, 200 o 300 años lo entenderemos mejor y es que, hasta hace justo una centuria fue la capital de un imperio que en el momento de su disolución tenía más población que Francia, Italia o Reino Unido.
Pero vamos a lo importante. Aquí lo que queda claro es que Hércules era un "pringao". Eso o que estaba casado. Doce trabajos nada menos que le encargaron al pobre diablo y, siendo griego, de antes o de ahora, un estajanovista seguro que no era.
Viena es una ciudad agradable y Austria es un país que me apasiona, pero ardo de en deseos de comenzar a viajar. Basta de turisteo. De este modo, tras un par de días, emprendo de nuevo el camino del aeropuerto. Esta vez el vuelo será más largo.