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De letras y otros retales

Versículos de amor

La pareja del segundo izquierda se quedó mirando perpleja tras el estruendo que provocó el portazo que su padre había dado tras su salida de la casa familiar. Aquellos dos cincuentones, que refugiaban su amor entre las paredes del edificio destartalado de ladrillos caravista, no estaban acostumbrados a ver (ni mucho menos oír) al matrimonio discutir con su único hijo: el predilecto, "el ojito derecho de mamá", el buen estudiante, el que llegaba al portal del último edificio del barrio, durante sus sábados adolescentes, una hora antes del toque de queda, con las zapatillas en la mano para no hacer ruido y sin una sola gota de alcohol en su sangre para no preocupar a su abuela.

Él no estaba acostumbrado a llevar la contraria a sus progenitores, ni a ellos ni a ninguna persona que pudiera levantar un par de decibelios el tono, considerado normal, al iniciar cualquier tipo de disputa que le pusiera en el aprieto de tener que pronunciar un no por respuesta antes que la callada.

Pero aquel día había llegado, y junto a la sorpresa de sus vecinos se unió la valentía, que no sabía con exactitud en que resquicio de su mente había encontrado, para soltar sin tapujos su versículo de amor más importante: "Voy a declararme, y no me lo vais a impedir".

El amor lo había encontrado y él no podía más que seguir los dictámenes de su corazón y abrir el mismo a lo que siempre había rechazado por el qué dirán y la imposición de un padre machista y misógino que había anclado su culo al sofá de escay marrón, durante los fines de semana de los últimos veinte años, para devorar los partidos televisados y el programa cutre en el que se hablaba en exceso del cómo ser un buen hombre, de bien y provecho, pero poco del cómo cuidar a la familia.

No lo pensó más y se dirigió, con paso firme y decidido, a declarar sus honestas intenciones. Recordó la última discusión, el último (pero no primer) no, la huida desesperada hacia delante y que el amor es aquello que "todo lo cura y da cobijo en la tempestad". No le importaba la edad, ni perder a sus padres por el camino, no quería conocer otro amor más puro que el que ya había descubierto, años atrás, en el patio del colegio privado al que le habían sujeto durante algo más de una década.

Un paso tras otro, omnia vincit amor: sus padres querían un nieto y él sólo quería unir su vida a Dios.

(Ilustración: Dorka Grabriela Blanco Valdés. Pintora amateur campurriana. Estudiante 2º ESO).