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Opinión

El valor del paisaje

El valor del paisaje

Vista desde el mirador de La Joyanca.

"El nuevo valor añadido del paisaje no es extractivo, sino estético. Su deterioro no es una cuestión sentimental, es algo muy concreto: pérdida de riqueza aquí y, a veces, ganancia para otros, quién sabe dónde"

Andan los vientos revueltos a propósito del paisaje. Y nunca mejor dicho, porque es el viento y su aprovechamiento para producir electricidad un asunto que genera inquietud y controversia por muchos motivos.

En nuestra comarca, como en muchas, el medio natural, soporte del paisaje, fue considerado un medio de subsistencia, un suministrador de recursos para una sociedad cuya supervivencia dependía de la agricultura y la ganadería fundamentalmente. Las actividades económicas buscaban el mejor aprovechamiento de esos recursos y, en consecuencia, de su imprescindible disponibilidad derivaba también la obligación de conservarlo. Si se talaba en exceso el monte, se acababa el combustible o la madera; si se sobreexplotaban los pastos, se moría el ganado. De ahí las minuciosas ordenanzas que fijaban los límites para el aprovechamiento de estos recursos, ordenanzas que velaban también por un reparto equitativo, de manera que se evitasen, hasta donde fuera posible, los abusos y las disputas. Los numerosos pleitos dan a entender que el asunto nunca se resolvió a gusto de todos.

El componente humano aportó modificaciones significativas, pero limitadas en función de la capacidad tecnológica disponible. El primer impacto resulta evidente en forma de cultivos, roturaciones, cerramientos, caminos, canalizaciones... El otro gran efecto humanizador del paisaje es el poblamiento, con sus construcciones adaptadas al medio y a las actividades económicas. Es muy probable que las alteraciones menos afortunadas hayan venido, precisamente, por el lado del poblamiento. Curiosamente, aquello que nos puede parecer un paisaje natural muy bien conservado, es, muchas veces, el resultado de la acción humana. Quien se deleite contemplando hoy los pastos de montaña, las brañas y los seles, debe entender que ese paisaje está reconstruido por el hombre, es fruto de siglos de aprovechamiento ganadero y forestal. Pero un aprovechamiento equilibrado, no irremediablemente destructivo.

Las nuevas fuentes de riqueza derivadas del comercio y la industria, los nuevos modelos económicos agrarios, basados en la mecanización y la especialización, tuvieron un doble impacto: por un lado, detrajeron población y modificaron hábitos de vida; por otro, transformaron nuestros paisajes agrarios, quitando peso a la agricultura, desaparecida en muchas zonas, y convirtiendo a la ganadería en un "monocultivo". La mejora de las comunicaciones y los medios de transporte terminaron por completar un cuadro de transformaciones realmente amplio y profundo. Sin embargo, más allá de casos puntuales (minería, reforestaciones, estación de esquí, etc.) el paisaje natural no sufrió alteraciones muy profundas. Habría que hacer una salvedad obvia: el embalse del Ebro, que, sin duda, ha supuesto el mayor cambio ambiental y drama humano de estas comarcas, aunque hoy, curiosamente, se ha convertido en un elemento casi natural de nuestro paisaje.

El componente novedoso, la nueva riqueza generada por el paisaje, tiene que ver con otro motor económico, mucho más reciente: el turismo. Esta fuente de riqueza, actual y futura, se suele presentar como la gran esperanza, el alivio de la crisis industrial y agraria, unos de los pilares para frenar el despoblamiento, la generadora de empleo... No hay plan estratégico de dinamización rural que no lo coloque como tal. Y aquí es donde el paisaje, tanto natural como humanizado, junto con el patrimonio monumental, adquiere un nuevo valor, porque de su calidad y conservación depende el atractivo económico. Y aquí también entra en juego la preocupación a la que aludíamos en el comienzo. Las grandes concentraciones de torres eólicas son como puñales clavados en las montañas, heridas abiertas por las que se desangra el preciado reclamo/recurso. Quienes tienen responsabilidad en esto deberían ser sumamente cuidadosos y hacer un serio ejercicio de sentido común, equidad y honestidad, si es posible. Lo que nos acabarán imponiendo suena, como en muchos aspectos de la vida, a sospechoso interés: aquí sí pero allí no, faltaría más. Luego vendrán sesudas razones técnicas para avalarlo. Ya se han explicado muy bien, en este medio y en otros, cómo se manejan estos asuntos.

Poco a poco ha ido calando en nosotros que este paisaje es un bien inestimable. Cada vez tenemos más preocupación por preservar lo que queda, nos gusta sabernos parte de él, que no haya intervenciones destructivas y descabelladas, sino todo lo contrario. El nuevo valor añadido del paisaje no es extractivo, sino estético. Su deterioro no es una cuestión sentimental, es algo muy concreto: pérdida de riqueza aquí y, a veces, ganancia para otros, quién sabe dónde.