Muchos son los pueblos, aldeas y lugares que están en vías de extinción en estos valles. Muy probablemente muchos de ellos desaparecerán más pronto que tarde. A otros muchos les queda literalmente un hilo de vida, es decir, la misma que les reste a sus avejentados moradores. En algunas de esas poblaciones ni tan siquiera existen habitantes interruptus de fin de semana, que prolonguen el desenlace final.
Y la pregunta sería: ¿Y? ¿Cuál es el drama de su desaparición? Efectivamente, diremos que se pierde historia, tradición, parte de la memoria de nuestros antepasados, los prados, campos y tierras donde se sudó, sangró y luchó con la espada y el arado. ¿Pero y si ese lugar ya no responde a los deseos o necesidades de sus gentes? La novedad reside en el contradictorio sentimiento que nos produce el asunto. En caliente la cuestión nos parece un verdadero drama, analizándolo más en frío, tal vez sencillamente nos situemos ante el resultado del devenir de un estilo de vida o de una sociedad en constante cambio.
También las ciudades desaparecen o las lenguas enmudecen. El paso del tiempo es lo que tiene. Es inexorable. Si les digo que tal vez Nueva York o el idioma francés dentro de algún que otro siglo podría ser tan solo un lugar para la arqueología, el primero o un objeto de estudio de lingüistas con poco futuro y menos presupuesto, el segundo, me tacharán de catastrofista o seguramente de ingenuo ignorante. Y podría ser que lo fuera.
¿Aunque qué me dicen de ciudades como Tikal o Persépolis? Tal vez les sugerirán poco a muchos. La primera, un enorme complejo del imperio maya que perduró a lo largo de setecientos años y poco a poco fue engullida por la jungla. La segunda, la todopoderosa capital del imperio persa, una inmensa metrópolis, actualmente ruinas y polvo. Troya, Memphis, Machu Pichu... la lista sería interminable. Así que, imagínense lo que habrá acontecido al sinnúmero de pueblos semejantes a nuestro pequeño mundo ribereño del Iber.
¿Y los idiomas? Lenguas antes dominantes, que ahora tan solo son objeto de curiosidad lingüística. El egipcio clásico, el latín o el griego, en su momento culmen de la cultura, del comercio y de la literatura, están en horas bajas.
Los pueblos nacen y mueren, las lenguas evolucionan, se transforman y en ocasiones desaparecen. Pero como todo, nos resistimos a ello, aunque si un pueblo desaparece es porque sus gentes, sus habitantes, ya no desean o pueden vivir en él. Las circunstancias podrán ser infinitas, pero el hecho es evidente.
En no pocas ocasiones nos empecinamos en que sigan vivas tradiciones, lenguas o ideas que languidecen y mueren por falta de interés. Si en alguna que otra etapa de la vida cambian las tornas, el pueblo se repoblará, revivirá, o se reconstruirá.
Solemos aferrarnos a un clavo ardiendo intentando mantener lo que ya no interesa a casi nadie, deseamos preservar una foto fija fosilizada, que permanece en la memoria colectiva, pero no en la realidad cotidiana.
Con todo, seguiré siendo un vecino intermitente de nuestros valles, no solo para evitar su extinción, sino para disfrutar de sus sendas, veredas, piedras, arroyos y montañas en un ejercicio de disfrute de verdadero lujo al alcance de unos pocos. Veremos.