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Del tiempo y los días

Señas de identidad: los parques de Reinosa

Señas de identidad: los parques de Reinosa

Daniel Guerra de Viana no invita a recordar lo que fueron nuestros parques y lo que son ahora. Lugares tan vividos como Cupido, Las Fuentes, Campo Colorado, el 'Campo de los Vagos' o Santa Ana

Los parques son en las ciudades una marca profunda en su cartografía sentimental. Toda ciudad tiene sus jardines, sus lugares de recreo y su mitología.

De pequeños siempre jugábamos en los parques, un poco más adelante, en la adolescencia, fueron nuestro refugio frente a los adultos y el lugar de los primeros amores. Nos acordamos de ellos porque son nuestro pasado feliz, el refugio frente a la madurez y forman parte de nuestra identidad. En Reinosa siempre se ha paseado, jugado y sentado a la sombra de los árboles que configuran con su umbría nuestro singular recuerdo de aquellos años, en los que ir a Cupido era sinónimo de encuentro con los amigos, era el lugar de las pandillas y para los ancianos de tranquilidad y relax, albergados en los respaldos de los bancos exteriores del paseo. Existía un cierto ritual entre los asiduos, quizá sentarse en los bancos que rodeaban las dos fuentes y la estatua de Casimiro o pasear entre sus calles diseñadas desde la escultura del pintor hacia ambos lados del parque, o tal vez esconderse de los adultos en la zona más alejada de la calle principal.

Cupido es uno de esos extremos verdes que tiene la ciudad, es el gran espacio que se urbanizó para solaz y recreo de la burguesía de finales del siglo XIX. Cupido es el parque por excelencia, pero...

Ahora paseamos por la orilla del Ebro y nos acercamos a un parque más "asalvajado" más cercano a los barrios y al núcleo original de nuestra ciudad, pero también otro de nuestros límites verdes urbanos: el Campo Colorao, para el que esto escribe es el que más le recuerda su niñez, un parque grande, un parque de obreros y jugadores de bolos. El Campo Colorao fue también el espacio de los adolescentes furtivos, muchos jóvenes buscaban la oscuridad del lavadero y la orilla del río en sus citas amorosas o para fumar sus primeros cigarros amparados por la ausencia de farolas. Un campo surcado por el Ebro y el río de Las Fuentes que daba paso a la Barcenilla y a continuación al paseo de Vista Alegre que ya menciona Julio G. de la Puente como un lugar con frondosos árboles y hermosas vistas a la extensa vega. Poco después ese lugar perdería su belleza rural, con sonido de campanos y ganado pastando tranquilamente en los campos, al levantarse las grandes naves de la Naval que iniciaron su decadencia, lenta pero inexorable, hasta convertirse, simplemente, en el camino a Requejo, siempre siguiendo al Ebro, en especial un paseo mítico en las tardes y noches de verbenas y ferias de San Pedro.

Cruzando hasta otro de los extremos de Reinosa, nos encontramos en el parque de Las Fuentes, el lugar favorito de los reinosanos en una época tan lejana como 1765, año en el que ya se le describe como un sitio ameno y agradable por la sombra que aportan los elevados árboles y el frescor de las fuentes que constituyen el primer afluente del Ebro, y donde desde entonces existían bancos de piedra, una bolera e incluso una pequeña embarcación para el disfrute de los vecinos. También es el origen de especulaciones históricas ya que se pensaba que los pequeños brotes de agua eran las legendarias Fuentes Tamáricas de los romanos: "Las Fuentes Tamáricas en Cantabria sirven de augurio. Son tres, a la distancia de ocho pies. Se juntan en un solo lecho, llevando cada una gran caudal". Ese entorno que marcaba el final de la villa por el norte era un lugar muy frecuentado hasta mediados del siglo XIX, momento en el que Reinosa se estira, siguiendo el Camino Real y más tarde el ferrocarril, hacía otras zonas, desfigurando ese centro primitivo para dar lugar a una villa nueva al borde de la carretera. Las Fuentes, sin embargo, permanece como ese otro extremo de Reinosa, la otra mancha verde, también cargada de historias y tradiciones.

Andando, andando, llegamos a la salida de Reinosa hacia Campoo de Suso, y aunque no es en sí un parque, el paseo de San Francisco tiene una pequeña explanada verde que fue durante muchos años el legendario "Campo de los Vagos" frente al instituto. Los estudiantes de los años 70 y 80 pasaban los recreos, las fugas de clase, las horas libres allí, sentados en los bancos que conducen al cementerio o sobre el campo y en las tapias de la fábrica de los Obeso. Era el lugar donde se buscaba a los amigos, donde se compartían los apuntes o se criticaba a los profesores, el lugar de encuentro de muchas generaciones de estudiantes hasta que las costumbres fueron cambiando y se reformó el paseo perdiendo esa función de foro de los adolescentes rebeldes. Presidiendo el pequeño prado nos encontramos con el cementerio del siglo XIX que nos recuerda en una cartela de su fachada neoclásica, sostenida por un ángel, que "Hasta aquí el tiempo, desde aquí la eternidad", aunque el paseo de San Francisco llegaba hasta el final de Reinosa un poco más allá, donde dos esbeltas columnas, nos daban la bienvenida o la despedida, según llegábamos o nos íbamos de la ciudad.

Por la festividad de Santa Ana, peregrinábamos, como ahora, a la campa de la ermita de Santana y a los alrededores de la Mina Fontoria, que sin ser un parque domeñado cumplía esa función de unir a todos los ciudadanos en un espacio con sombras, prados y caminos, en un espacio natural asimilado por los reinosanos como lugar de paseos en tiempo de verano.

Un parque define siempre a una ciudad, y nuestros parques, cada uno con su carácter, definen nuestras costumbres y las personalidades de los diferentes barrios y zonas, aunque Cupido quizá sea el más integrador, aquel que más nos identifica a todos los reinosanos y marca esos recuerdos imborrables de una infancia comiendo pipas los domingos, sentados en sus bancos de piedra, lamentando la brevedad del fin de semana y aguardando la vuelta al colegio un lunes cualquiera.

Como Jorge Luis Borge escribió...

"...ya somos el pasado que seremos.
Somos el tiempo, el río indivisible,
somos Uxmal, Cartago y la borrada
muralla del romano y el perdido
parque que conmemoran estos versos."


 

*Archivo Julio G. de la Puente, Lápiz de Oro*