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Cartas al director

"Un reto que trasciende al amor propio"

El vecino de Valderredible Jorge A. Murillo caminó sin parar 90 kilómetros para completar en una jornada la peregrinación a Liébana que no puedo terminar en 2017

En 2017, dentro de los actos conmemorativos del Año Santo Lebaniego que promovió el Ayuntamiento de Valderredible, se diseñó una ruta especial a pie, que iba desde Torrelavega hasta el Monasterio de Santo Toribio de Liébana y que iniciamos tres vallucos, yo era uno de ellos. Se trataba de recorrer noventa kilómetros de una tirada para terminar juntándonos con el resto de personas de Valderredible que el veintitrés de abril ya habrían llegado a destino.

El recorrido

El Alto de San Cipriano, Cabezón de la Sal, Bielva, Cades, Sobrelapeña, Lebeña, Cabañes, Ojedo y Potes, jalonaban como hitos principales el recorrido hasta el Monasterio.

Teníamos un estupendo equipo de apoyo, Cristina y Goyo que fueron nuestros "ángeles de la guarda", esperándonos cada diez kilómetros para que repusiéramos sólidos y líquidos.

Todo marchaba estupendamente, hasta que bajando el Collado del Arcedón situado al lado de Cicera nos tocó pasar un rato de extremo calor. Y cometí el error, al llegar a Lebeña, de beber mucho líquido y muy deprisa.

¿Consecuencia? Que era incapaz de comer, mi estómago dijo basta. Aunque sabía que seguir sin comer suponía que estaba "sentenciado" lo intenté, pero al llegar al Área de Descanso que hay después de Cabañes iba con un estado de debilidad muy acusado, por lo que decidí abandonar para no comprometer el esfuerzo de Covy Morato y Roberto Ceballos que eran mis otros dos compañeros.

Inicialmente el amor propio quedó maltrecho, o si queréis, mi parte de autoestima relacionada con el deporte. Así que empecé a maquinar en secreto, ni mi familia lo sabía, que tenía que acometer de nuevo esa (dura) ruta.

Silencio sepulcral

Y llega 2019, tras tres meses de intensos entrenamientos ya lo había comentado en casa, donde guardaban un silencio sepulcral sobre el asunto. ¿El motivo? Que mi intención era hacerlo en solitario. Conocía el recorrido casi en su totalidad, e iba a estar cubierto por el seguro federativo, luego no tenía que haber ningún problema ¿o sí?

Mis ángeles de la guarda

Todo o casi todo en la vida tiene su momento, y para mí el de volver a intentarlo llegó el veintidós y veintitrés de junio pasados, pero en este intento iba a tener una gratísima sorpresa... tendría mis "ángeles de la guarda" particulares.

Unos grandes amigos, Pedro Herbosa y Covy Morato, se ofrecieron a hacerme los avituallamientos para evitar que fuese con mucha carga en la mochila; en el caso de Covy inclusive se ofreció y llevó a cabo, caminar dos tramos conmigo, uno de ellos durante toda la noche desde Cabezón de la Sal hasta Sobrelapeña.

De nuevo en camino

Así que la aventura comenzó de nuevo a la misma hora y lugar que dos años atrás, y desde ese mismo momento el reto transcendió a algo mucho más importante por la implicación emocional de muchas personas, mi familia incluida (ya tranquila sabiendo que iba a estar acompañado).

Y... ¡esta vez sí puede terminar!, las claves sin duda alguna por orden de importancia: haber aportado a mi cuerpo los alimentos y líquidos que en cada momento requería llevando este apartado con absoluto rigor, y por supuesto el excelente trabajo en equipo que hicimos los tres.

Finalmente han sido 90 kilómetros caminando para los que invertí 25 horas, 3 de las cuales estuve parado: entre los avituallamientos, haciendo algunas fotografías, y ¡¡recuperando el aliento!!

Ha sido una experiencia de disfrute en su mayor parte, con un par de momentos muy duros, pero ha merecido la pena.

Y ha podido merecer la pena porque soy muy consciente que llevar a cabo esta marcha no hubiera sido posible sin la inestimable colaboración de Covy Morato y Pedro Herbosa. Impagables su esfuerzo y su generosidad conmigo.

Finalmente agradecer de corazón a todas las personas que de una u otra manera me han apoyado para acometer ¿la penúltima "locura"?