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Opinión

Reinosa, las fiestas y el verano

Reinosa, las fiestas y el verano

"Quizá soñemos ver pasar a las personas con ropas oscuras, largas y amplias, muy diferentes a las de hoy, u oír las canciones de las rondas y piteros preparándose para tocar en las romerías"

A veces quizá nos paramos a pensar en lo que fue la ciudad en la que vivimos. Imaginando, pero sin entrar en la profundidad de los libros de historia o en los artículos sobre tal o cuál época en la que transcurrieron ciertos hechos, ni tampoco intentar aprender un fragmento de esa historia pasada.

Por ejemplo, podemos imaginar una Reinosa pequeña, una villa sin las industrias que hoy tenemos, una Reinosa sin las barriadas de los años 30 y 40 del siglo pasado. Una Reinosa sin coches y con una existencia de transcurrir lento, con esa monotonía del calendario donde se marcaban las fechas importantes en la vida de nuestros antepasados.
Quizá soñemos ver pasar a las personas con ropas oscuras, largas y amplias, muy diferentes a las de hoy, u oír las canciones de las rondas y piteros preparándose para tocar en las romerías.

En ocasiones, cuando te sientas delante de la parroquia de San Sebastián, comprendes que esas piedras están ahí desde hace tiempo, impertérritas, observando los cambios que se producen frente a ellas. El tiempo antes estaba marcado por las estaciones, las ferias y los santos, por las témporas eclesiásticas y por las labores del campo, por la temporada de siembra y de recogida.

Imaginamos esos veranos donde los meses eran eternos. El verano comenzaba en Reinosa y Campoo celebrando las fiestas de los patronos y vírgenes de nuestros pueblos. Era el momento propicio para romper la monotonía de días y tiempo dedicados al trabajo, a la escuela, envueltos en el ambiente gélido de nuestra comarca en invierno. El verano se iniciaba con San Juan y así, cada día, cada semana, el santoral señalaba una nueva celebración, hasta llegar a la Virgen del Carmen, a Santiago, Santa Ana, San Pantaleón, San Mateo... julio, agosto, septiembre... un verano de romerías y piteros, tañedores de rabel y de pandereteras, y de jotas y alegría.

A veces, cuando en verano te sientas en una terraza o un banco, y piensas en el pasado, notas el pulso del tiempo, el fluir de la vida y entiendes esa corriente de tradiciones, ese porqué de las fiestas, de sus ritos, de sus orígenes, de su verdadero significado. Pero ahora Reinosa está y es ya diferente a esos recuerdos atascados en la memoria colectiva. Ya han aparecido y desaparecido industrias, han nacido nuevos barrios, los coches invaden las calles, el ritmo de la ciudad es diferente. Ahora se celebran las mismas fiestas, los mismos santos y vírgenes, pero las preguntas ya no son las mismas, el sentido es otro, ni mejor ni peor, pero su significado original se ha borrado envuelto en la prisa actual.

Cambiamos las formas, cambiamos los habitantes, las modas y el significado de nuestros veranos, pero sabemos, cuando nos vemos y vemos la parroquia, La Casona, San Roque... que hubo un tiempo en que todo era distinto, con otras aficiones y otras reglas, aunque algunas costumbres y tradiciones de aquellos momentos no han cambiado mucho, como las cachaperas en las romerías: desde esa imagen de fotos antiguas hasta hoy, gentes acodadas sobre unos tableros provisionales, bebiendo y celebrando, lo importante era y es estar, verse y disfrutar.
Reinosa y sus fiestas, Campoo y el verano. La villa y el campo, lo casi urbano y lo rural.

A veces cuando se piensa en lo que se fue, se siente una nostalgia antigua, como apegada a la raíz y al hueso.
Los tiempos cambian, claro, pero eso no nos impedirá recordar y recrear lo que los libros de historia y los artículos de revistas han intentado explicar. La imaginación se fragua con lo que aprendimos y vimos.
Ahora, las tradiciones vuelven para recordarnos como fuimos, para recrearnos ausentes de la historia y revivir esa Reinosa que era una villa casi urbana, recorrida por ganado que abrevaba al lado de La Húngara, chapoteando en el agua, o sentir desde el pasado el sonido cadencioso de las albarcas en las aceras.

El tiempo es ese extraño hacedor y transformador que nos asusta cuando lo miramos de frente y comprobamos que no somos lo que fuimos ni aún lo que seremos.
Es como la canción...
¿Cuánto tiempo no ha pasado?
Y, ¿Cuánto tiempo para ver
cuanto hemos cambiado?...