En Campoo, como en la mayor parte de las regiones de España, se han venido practicando estos ritos desde la más remota antigüedad, en fechas que podían cambiar de unas a otras, aunque no tuvieran en todas la misma duración, pues en algunas comarcas el tiempo previsto se reducía a la noche precedente a la festividad de San Juan en la que se trataba de recoger cuantas manifestaciones conocemos a este propósito. Algunos autores creen que los ritos motivados por estas fiestas tienen idéntico origen; así, Calderón Escalada afirma que la fiesta que los celtas celebraban "hacia la mitad del verano", tanto ramos como hogueras, es la misma que la que se viene conmemorando en la víspera de San Juan y su significado idéntico, aunque exista influencia de la Iglesia "en su afán de cristianizarlo todo".
Dice Luis de Hoyos Sainz que esta fiesta, "siendo milenaria y de origen mítico", ha pasado a ser religiosa por la coincidencia con el solsticio, que suponía adoración al sol. Muchas de las formas podrían rechazarse, desde el punto de vista católico, pero el pueblo las ha aceptado de plano, sin que nadie se haya escandalizado por ello. García Lomas nos habla de una noche transfundida en el misterio. Con sentido del humor, hace alusión al "judío errante", dice que murió aquella noche, llena de embrujos, pero retomó a la vida, porque resulta imposible morir en el transcurso de ella y continuó viviendo "como si tal cosa". Igual le pasa a la noche misma que continúa en plena vigencia durante todo el tiempo que llevamos de cristianismo, gracias al bautismo que recibió con la advocación de San Juan. El mismo autor comenta otras muestras de adoración al fuego, que se celebran en distintas fechas, por ejemplo, en Navidad, a propósito del "travesero", nombre que se da al grueso tronco que se atraviesa en el llar, o fogón de cocina, y sostiene el fuego, según dicho popular aplicado en las fiestas navideñas, "quemando el culo al año viejo".
Era costumbre echar al fuego troncos mas pequeños, cuyos tizones se apagaban, sin que llegaran a calcinarse en su totalidad, retirándolos para guardarlos, ya que se creía en su eficacia contra las tormentas. En cuanto al "travesero", se tomaba siempre la precaución de mantenerlo encendido, pues si se apagase sobrevendrían enfermedades, que afectarían a los moradores de la casa; nunca debería encenderse de nuevo, en el caso de extinción del fuego, sino sustituirlo por otro: "si se apaga el travesero habrá enfermos en Enero". El hecho de estar encendido es una bendición para la familia, pues unifica en las penas y alegrías, proporciona un buen entendimiento y, también, se conseguirá que los manjares junto a él preparados, resulten apetecibles para todos y todos disfruten comiéndolos. Otra prueba más del culto al fuego la proporcionaba el humo de las velas que era considerado como el incienso de los ritos católicos y suponía un tributo a la divinidad.
En pueblos de Valderredible, según Alcalde Crespo, se hacían hogueras en la "zona matorriza, parte alta del valle", la noche del 21 de Febrero, en lugares aislados de algunos pueblos destinados para ello, sin sentido de permanencia, ya que rotaban cada año. Se trataba de fiestas populares en las que se prodigaba el vino y las canciones.
Según Gonzalo Sainz, también los mozos de Santa Gadea de Alfoz "levantaban la hoguera o guarela" en el mes de Febrero, dicen que de forma similar a la que en otros lugares se hace por San Juan. Existía una rivalidad entre los barrios, tratando de conseguir la fogata más crepitante y lucida. Decíamos al comienzo, que gran parte de las creencias populares que, basadas en la tradición, venían produciéndose en diversos puntos de España, tienen un origen común, que se atribuye a los celtas. Los druidas, su clase sacerdotal, la más distinguida e influyente, eran como depositarios tanto del saber profano como sagrado. Ellos sostenían que el agua y el fuego se adueñarían del mundo. El fuego era algo así como trasunto del calor y de la luz, muy relacionado con la purificación. El fuego, y también el agua, eran considerados como los símbolos más ricos de todo ceremonial; tras de la hoguera llameante, viene el agua con sus ritos y sus augurios. A este propósito, comenta Echegaray que la gigantesca hoguera del 23 de junio, suele repetirse en noches siguientes; las ramas quemadas, junto con las cenizas, se arrojan a los campos por el afán de la purificación, alrededor de las hogueras, se danzaba y, gracias al fuego, huía el pecado y quedaban las almas en paz. El fuego sustituye al sol abrasador que dora las mieses, y el agua refresca el terreno y lo acondiciona para nuevos brotes de la tierra. Se cruza el fuego con los pies descalzos, sin quemarse y todavía hay quien, además, carga sobre sus hombros a un muchacho, pues la presión de los pies sobre el ascua, elimina el peligro de las quemaduras. Entre las prácticas en que interviene el agua, como principal protagonista, está el adornar con ramas y todo tipo de follaje los arroyos, los manantiales y los ríos, bañarse en ellos o andar con los pies descalzos entre la hierba, empapándolos con el rocío, y beber, al amanecer, el agua de las fuentes. La idolatría en este caso presenta una variedad increíble; parece como si se tratara reunir la multitud de creencias que pudieran existir entre las muy distintas agrupaciones humanas para presentarlas en el breve espacio de una noche o, como consecuencia de su diversidad, en días sucesivos. Como ejemplos conocidos y que pasaron a nuestra civilización, está el buscar el trébol de cuatro hojas, que es signo de fertilidad, de ahí viene la popular canción, al parecer de origen asturiano,
Al pasar el trébole, el trébole, el trébole,
al pasar el trébole la noche de San Juan.
que cantaban hombres y mujeres, enlazados por las manos, mientras danzaban alrededor de la hoguera. También era costumbre, en Cantabria, la recogida de la hierba verbena, que servía de conjuro contra el mal.
Al que coja la verbena
la mañana de San Juan
no le pica la "culiebra"
ni bicho que haga mal
La verbena era recogida por las muchachas, quizá, dice García Lomas, "impulsadas por un erotismo refinado, cosquilleo amoroso, que ocultan entre sonrisas". Los druidas consideraban a la verbena como panacea de todas las desdichas, hoy es la hierba buena de San Juan; así como el trébol de cuatro hojas era el signo de lo imposible, entre los iniciados en los misterios de Isis y, con el cristianismo se transformó en símbolo de la Cruz. Otra especie de recolección que se hacia era la del muérdago, planta parasitaria, siempre verde, que aparece sobre los troncos y las ramas de los árboles, especialmente del roble, el fruto es una baya de color blanco rosado. José Calderón narra una anécdota a proposito del muérdago: buen observador, en una visita que hace a Salcedillo por San Juan, notó que en unas ventanas había ramos de fresno muy atildados y en otras, de roble, toscos y desgarbados; preguntó por qué y una viejuca le contestó que "a las que se le ponen de roble es porque no tienen novio y le desean". Esto le permitió sacar esta consecuencia: ya que el muérdago se da en Campoo a las vacas que pierden la cría para que limpien y puedan quedar preñadas de nuevo, lo que se pide con el muérdago es la gracia de la fecundidad.
A los druidas se les ocurrió consagrar el parasitario muérdago, así como la verbena, en las noches de plenilunio y en las del solsticio de verano, recomendando que se danzara con frenesí y se entonaran cantos, para concluir con la danza sagrada, lanzando al final "un grito profundo y prolongado, parecido al "ijujú", interjección de júbilo con vigencia en Campoo donde aún se estila al final de las tonadas de ronda. Dada esta influencia del fuego, es lógico que los practicantes de estos cultos tomaran gusto a la quiromancia y trataran de hacer adivinaciones según el chasquido, color o forma de las llamas y si existían propiedades atribuibles al fuego, también con el agua se podían practicar exorcismos. Así el agua lustral que tenía propiedades purificadoras, bastaba con poner al sereno el agua común en una vasija, debiendo ser retirada antes de la salida del sol. Servía después para ensalmos, curando enfermedades, junto con oraciones y medicinas caseras. Según se decía el agua tenía la propiedad de poner la piel lustrosa como la seda; se guardaba para ser aplicada ante ciertos dolores. También con agua, previamente embotellada y volcando en ella una clara de huevo, podría aplicarse un sistema similar al de la quiromancia, observando las figuras adoptadas, sino por la llama, por la mezcla de los dos líquidos, que daban lugar a imágenes, más o menos precisas, según la imaginación del observador, que podían hasta cambiar el sino de una persona. Eran estas prácticas habituales en algunas zonas de Campoo hasta fecha reciente. Y ahora, según costumbre, siguiendo el orden de los ritos establecidos, ya que hemos hablado del agua y de las yerbucas de San Juan, vamos con el protocolo de los ramos. El enramado es otra costumbre "de San Juan", apunta Luis de Hoyos, considerándolo como un elemento más "de esta noche de amoríos, en la que las mozas ponen en practica fórmulas para averiguar el nombre o el oficio del novio, pero también servían para quedar libre de enfermedades, hacer desaparecer las cicatrices de las viruelas, conocer el número de hijos o la suerte que ha de corresponder a la familia en el transcurso del año.
Para averiguar el nombre del novio, basta con arrojar debajo de la cama siete habas, en las que se graban las iniciales de los siete preferidos y será el afortunado aquel cuya inicial figure en el haba que tenga la suerte de coger la primera, a la mañana, cuando la moza despierte. Otro procedimiento, también con habas, consiste en introducirlas en un vaso con agua, las habas simbolizan a tres galanes y el elegido será el representado por el haba que germine. Existe una tercera fórmula, utilizando, como en el caso que ya hemos comentado anteriormente, un huevo de gallina que en esta ocasión se introduce en un recipiente hondo y transparente, para leer en los restos:
San Juan Bautista,
sol de los soles,
déjame ver
al hombre de mis amores.
Con respecto al enramado, dice Agustín Rodríguez que en la zona de Los Carabeos, antes del enrame, los mozos recorrían las casas del pueblo y las mozas les obsequiaban con leche, cuajadas, queso y sangría. Se solía instalar una maya en el centro del pueblo y ramos diversos en los atrios de las iglesias, lo que Calderón consideraba como una cristianización de la costumbre.
Respecto a la maya, se trata de una planta herbácea perenne, que aparece en mayo, mes de la floración, se habla de las mayas en el culto que los celtas daban a los árboles, sacándolos en procesión por estas fechas.
En Olea, venía siendo costumbre enramar, no sólo la víspera de San Juan, sino también en las de San Pedro y Nuestra Señora de Agosto. Tras el cumplido del ramo, llegaba la canción:
Ya colocamos el ramo
a la moza de mis sueños,
mañana, cuando despierte,
se acordará de su dueño.
En Valderredible se rondaba también en las noches de San Juan y San Pedro, colocando los ramos en las ventanas de las mozas y enramando igualmente el atrio de las iglesias. En el centro del pueblo, se colocaba la maya.
También en La Lora se adornaban las ventanas de las mozas preferidas con ramos de chopo, de los que se hacían colgar flores, frutas y rosquillas. Las fogatas se prendían en las encrucijadas de las calles.
En la Braña de Palencia se ha venido actuando de forma similar, colocando ramos en casa de la amada y en la iglesia como veneración al Santísimo.
Si hacemos balance de cuanto hemos expuesto, llegamos a la conclusión de que en Campoo han continuado estas prácticas durante siglos, tanto en lo referente a las hogueras como a los enramados, existiendo cierta diversidad dentro de cada valle o, incluso, en cada pueblo.
Hay que tener en cuenta que los pueblos que más han persistido en la práctica de estas costumbres, son aquellos en que se celebra la festividad precisamente el día de San Juan. En el pueblo de Santiurde, siguen encendiendo hogueras, aun cuando se hayan perdido otros ritos, y, en cierto modo, lo que les motiva a continuar es el seguir la tradición.
Bolmir, cuya fiesta es como una más de las de Reinosa teniendo en cuenta la preferencia de los reinosanos, han vuelto, también por respeto a la tradición, con el encendido de las hogueras y, aunque la "puesta del ramo" se siga practicando esporádicamente, tiene carácter ocasional.
Esto mismo se observa en los pueblos altos de Campoo, en algunos, como Abiada, La Hoz, Mazandrero, Entrambasaguas o La Lomba, se ha mantenido el acto de enramar hasta fechas recientes y dentro de las previstas; pero también ocurre o ha ocurrido en tiempos recientes, que recuerdo, que un grupo de mozos ponga el ramo a una moza determinada como prueba de la predilección que por ella siente alguno de los componentes del grupo. Con este sentido de eventualidad salen algunas veces, mozos y mayores a rondar demostrando que aún no se les ha olvidado y saben hacerlo: respecto a la música, en su forma secular, tan característica; en relación con la letra, bien se recurre a las ya consagradas por el uso o improvisan estrofas de actualidad que pueden llegar a poner el dedo en la llaga.
Si apuntamos estos hechos, es más bien por destacar que la acción de rondar tiene en todo Campoo vínculos tradicionales, pues las conmemoraciones con motivo del solsticio y de la festividad de San Juan, con sus cantos junto a la hoguera y sus enramados señalaban el comienzo del verano para este afán de rondar, en cualquiera de sus manifestaciones, ya para ira natas o, simplemente a cortejar para rendir homenaje a la mujer que se quiere o por el hecho de divertirse.
La vida de los pueblos va perdiendo muchas de sus características, pues apenas si existen aldeas aisladas; sin contactos con núcleos de población abiertos ya a todas las influencias. Sin embargo, resulta grato encontrar hoy, en cualquiera de estos pequeños pueblos, una muestra del pasado que motivara nuestra crianza y estilo y nos abriera el camino de la vida.
BIBLIOGRAFÍA
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G. ECHEGARAY, Joaquín - DÍAZ GÓMEZ, Alberto: Manual de etnografía y folklore. Santander, 1988.
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VALDEOLEA. Revista Informativa. Ayuntamiento de Valdeolea.
FONTIBRE. Publicaciones Casa de Cultura "Sánchez Díaz". Reinosa.