- Cultura
- 07/07/2021
- Joaquín Gutiérrez Osés
Las sociedades organizadas por medio de un sistema político, en el sentido más amplio de la palabra, es decir, regidas conforme a un modelo que incluye la forma de ejercer la autoridad, el sistema económico, los valores dominantes, las costumbres y mentalidades, etc. se articulan siempre sobre las distintas maneras de encauzar la vida de los individuos por medio de eso que llamamos el poder. La palabra, de forma muy simplificada, viene a definir la capacidad que tienen algunos para influir y organizar la vida de los demás. Hay poderes muy fácilmente reconocibles (sabemos quien manda) y otros no tan evidentes (ignoramos quien mueve los hilos). Viene esta reflexión a cuento de las tensiones cada vez más dramáticas que viven las democracias occidentales. Una de las paradojas de este modelo es que se basa en garantizar los derechos y las libertades de los ciudadanos; pero ese mismo principio requiere una permanente revisión de las bases sobre las que se asienta. Decir que vivimos en una democracia mejorable no debe ser un anatema, sino todo lo contrario, una exigencia nítidamente democrática para hacerla crecer.
La expresión más noble del poder es aquella que considera al pueblo como su único y legítimo portador. Pero, como es bien sabido, en nombre del pueblo se han perpetrado las mayores afrentas, por usar una palabra suave. Hubo y hay sociedades en las que se niega la existencia del pueblo como sujeto político (teocracias, absolutismos, totalitarismos, dictaduras...) y sociedades que evolucionaron hacia su reconocimiento. Desde el modelo "todo para el pueblo, pero sin el pueblo" hasta las formas actuales de democracias parlamentarias se ha transitado por un camino sinuoso en el que el pueblo era un sujeto borroso al que pertenecía una parte de los individuos, no todos. En nuestras sociedades tradicionales, se ha considerado a los concejos de los pueblos como una forma democrática de ejercer el poder. Lo eran en cierto modo, pero con notables carencias, aunque, sin duda, fueron un oasis en medio de modelos faltos de todo atisbo democrático.
Dando por hecho que hoy, en nuestro país, reconocemos que todos los poderes emanan del pueblo, la pregunta tonta sería: ¿qué capacidad de ejercer el poder tiene realmente el pueblo? Sin duda el voto es la principal, pero uno se topa enseguida con muchas dudas al respecto. No vamos a extendernos en el asunto porque seguro que cualquiera de ustedes se lo ha planteado más de una vez y tiene sus propias respuestas. Lo que me parece muy importante es valorar que el desencanto del pueblo respecto a su capacidad para ejercer el poder es uno de los mayores peligros que acecha a nuestras democracias. Los líderes salvapatrias son uno de los peores síntomas de este riesgo; el incumplimiento de las promesas electorales, otro; la corrupción y la falta de transparencia en las gestión de lo público o de lo privado que afecta a lo público, otro más. Podríamos ampliar la lista, pero no es necesario. Basta con escuchar atentamente las quejas de los ciudadanos de a pie.
Hay un momento en la historia contemporánea de España que me parece muy aleccionador. Me refiero al periodo de la Restauración, que abarca desde el final de la I República, con la vuelta al trono de Alfonso XII (1875), hasta la caída de la monarquía de Alfonso XIII y la proclamación de la II República (1931). Curiosamente, todo sucede en torno a un cambio de siglo, pandemia de gripe incluída. Contemplar como el sistema auspiciado por Antonio Cánovas pasó del éxito a la destrucción es un ejemplo que invita a indagar un poco en sus circunstancias. En muchos aspectos, las comparaciones con nuestro cambio de siglo son bastante evidentes. La falta de acomodación a las transformaciones que el propio sistema generó, el distanciamiento de las élites respecto al pueblo, la falta de respuesta efectiva para corregir las enormes carencias de una gran parte de la población, las profundas crisis económicas y bélicas juntos con las tensiones internacionales de tipo colonialista tuvieron mucho que ver en su final. Hoy deberiamos valorar si no sucede algo similar. En mi opinión, sí. Salvando las distancias, por supuesto.
*(Joaquín Gutiérrez Osés, tras cursar estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Valladolid, fue profesor en la Escuela de Formación Profesional de Reinosa y en el IES Montesclaros hasta su jubilación. Ha formado parte del equipo de redacción de Cuadernos de Campoo en su segunda etapa. Actualmente es miembro de la Capilla Antiqua de Reinosa y presidente de la Asociación Cántabra de Música Antigua)*
VIVE CAMPOO NO SE HACE RESPONSABLE DE LAS OPINIONES DE SUS COLABORADORES, NI TIENE POR QUÉ COMPARTIRLAS NECESARIAMENTE. SIMPLEMENTE, EN ARAS DE LA PLURALIDAD, INTENTAMOS OFRECER DIFERENTES PUNTOS VISTA AL CONJUNTO DE LA SOCIEDAD CAMPURRIANA A TRAVÉS DE VOCES AUTÓNOMAS SOBRE TEMAS ACTUALES