Ayer Jesusa, como de costumbre, se puso a guisar en los soportales, con sus dos hijos, su hermana y su cuñado. Lleva haciéndolo siete años, viene desde la costa y cada vez le gusta más. No se sale del guión, hace la olla como manda el jurado pero nunca la presenta. Dice que si lo hace perdería la gracia.
Casca las patatas en doce meses y echa al puchero una por cada cinco años que vivió con su marido, Sebastián. Él ya no está pero fue su última fiesta juntos. Jesusa es de hablar poco y mirar mucho. No le gusta cocinar pero lo hace y este día se luce.
Se esmera, cocina sin prisa. Desde que hace el fuego hasta que reposa el guiso pasan tres horas y toda su vida. Son recuerdos sencillos, de los que importan y dan sentido a todo. El pisito que compraron juntos y que se pagaba mejor con besos que con facturas, la afortunada decisión para dejar de tomar la píldora o sus primeras vacaciones en el Mediterráneo.
Jesusa coge el cucharón, se lo da a probar a sus hijos y se relamen. Ella, sin saber mucho inglés, tararea ‘Wish you where here' y en vez de llorar, sonríe. El año que viene volverá.
