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Opinión

¿Qué están haciendo con nuestros hogares?

¿Qué están haciendo con nuestros hogares?

De los 8.124 municipios que existen en España, 4.983 están amenazados por la extinción demográfica

La reinosana Saelia Martínez, estudiante de Ciencias Políticas y Sociología, nos ha remitido este artículo de opinón.

Si hablamos de progreso nacional, según organismos como el Banco de España, se ha recuperado el nivel máximo alcanzado antes de la crisis; se ha incrementado el número de autovías, entre otras mejoras en las infraestructuras, han tenido lugar congresos de ámbito internacional como el Mobile World Congress, se ha presenciado la transformación en Smart Cities de algunas de las grandes metrópolis nacionales... Pero, este sentimiento de altivez por el éxito se difumina hasta desaparecer cuando hablamos de la España vacía, pues de los 8.124 municipios que existen en todo el país, 4.983 están amenazados por la extinción demográfica.

Este fenómeno no es inédito para la especie humana; ya a finales del siglo XIX tuvieron lugar los primeros movimientos migratorios conocidos como éxodo rural, en los que la población de los entornos rurales dedicados a las actividades económicas ancestrales como son la agricultura y la ganadería, se trasladaron a los emergentes focos urbanos industriales por las abundantes oportunidades laborales que auguraban un futuro mejor que el que sus zonas de nacimiento, lugares en estado de máxima escasez.

El tiempo ha pasado pero, con respecto a él, la situación no ha diferido demasiado. De hecho, en 1976 la cantautora Myriam de Riu plasmó en su canción "Se busca", la idea de la España vacía con una letra que buscaba reunir gente suficiente para dar vida a aldeas castellanas deshabilitas. La histórica falta de interés por estas zonas del país dificulta la subsistencia de la actividad económica en ellas, dando lugar a una fuga masiva de sus habitantes, en busca de fórmulas imposibles para poder sobrevivir.

Generalmente, esta huida depara un futuro incierto y alejado del ansiado "sueño americano" en las pocas grandes ciudades españolas: trabajando a destajo, con la prisa en las venas, descansando lo justo, disfrutando aún menos, respirando mal, gastando mucho y viviendo, lo que se dice viviendo, poco.

Hemingway ya vaticinó hace un siglo lo que hoy podemos afirmar con rotundidad: "el hecho de que el avión sea más rápido que el caballo no quiere decir necesariamente que el mundo vaya a mejor". En efecto, el retroceso está teniendo lugar ante los ojos de todos, mientras los dirigentes del país parecen no verlo. Independientemente de su color político, los gobiernos han venido olvidándose de todo aquello que rebasa las fronteras de las grandes polis. Este total abandono del ámbito rural ha hecho insostenible su economía de base tradicional, incapacitado para competir con las hegemónicas multinacionales y desprovistas de ayuda alguna por parte del Estado.

Quienes resisten al desalojo, lo hacen a duras penas; generalmente son personas aferradas a su territorio y tradición, que viven con servicios educativos diezmados e incluso sin recursos sanitarios por la eliminación de consultas médicas... Es ese contexto el que incita a que la mayor parte de la población, especialmente el sector más joven de esta, se vaya en busca de satisfacer unos mínimos, pero cuanto más indispensables. Mientras la partida tiene lugar: los medios de comunicación maquillan la situación y guardan silencio; los políticos desoyen a la multitud rural mirando a otro lado y las grandes empresas llegan con falsas promesas de lo más sofisticadas; apelando a los sentimientos de las familias que saben desmoralizadas pero se niegan a asumir que esa sea su nueva realidad.

Un ejemplo del poder empresarial sobre los pueblos hoy en día, especialmente en el norte de España, lo evidencian las empresas de energías renovables como las eólicas; punteras en la búsqueda de un falso liderazgo en "transición energética", expresión que en la actualidad suscita la inocente esperanza de aquellos semi-conscientes de la emergencia climática mundial.

Pero ¿qué es la famosa transición energética? La idea se sustenta nada más y nada menos que en los proyectos de obtención de "energía verde" a gran escala como los que pretenden llevar a cabo las enormes e influyentes empresas eólicas en zonas del sur de Cantabria, Galicia o Castilla y León; todas ellas agredidas por la demografía negativa. A estas regiones se las promete la inclusión en las nuevas cadenas de valor global, a través de la implantación de parques productores de energía en zonas que hasta ese momento eran naturales. Así aseguran no solo una alternativa de obtención de electricidad, si no también un supuesto futuro para la población agraria y ganadera en peligro de extinción gracias al fruto de la inversión en I+D+i y la consiguiente creación de puestos de trabajo cualificados que captaría nuevos vecinos para la zona. Sin embargo, ¿deberíamos creernos todo esto? Pese a la eficacia del cuantioso marketing que subestiman la inteligencia de sus habitantes, las propuestas están generando controversia entre los vecindarios damnificados.

Por un lado, quienes confían en las "caritativas" intenciones para con ellos de determinadas empresas, cada vez son menos; al tiempo que aumenta el número de los que cada día descubren una nueva deficiencia en estas proposiciones. Algunos de los daños asociados a esta práctica serían la distorsión del relieve, la pérdida de biodiversidad autóctona, el desalojo de zonas específicas, la contaminación acústica, el impacto visual, la destrucción de las rutas migratorias, entre otras.

En definitiva, las comunidades más pequeñas y olvidadas del país estamos a la intemperie frente al firme interés económico de compañías de lo más potentes. La situación nos obliga a luchar por la supervivencia de nuestro entorno, no ser engañados y evitar una futura invasión que termine con nuestros hogares. Ante la falta de atención por parte de las instituciones hasta el momento, no queda más opción que la de voz en las calles para que se tenga en consideración a esta gran parte de la ciudadanía. Los habitantes de los pequeños municipios y pueblos somos conscientes de la necesidad de una revitalización, pero lo que no queremos es que esta suponga la expansión de la precariedad laboral y destrucción nuestro preciado medio.