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Opinión

La primera nieve

La primera nieve

Nadie sabe dónde va a caer o si ya ha caído, pero anda cerca…

El día 11 de noviembre fue la festividad de San Martín y en muchos lugares de Centroeuropa, junto a tradiciones de "la matanza del cerdo", se celebra también la antesala del invierno. Según la tradición, en esa fecha han de sacrificarse algunos de los animales de granja que han sido cebados a lo largo del año -el cerdo, la oca o el ganso- y se da por finalizado el "año agrícola". Al otro lado del Atlántico, los norteamericanos celebran estos días una de sus fechas más importantes del calendario: Thanksgiving (Acción de gracias) haciendo lo propio y comiendo pavo en familia. En muchos de estos lugares, septentrionales y fríos, se representa a San Martín montado sobre un caballo blanco, trayendo consigo el frío invernal y, también, los copos de las primeras nevadas del año.

Muchos vecinos de nuestra comarca campurriana comienzan ya, por estas mismas fechas, a mirar al cielo con ojos atentos, cada vez que este toma un color "gris panza de burro", intentando leer en las nubes las primeras señales de la nieve.

Hay algo infantil (y, por tanto, mágico) en ver nevar; en mirar los copos caer. La nieve transforma el paisaje, lo silencia, ablanda y ralentiza. Pero, conforme vamos cumpliendo años, la nieve y el frío se convierten también en un engorro: complican la conducción en las carreteras, hacen peligrosas las aceras, provocan retrasos de aviones y trenes, nos obligan a forrarnos de pies a cabeza para evitar que el frío se nos meta en los huesos y, además, este año (de nuevo) vuelve a traer malos augurios de rebrotes y nuevas olas de contagios Covid... pero dice el refrán que "año de nieves, año de bienes" y, al menos a nuestra comarca, la nieve suele traer riqueza.  

Los copos de nieve, además, tienen algo de mágico y misterioso. Desde que en 1885 lograran fotografiarse los cristales de hielo que componen un copo de nieve por vez primera, se han llevado a cabo múltiples clasificaciones y experimentos de laboratorio para ver cómo son y cómo están compuestos. Como sacados de un caleidoscopio, los cristales que forman la nieve pueden llegar a adoptar cientos de millones de formas distintas. Estadísticamente, el número de siluetas es virtualmente infinito. Tanto que Wilson Alwyn Bentley, el primero que lograra fotografiar la estructura microscópica de los cristales de nieve, llegó a afirmar que no existen dos copos de nieve idénticos.

En Reinosa llevamos más de década y media con inviernos más bien "flojos" que apenas dejan medio metro en la calles pero que, en cuanto acumulan 15 centímetros sobre las aceras, atraen a equipos de periodistas de algunas de las principales cadenas de televisión para mandar alguna escena "invernal" al telediario.

Quien ha vivido y crecido en Campoo (y tiene más de 30 años) sabe de lo que hablo: conoce aquellas nevadas de "cachaba y media" que, dependiendo del año, acumulaban nieve en algunas calles hasta bien entrado el mes de marzo y neveros en las cumbres durante casi todo el verano.

Incluso si "ya no nieva como antes", sigue habiendo algo extraordinario y mágico en ver caer la nieve. En la aldea de Cicely (donde trascurre la serie Doctor en Alaska), sus gentes salían a la calle el primer día en que empezaba a nevar para celebrarlo y dar la bienvenida al invierno, abrazándose, besándose y deseándose mutuamente "Bon Hiver". Buen Invierno.

Tal vez debiéramos empezar nosotros, en Campoo, esa sana costumbre para dar la bienvenida a la primera nieve. Salir, espontáneamente, a la calle, cuando veamos caer los copos del primer "nevar a trapo" y celebrar con abrazos que ha vuelto la nieve. Quizás así, como las tribus agrícolas que invocan a la lluvia, la nieve regrese a nuestro valle y vuelva a caer como caía antaño.

Tengo, en este valle, un buen amigo que duerme cruzando los dedos porque Filomena (o alguna pariente suya) vuelva a visitarnos, nos aisle y lo sepulte todo bajo metros de nieve durante semanas. Me consta que no está solo en sus sueños. Muchos desean en este valle la nieve y la invocan en silencio...

El invierno es el tiempo de la meditación, dice el poeta Luis García Montero. Cualquier invierno es un encierro y nos obliga a parar, a pasar más tiempo con nosotros mismos y echar cuentas. El invierno nos concede una buena ocasión para resetear el sistema, pasar de página y mirar hacia adelante. La nieve ayuda mucho a ese proceso de regeneración. Transforma el paisaje, hace visibles nuestros pasos, limpia y enmudece todo.

En 2006, un yanki de 27 años llamado Justin Vernon decidió emplear la nieve y el frío como terapia para salir de la depresión en la que estaba atrapado. Le acababan de romper el corazón por duplicado: la relación con su novia acababa de terminar, su propia banda de música había decidido seguir sin él -nunca mejor dicho- en desbandada y, para colmo, había enfermado de mononucleosis.

 «No sabía exactamente adónde ir; tenía claro que quería estar solo y en algún lugar donde hiciera frío», cuenta hoy, pasados 16 años. Así que, el amigo Justin agarra unas cuantas mantas, comida para aguantar semanas sin salir, libros, un reproductor DVD, la colección completa de la serie "Doctor en Alaska", una guitarra y se marcha a la cabaña de su padre en un recóndito bosque de uno de los lugares más fríos de Estados Unidos: Wisconsin. Allí, pasó en solitario tres largos meses de invierno viendo la nieve acumularse al otro lado de los cristales empañados de la ventana. Leyendo, escribiendo, viendo los capítulos de la serie "Doctor en Alaska" y componiendo las canciones de un álbum que tituló "For Emma, forever ago" ("Para Emma, hace una eternidad") y que destila invierno en cada estrofa.

Escribía el ruso Boris Pasternak: "no hay angustia en el mundo que la nieve no sepa curar". Y llevaba razón: de aquella cabaña de Wisconsin, tras todos aquellos meses de encierro frío y solitario, viendo cómo los días se acortaban -primero- y, tras el equinoccio, se alargaban -después-, salió un tipo que había logrado reinventarse a sí mismo. Al nuevo personaje decidió llamarlo como aquel saludo que se dedicaban los habitantes de aquella aldea de Alaska mientras celebraban los primeros copos de nieve. Bon Iver.

Pues, eso: buen invierno, amig@s y paisan@s.
Ójala nieve mucho este año.

*(Julio Ceballos (Reinosa, 1979) lleva 20 años trabajando como consultor de negocio fuera de España pero nunca se ha desligado de la comarca ni de su vida cultural. Reside en China y regresa a Campoo siempre que puede)*

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