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Opinión

Perseverance

Perseverance

El retrovisor. Ver lo de atrás mirando hacia adelante

Entre tantas noticias que muestran un mundo convulso, amenazado, un panorama que nos roba la esperanza porque pinta de negro el futuro, se cuela una más grata que, como poco, nos hace sentir a la vez grandes y pequeños, asombrados y temerosos. Me refiero a las imágenes que el robot espacial Perseverance, el último de los enviados a Marte, nos muestra de la superficie del planeta que más ha despertado nuestra imaginación desde siempre. Observar en la pantalla de un monitor, un televisor o un móvil, cómodamente sentados en nuestras casas, el paisaje marciano es un ejercicio de asombro permanente. En mi caso, más allá de la proeza tecnológica que este suceso ha supuesto, lo que realmente me deja ensimismado es la contemplación, una y otra vez, de los relieves marcianos. Si nadie nos advirtiera, pensaríamos que se trata de algún desierto de la Tierra. Que Marte se parezca a la Tierra resulta muy inquietante porque, inmediatamente, nos asalta la idea de que por allí pudo haber seres deambulando. ¿Como aquí? Esa será la gran pregunta que ojalá tenga respuesta, sobre todo si se acaba descubriendo algún indicio de cualquier forma de vida. A ver si finalmente la "marcianidad", aunque no sea humanoide, resulta ser algo más que imaginaciones de ciencia ficción. Por cierto, me parece muy adecuado el nombre dado al artilugio, Perseverance, que supongo significará en inglés lo mismo que en español: perseverancia. Y es que la historia de la humanidad es la de un largo y constante ejercicio de perseverancia en la búsqueda del conocimiento, en ir siempre un paso más allá de lo ya conocido.

Si de viajes de descubrimiento hablamos, creo que sólo el que llevó a las tres naves fletadas por la corona de Castilla a encontrarse con América es comparable con los vuelos espaciales. Al menos para los europeos y americanos de entonces, aunque, sin duda, también para otros muchos pueblos. Me atrevo a decir que, mientras Marte no dé mayores sorpresas, el impacto del descubrimiento de América sobre nuestra historia global aún no ha sido superado. Era un lugar habitado cuando llegaron los españoles, había civilizaciones diversas con distintos niveles de desarrollo, pero a ojos de los recién llegados era, sobre todo, un mundo desconocido, repleto de sorprendentes e inesperadas formas de vida, una inmensidad por descubrir y comprender. Cuando la expedición (o lo que quedaba de ella) retornó y dio noticias de lo encontrado, me hubiera gustado ser el testigo atónito que escucha el relato, tal y como soy ahora el espectador asombrado que no necesita más que contemplar las imágenes enviadas por Perseverance, sin palabras ni subtítulos, para verse atrapado en los laberintos de la imaginación.

Los sucesos posteriores al Descubrimiento son de sobra conocidos y están sometidos a muy diferentes interpretaciones. Me voy a referir tan sólo a uno de ellos que siempre me intrigó y que, posiblemente, sea menos sabido. Cólón se trajo a varios indígenas. Los historiadores no se ponen de acuerdo en el número, unos dicen que seis, otros que catorce... Sabemos que alguno murió en la travesía. Cuando llega con ellos a Barcelona, donde estaba la corte en ese momento, los ofrece como un presente para que los Reyes Católicos conozcan de primera mano (supongo que también como prueba fehaciente del éxito alcanzado) el tipo de seres humanos que habitaban las tierras recién descubiertas; pero también con la idea de que aprendiesen el idioma para que en futuros viajes sirvieran de intépretes. Fueron bautizados y apenas hay noticia de su suerte posterior. No sabemos si volvieron a su lugar de origen, si sucumbieron en estas tierras de clima y condiciones tan diferentes, si fueron convertidos en siervos o esclavos... Siempre he pensado que entre tanto asombro, sin duda aquellos indios tuvieron que ser los que sintieron más que nadie el impacto de la novedad, el miedo íntimo y profundo ante lo que les esperaba en ese mundo también recién descubierto por ellos. ¿Qué pasaría por sus cabezas, qué fue de sus vidas, qué sintieron sus familias al verlos partir...? Y no puedo evitar pensar en ellos sino como trofeos expuestos a mayor gloria de su captor. Para aquellos infelices no hubo gloria alguna, me temo.

*(Joaquín Gutiérrez Osés, tras cursar estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Valladolid, fue profesor en la Escuela de Formación Profesional de Reinosa y en el IES Montesclaros hasta su jubilación. Ha formado parte del equipo de redacción de Cuadernos de Campoo en su segunda etapa. Actualmente es miembro de la Capilla Antiqua de Reinosa y presidente de la Asociación Cántabra de Música Antigua)*

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