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Opinión

Paradojas del profesorado rural

Paradojas del profesorado rural

"Cuando a un docente le toca o le destinan, por descarte, a Liébana, el Asón o Campoo - entre otros -, suenan las alarmas, se suceden los pésames, y no pocos se apresuran a teclear el Google Maps"

Ser maestro o profesora en un pueblo o en una zona rural en principio no tendría por qué ser demasiado diferente a ejercer en una urbe, y mucho menos en esta Cantabria nuestra, donde las ciudades tampoco rompen estadísticas. Pero lo es. Para cualquier lugar de media Hispania Reinosa es un pueblo, pero también lo es Santa María de Hito. No obstante, su comparación se hace complicada.

Lo que llamamos pueblo, en muchos casos es una aldea de diez casas, siendo generosos, y cuando invitas a un amiguete al susodicho terruño, tienes que explicárselo bien clarito, no sea que se espere, plaza porticada, fuente luminosa, restaurante con media estrella mediática y hotelito con encanto, que encanto tiene, pero de otra manera.

Enseñar en territorios rurales en un lujo y un placer, pero no es un plato para todos los paladares. En realidad, en el pecado se lleva la penitencia y sus virtudes son también sus pesares para quienes por estos lares recalan.
Salvo honrosas excepciones, o bien quienes son del propio lugar o bien los que, rara avis, se han afincado y mimetizado con el vernáculo, son escasos los docentes que se aventuran, por propia voluntad, en el interior de Cantabria.

Alejarse de la costa, de Santander o de Torrelavega supone para muchos un trauma del que difícilmente podrán reponerse, si no es con años de terapia urbanita y baños de ola. Cuando a un docente le toca o le destinan, por descarte, a Liébana, el Asón o Campoo - entre otros -, suenan las alarmas, se suceden los pésames, y no pocos se apresuran a teclear el Google Maps.

Los más conocerán el valle en el que trabajan desde la ventanilla del coche o desde la veranda del restaurante en el que comerán antes de una reunión. Otros, estarán encantados con el lugar, pero a los dos años, como mucho... Muy bonito todo, el paisaje de escándalo, la gente muy maja, las vacas de postal, pero que lejos todo de Santander, Bilbao, Oviedo, Valladolid... Con las fotos para el INSTAGRAM de aquellos años de inmersión vernácula van servidos.

Y así año tras año, piedra tras piedra, lapida a lápida, los pueblos y la enseñanza rural va recibiendo sepultura. Y ser ruralista a tiempo parcial no funciona.

Uno de pilares educativos es el enseñante. Los continuos cambios en las plantillas de los colegios e institutos impiden el seguimiento de los proyectos, la difícil implicación con las comarcas y sus gentes, y en definitiva comprender y entender a sus alumnos como merecen. Y para ello se necesitan incentivos. Ni más ni menos que como se hacen en otros lugares. Ver y copiar. Estímulos que conviertan en atractivo trabajar y vivir en estos nuestros pueblos. Alicientes económicos y de calidad de vida. De otra forma nuestras maravillosas carreteras sirven para salir más rápido del pueblo, en lugar de para llegar antes a él. Hay muchas Alaskas en Iberia y en Cantabria. ¿Acaso no pedimos incentivos para nuestra agricultura, ganadería y en definitiva para el resto de cimientos de nuestro pequeño cosmos?

Sí, sí, ya sabemos que el colectivo docente es considerado genéricamente como grupo de vagos y maleantes con vacaciones a discreción, pero al fin y al cabo, gran parte de nuestra vida se ha forjado de la mano de maestros y profesoras que nos abrieron los ojos al mundo.

Posiblemente sea esta profesión una de las más bellas. Cada día diferente. Cada generación un mundo. Y disfrutar de enseñar a los jóvenes mientras contemplas desde la ventana las nevadas montañas, las ovejas pastando o a Toñín segando el verde, eso no tiene precio. Pero en ocasiones un pequeño empujón no viene mal.

*Juan Carlos Cabria Gutiérrez es profesor de lenguas clásicas, escritor y divulgador de la cultura y el patrimonio de Cantabria nacido en Torrelavega en 1971. Esta tierra junto con la de toda su familia, Valderredible, han supuesto su mayor influencia a lo largo de sus veinticinco años de periplo investigador y literario. En 1997 publicó su primera obra, La mitología cántabra, a través de los mitos europeos. Le seguirían, Estelas cántabras, símbolos de un pueblo (2000), o Dioses, mitos, héroes y leyendas de Cantabria (2004), reeditada y ampliada en 2018. Coautor de Motivos decorativos y ornamentales en la arquitectura tradicional de Cantabria (2002), o de Cántabros. Origen de un pueblo (2012).

Conferenciante y profesor en cursos sobre patrimonio y etnografía de Cantabria, así como habitual articulista de numerosas publicaciones, como Cántabros, Aguanaz o periódicos como La Realidad o El Diario Montañés. Destaca su relación con Valderredible, en el que ha centrado muchas de sus investigaciones, y en donde discurre gran parte de su vida.*

VIVE CAMPOO NO SE HACE RESPONSABLE DE LAS OPINIONES DE SUS COLABORADORES, NI TIENE POR QUÉ COMPARTIRLAS NECESARIAMENTE. SIMPLEMENTE, EN ARAS DE LA PLURALIDAD, INTENTAMOS OFRECER DIFERENTES PUNTOS VISTA AL CONJUNTO DE LA SOCIEDAD CAMPURRIANA A TRAVÉS DE VOCES AUTÓNOMAS SOBRE TEMAS ACTUALES.