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ESPACIOS REVIVIDOS | Cultura

Los paisajes emocionales

Los paisajes emocionales

Sección cultural periódica

Los árboles que nos proporcionaban sombra y aventuras trepadoras en nuestros juegos infantiles, los ríos en los que nos bañábamos y pescábamos, las nieves que nos llegaban a la altura de la cabeza cuando aún no levantábamos un metro del suelo, las veredas que paseábamos, las montañas que fuimos descubriendo cuando la edad nos permitía ser más intrépidos, las casas que vivimos o visitamos en algún momento, las calles... Estas y otras muchas evocaciones conforman nuestro paisaje emocional, siempre subjetivo y, posiblemente, algo alejado del paisaje real que una fotografía nos pueda mostrar. Desde esta memoria ¿qué destacamos como esencial o como elementos característicos de unos paisajes vividos y rememorados?, ¿qué nos gustaría conservar o recuperar de ellos en la actualidad?

En la modernidad, los paisajes, tanto los naturales como los humanizados, son muy cambiantes, de manera que a lo largo de una vida media podemos observar sucesivas transformaciones, a veces muy rápidas e intensas. Los pueblos y ciudades de nuestro entorno sufrieron sus cambios más severos durante los años llamados del "desarrollismo", en la década de los sesenta y parte de los setenta del siglo pasado. Podemos afirmar que hay una cierta unanimidad a la hora de calificar estos cambios como negativos: crecimiento desmesurado y descontrolado, destrucción de patrimonio, mala calidad constructiva, fealdad uniforme y monótona... Vinieron tiempos posteriores en los que se intentó paliar tanto desmán, pero con fortuna dispar, incluso reincidiendo en los viejos desaguisados.

Todo esto a propósito de una pregunta que cada cual podría intentar contestar ¿cómo te gustaría que fuera el lugar en el que vives? A nadie se le escapa la dificultad de la respuesta, porque es complicado encontrar el término medio entre lo necesario y lo deseable, entre lo posible y lo soñado. Quizás haya alguna cosa en la que casi todos pudiéramos estar de acuerdo: hacer aquello que facilite la vida cotidiana a un mayor número de personas sin alterar gravemente la herencia paisajística recibida. Las mejores soluciones son aquellas que demuestran la posibilidad de conjugar modernidad y pasado. Quizás unos ejemplos nos sirvan: peatonalizar para humanizar la ciudad, utilizar nuevos materiales sin perder la estética común, recomponer el impacto ambiental para que sea menos visible, restaurar más que derribar. Podemos ampliar la lista. Seguro que se nos ocurren otras muchas sugerencias.

Cada uno de los rincones de nuestra comarca, cada espacio natural o urbano, presenta buenos ejemplos de todo lo que venimos comentando. La estética no es algo incuestionable y unánime, los intereses cruzados deben ser tenidos en cuenta para no caer en ingenuidades, pero todos somos conocedores de qué intervenciones son un paso adelante y cuáles no. Afortunadamente, cada vez somos más conscientes de que la belleza es un bien que debemos mimar y exigir, para que nuestros paisajes emocionales sean cada vez más parecidos a los reales. Para que no nos roben los sueños.