Escrito remitido a Vive Campoo por Pablo Gutiérrez, vecino de la Avenida de la Naval
El parque de la Avenida de la Naval ha desaparecido. En su lugar hay ahora una construcción misteriosa, de planificación irregular y estética abominable. Una cicatriz rocosa en la identidad del vecindario.
Ocurrió un fin de semana, de la noche a la mañana y sin previo aviso. Los vecinos contemplamos con inquietud cómo el único patrimonio del barrio era destruido. Nadie respondió ese día a nuestras preguntas. Nadie cogía el teléfono. Nadie sabía nada.
El origen de nuestra movilización fue esa incertidumbre. Ante la falta de información, especulamos con una cancha arreglada, con un río limpio, con el fin de las continuas filtraciones de agua que anegan nuestros bajos. Queríamos creer. Fantaseamos con
soluciones, pero sólo obtuvimos nuevos problemas.
"¿Tan grave es la situación?", nos preguntan. "¿Merece la pena dar tanta guerra por un simple parque?"
Podemos apelar a la nostalgia y explicar que nuestros mayores añoran ahora vivencias que sus nietos ya no podrán repetir. Ellos en estos días miden el valor de la propiedad sólo en recuerdos. Cabría también relatar nuestras penurias a un nivel más práctico y
hablar de cómo la obra afecta a nuestras viviendas, pero sería inútil.
¿Atraeríamos así la solidaridad de quienes han interiorizado que la vía del tren es una frontera en la que termina la ciudad de Reinosa y comienza una tierra de nadie a menudo abandonada a su suerte?
En la Avenida de la Naval se ha cometido una injusticia, pero no la sufrimos en exclusiva los vecinos del barrio. Nos afecta como sociedad.
Esta causa no se asienta en diversas problemáticas individuales ni en recuerdos de un pasado ya sepultado bajo la roca. No fundamenta su mensaje en ventanas tapiadas por las piedras o en filtraciones de agua sin solución alguna. Los gaviones no son la
cuestión. Lo es el modo en el que los ciudadanos nos relacionamos con nuestras instituciones.
Es nuestro deber reclamar a los distintos organismos y a quienes los gestionan una información veraz sobre las acciones que nos afectan y un servicio público leal. En democracia nadie debería vivir en incertidumbre ante los planes de la administración. Que esto ocurra es un abuso intolerable.
Este, y no otro, es el elemento clave de la reivindicación: exigir rigor, transparencia y vocación de servicio. Demandar instituciones que no respondan únicamente ante el empuje de la acción ciudadana, sino que asuman el liderazgo para resolver problemas sin eludir responsabilidades. No cabe ocultarse tras el denso muro de la burocracia y el lenguaje legal, sino dar un paso al frente y servir como nexo de unión de esas iniciativas.
Nadie en la Avenida de la Naval pretende participar en disputas partidistas ni socavar la acción de nuestros gobernantes. La movilización ha sido siempre independiente, razonable y mesurada, en gran medida porque de forma consciente ha prescindido de
una agenda política. Si se ha mantenido un espíritu crítico con la administración ha sido para proponer mejoras en su funcionamiento, jamás para forzar una ruptura. La gente está dispuesta a escuchar explicaciones. De hecho, lo ansía. Pero también quiere que su voz sea oída y formar parte del destino de su barrio.
Tenemos una mente abierta. Queremos volver a creer.
Por eso es fundamental que todos los reinosanos nos convenzamos de que esta movilización intenta visibilizar un abandono institucional que nos daña a todos por igual. Que no es una iniciativa surgida para proponer alternativas más favorables a
intereses particulares, sino un intento de proteger un derecho común que bien merece un
apoyo masivo.
Esa es sin duda nuestra mayor responsabilidad como ciudadanos, pues sólo defendiendo nuestros derechos seremos capaces de demostrar que nuestro futuro no está escrito en piedra.