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Sociedad | Campoo

Los mayos misacantanos y sus procesos rituales

Extracto del libro 'Rito, religión y símbolo en los mayos misacantanos' publicado en la revista 'Antropológicas' de La Ortiga en 2010

Los árboles festivos en la Cantabria tradicional recibían generalmente el nombre de mayas, excepcionalmente el de cucañas y en ciertas áreas, como era el caso de Campoo de Enmedio, Los Carabeos y los valles del Sur (Olea, Valdeprado del Río y Valderredible) y de Liébana, el de mayos, sobremanera si se trataba de plantaciones festivas dedicadas a los curas misacantanos. No obstante, conviene advertir, que la denominación de mayos coexistía con la de mayas, tal y como sucedía en la Vega de Liébana y Bejes (Liébana) o en Requejo (Campoo de Enmedio). Los mayos solían plantarse tanto con motivo de la celebración de las fiestas patronales, como en la organización de misacantanos, durante la primera misa que decía en su pueblo natal un sacerdote recién ordenado, o con el objeto de festejar la finalización de algunas obras comunales de cierta importancia e interés colectivo (recordemos que, hasta no hace muchos años, era costumbre colocar grandes ramos en cuando se finalizaban las tareas de construcción de los tejados en los edificios).

Durante el trabajo de campo, que efectué entre 1980-1985, pude recoger testimonios de 59 misacantanos plantados en los valles de Liébana, Nansa, Alfoz de Lloredo, Campoo de Enmedio, Los Carabeos y los valles del Sur: Valdeolea, Valdeprado del Río y Valderredible. Zonas mayoritariamente de poblamiento concentrado nuclear y polinuclear, en las que el caserío denso coexiste con el claro y donde, hasta hace tres décadas, la modalidad de familia dominante era la troncal, con la salvedad de los valles del Sur, donde la tipología familiar era la nuclear. De los cincuenta y nueve casos recogidos, treinta y cinco (59,32%) corresponden a Liébana, 20 (33,89%) a los valles del Sur, 3 (5,08%) al valle del Nansa y uno (1,69%) a Alfoz de Lloredo, fechado en 1881. La temporalidad, con la excepción de este último caso y de otros dos más ocurridos un siglo después (1981-1982) en Liébana, abarca un largo período comprendido entre 1906-1967 en el que se produjeron cincuenta y seis (94,91%) de las plantaciones estudiadas. Atendiendo a las características de familia se observan los siguientes datos: treinta y nueve de los misacantanos (66,10%) se organizaron en áreas de familia extensa y veinte (33,90%) en ámbitos correspondientes a la familia de tipo nuclear. Es más, cincuenta y tres de ellos (89,84%) eran segundones procedentes de familias troncales, frente a los seis restantes (10, 16%), miembros de familias nucleares. Respecto al espacio en el que se elevaron los árboles cabe señalar que cuarenta y siete de ellos (79,66%) se ubicaron frente a la casa del misacantano y los doce restantes (20,34%) en espacios públicos centrales, como boleras (3), plazas (5) e iglesias (4). Las especies de árboles más utilizadas eran cuarenta y siete hayas (79,66%), ocho chopos (13,55%), dos pinos (3,38%) y dos eucaliptos (3,38%), y su altitud oscilaba entre los 17 y los 30 metros. En lo que se refiere a la denominación de este tipo de árboles festivos ha de indicarse que en Liébana recibían el nombre de mayos, mientras que en los restantes valles se les conocía como mayas.

Con el objeto de ofrecer una exhaustiva descripción sistematizada de los diferentes procesos rituales que tenían lugar en torno a los misacantanos, voy a tratar de ordenar los diversos acontecimientos de la dramaturgia social, con arreglo a los referentes espaciales, a los grupos sociales que los protagonizan y a la secuencialidad de los mismos, tratando de incidir en los hechos más significativos de un rito que, en buena medida, forma parte de los denominados ritos de paso.

De la casa del padre al seminario

Creo conveniente iniciar la descripción de este tipo de fenómenos rituales aludiendo a una de sus primeras fases, cual era la marcha del adolescente al seminario en el que cursaría sus estudios eclesiásticos. En ese momento tenía lugar una ceremonia de desagregación de la unidad familiar y de su comunidad de origen, protagonizada por los condiscípulos y amigos que formaban parte de su grupo de pares, sin distinción de género. La despedida consistía en una merienda a base de una chocolatada, acompañada de dulces como el bizcocho, las galletas, los "tortos sobaos", etc. y de bebidas alcohólicas (coñac, anís, moscatel y mistela, estas últimas, por tratarse de "bebidas generosas" o "espirituosas", eran preferentemente consumidas por las mozas). Previamente, el maestro, en la escuela, y el párroco, en la iglesia, habían exaltado ante los demás niños y ante el vecindario "las virtudes que acompañan a un joven" que se disponía a "entregar su vida, en cuerpo y alma, al total servicio de Dios, nuestro Señor".

Cuando los frailes o sacerdotes, que solían recorrer las aldeas cántabras en busca de "nuevas vocaciones", pasaban a recoger al "neófito", sus amigos, familiares y vecinos más allegados, presididos por el párroco y el maestro, junto a los padres, le despedían entre abrazos, lágrimas, entrega de obsequios recordatorios y expresiones públicas de buenos deseos, manifestando la esperanza de su retorno una vez ordenado sacerdote, no sin antes recordarle la "obligación de estrenarse como cura diciendo la primera misa en su pueblo".

Naturalmente, a este rito de partida y separación de su medio social originario (ámbito familiar y comunidad vecinal) le seguía un complejo proceso de agregación e instalación en la nueva comunidad de religiosos, que a partir de ese momento constituiría su "nuevo hogar". Un espacio de internado, de resocialización y de encuentro con otros amigos, maestros y condiscípulos, junto a los cuales iría recorriendo las diferentes etapas de su formación religiosa. Proceso social que, una vez culminado, tras unas escasas visitas a sus pueblos durante la etapa formativa, supondría un notable cambio de estatus, en función de haber adquirido un destacado papel como "guía espiritual de los hombres".

El regreso del joven sacerdote a la comunidad de origen 

Quince días antes de que se produjese el retorno del joven sacerdote a su pueblo, el párroco anunciaba en misa su regreso, con la finalidad de que fuera colectivamente recibido y agasajado. A tal efecto, la Sociedad de Mozos (sobremanera "los quintos del misacantano") iniciaba la organización del dispositivo ritual, canónicamente establecido por la tradición. El día señalado, dos o tres jóvenes se adelantaban a efectuar labores de vigía, de modo tal que pudieran "alertar con cohetes a los del pueblo" de la inminente llegada del sacerdote. El protagonista del ceremonial, que solía trasladarse en un automóvil, se apeaba en el lugar más céntrico del pueblo, tras haber pasado por algunos de sus barrios, desde cuyas puertas y balcones se aplaudía y vitoreaba su esperado retorno, mientras las campanas de la iglesia, "tañidas al vuelo", como corresponde a un volteo festivo, confirmaban la presencia del misacantano en el espacio comunitario. Una vez en el pueblo, era abrazado, en primer lugar, por sus padres y familiares y, posteriormente, por el párroco, sus amistades más próximas y los vecinos presentes, en cuyo nombre, alguno de ellos le entregaban un ramo de flores cortadas en los huertos del pueblo y adornado por las mozas. Un pequeño cortejo le acompañaba a casa de sus progenitores, donde se le despedía recordándole el compromiso de decir su primera misa en el pueblo natal.

Del bosque a la casa: la plantación pública del árbol festivo

Los mozos varones, "quintos del misacantano", eran los encargados de seleccionar en el bosque comunal un árbol (haya o chopo) que recibiría el nombre de mayo o maya, una vez cortado y trasladado hasta la casa del nuevo sacerdote. La elección del ejemplar se hacía teniendo en cuenta su esbeltez (entre 17 y 30 metros) y rectitud. Para su corte se empleaban serrones y hachas y para su acarreo una "rabona", o carro cabecero tirado por una pareja de bueyes uncidos y engalanados. Las mozas salían a recibirlo a la entrada del pueblo donde "mayeaban", elogiando o criticando sus características morfológicas: corta o larga, derecha o torcida, flaca o gorda. Era frecuente que éstas aportasen unas tortillas con pan y vino para celebrar la corta del árbol. La preparación del mayo/a misacantano consistía en desquimbar la pieza, pulir sus nudos, escortezarla y ornamentarla mediante la colocación en su copa de un ramo adornado con flores, cintas, una bandera nacional, una jaula con un gallo y una cierta cantidad de dinero (donada por el padre del cantamisas), como premio-recompensa para el primer mozo de la comunidad que consiguiera esquilar hasta la cima del tronco, el cual previamente se había ensebado, con el propósito de dificultar las posibles ascensiones.

En algunos casos, se solía colocar una "rosca mayera" (huevo y harina) preparada por las mozas. Para su plantación, una vez ornamentado, la víspera o el mismo día del oficio sagrado y de la fiesta vecinal, se practicaba un hoyo en la tierra y, valiéndose de "trezas"9, que se ceñían al tronco, se plantaba el mayo. En algunos lugares, solían emplearse "junazas" (sogas), escaleras, "tijeras" y rodales de carro. La elevación del mayo/a corría a cargo de los mozos, quienes, una vez hincado el árbol-misacantano, debían retacarlo para evitar un derribo accidental del mismo. A este acto solían acudir los vecinos, en calidad de espectadores, que aconsejaban y animaban las duras labores de su erección. Era costumbre que los padres del misacantano, en presencia de éste, ofreciesen a la mocedad que intervenía en el ritual bebidas y dulces caseros, depositados en una mesa colocada junto a la puerta de la casa y atendida por el joven sacerdote, sus hermanos y progenitores. El escalador que conseguía coronar el mayo/a y coger el premio en metálico estaba obligado a invitar a todos los mozos y mozas.

Con frecuencia esta fase de la ceremonia se concluía con un baile organizado espontáneamente y amenizado por unas panderetas, un acordeonista o un gaitero de la comarca y si en ella, o en las más próximas, no se econtraban algún gaitero, se "apalabraba" uno en Asturias y se le invitaba a comer y hospedarse en la casa paterna del nuevo sacerdote del familiar más "cercano". Pasados unos días, el árbol festivo era derribado y subastado por la familia del misacantano, obteniendo así una pequeña ayuda económica con la que poder cubrir algunos de los gastos ocasionados por el festejo.

El espacio doméstico y su rituales

En el ámbito del espacio doméstico tenían lugar diversas prácticas ritualísticas, directamente relacionadas con el retorno del misacantano a la comunidad originaria. En la casa de sus padres se organizaba el rezo de un rosario al que asistían sus parientes más cercanos. En aquellas casas del vecindario en la que había mozas, éstas, confeccionaban los arcos florales bajo los que se trasladaría al joven sacerdote a la celebración de su primera misa.

Igualmente, un grupo de mozas de su misma edad, denominadas mayordomos, le solían bordar unas fundas de almohada o la cubierta de unos cojines para "el rezo", que le serían obsequiados una vez concluido su primer oficio religioso. También era la casa el lugar en el que se negociaba la elección de los padrinos seglares del misacantano, ya que los religiosos solían reclutarse entre viejos sacerdotes, familiares o no, que hubieran jugado, en su día, un destacado papel en cuanto se refiere al estímulo de la vocación sacerdotal o a la propia elección del oficio religioso por parte del cantamisas.

El traslado colectivo del misacantano a la iglesia parroquial 

El día señalado para el "canto de la misa", en el contexto de un pueblo engalanado con banderines de colores, a la hora de la sagrada misa un estruendo de cohetes y el toque de las campanas a misa mayor, mediante un "toque por todo lo alto" o "repique volandero", anunciaban con especial solemnidad el inicio del momento culminante del ceremonial festivo. La costumbre obligaba a que el cura misacantano, una vez revestido con los sagrados ornamentos, con la ayuda de su madre y hermanas, aguardase en el portal, o en la corrala de su casa, la llegada de una comitiva que le recogería para trasladarle a la iglesia. En el instante de la partida, el toque incesante de las campanas anunciaba el inicio del cortejo, formado por las autoridades eclesiásticas, civiles y militares, así como por los vecinos del lugar que esperaban junto al mayo/a el momento de la salida hacia la iglesia.

Cuatro mozas mayordomas recibían al protagonista religioso, que era colocado bajo dos arcos de flores. En primer lugar, caminaba el misacantano, flanqueado por varias mozas que, desplegadas en dos filas, cantaban y tocaban las panderetas, entonando coplas referidas al pueblo, a la Iglesia y a la buena suerte del cura. A continuación, iban el padrino religioso, el párroco y otros sacerdotes invitados, los padres, los padrinos civiles, los familiares más allegados, las autoridades municipales, la Sociedad de Mozos y los representantes de cada uno de los grupos domésticos de la comunidad y de otras comunidades con los que la familia del nuevo cura mantenía algún tipo de vínculo económico, parental o amistoso.

La casa de Dios padre y sus rituales

Al llegar a la iglesia, el séquito iba ocupando el espacio del templo con arreglo a una distribución jerárquica, de modo que en las primeras filas, en el denominado "banco de duelo", se situaban los padres, las autoridades civiles y militares, seguidos de los mozos y del resto de los vecinos. A ambos lados del altar se acomodaban los padrinos religiosos y los seglares y el coro de mozas, encargado de entornar los cantos propios de la sagrada misa.

Comenzaba la misa cuando, después de los ciriales y turiferarios, salían de la sacristía el padrino religioso, los sacerdotes invitados y el misacantano, acompañados de los padrinos civiles. El sacerdote de mayor edad leía la homilía y daba la enhorabuena y la bienvenida al misacantano, del que refería sus dotes y virtudes morales, al tiempo que destacaba la religiosidad de los vecinos y sus valores comunitarios.

Una vez finalizada la ceremonia religiosa, el misacantano bendecía al pueblo y se iniciaba el rito del "besamanos". Este acto solemne era presidido por una representación de sacerdotes y consistía en que los padrinos se fueran acercando al joven cantamisas para ungirle las manos. Les sucedían en este desfile ceremonial, los padrinos seglares, los padres, las autoridades, las mozas cantadoras (dos de ellas portando el obsequio que le era entregado después de besarle), la Sociedad de Mozos, los cabezas de familia, en representación de las unidades familiares vecinales, las mujeres y, por último, los niños, de algunos de los cuales se esperaba que "siguieran los mismos pasos" que el protagonista.

El retorno a la casa paterna y el ágape doméstico 

Concluido el acto religioso, los miembros del grupo doméstico del misacantano entregaban a los asistentes recordatorios impresos del acto. A la salida de la iglesia se echaban vivas al cantamisas, a sus padres, a las autoridades, al pueblo y a la mocedad. De nuevo las mayordomas recogían al misacantano bajo el arco floral y emprendían el regreso a su casa paterna. Durante el retorno, las mozas volvían a entonar cánticos alusivos a "la boda del religioso con la Iglesia", el cual iba saludando a los vecinos que le aplaudían a su paso. Al llegar a la casa del padre éste debía dirigir unas palabras de agradecimiento al vecindario entre las que no faltaban vítores al pueblo, a la comarca, a la Iglesia, al Papa y al mocerío. Era costumbre que los padres invitasen a comer a los padrinos, familiares, mozos, cantadoras, autoridades y familias destacadas del pueblo.

Tras una larga comida festiva, las mozas entonaban cantos de despedida alusivos al misacantano y su familia, a los mozos, a las autoridades del pueblo y a los "invitados de relieve", quienes obsequiaban su ingenio con donativos. La fiesta continuaba en la calle, donde la mocedad organizaba un baile que concluía ya entrada la noche. En algunas localidades se efectuaba un ágape especial en el que sólo intervenían el misacantano, sus hermanos, las autoridades, los mozos quintos y las mayordomas.

*Extracto del libro del antropólogo Antonio Montesino González (Torrelavega, 1951-Santander 2015) "Rito, religión y símbolo en los mayos misacantanos", publicado en la revista "Antropológicas" de LA ORTIGA en el año 2010. Conoce más sobre su obra y el proyecto cultural de LA ORTIGA en http://laortiga.wix.com/laortiga