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Cultura | Cantabria

Las marzas ya son un Bien de Interés Cultural

Las marzas ya son un Bien de Interés Cultural

El Boletín Oficial de Cantabria publicó ayer el acuerdo de Consejo de Gobierno con el que se finaliza el expediente incoado el pasado mes de mayo

El Consejo de Gobierno acordó, en su reunión del pasado 29 de enero, declarar Bien de Interés Cultural Etnográfico Inmaterial a las Marzas, a propuesta del consejero de Educación, Cultura y Deporte, al finalizar el expediente incoado el pasado 28 de mayo tras cumplimentar todos los trámites preceptivos.

Las marzas, una de las celebraciones de más antigua tradición en Cantabria y en donde aún tiene una amplia presencia, consisten en rondas de mozos que cantan romances petitorios en la última noche de febrero y el primer día de marzo por toda la región, recordando la entrada del año y el comienzo del ciclo agrario en el antiguo calendario romano.

Hoy ha evolucionado en ciertos lugares a espectáculo folklórico en pueblos y ciudades de la región. Si bien se celebran en prácticamente toda la Comunidad Autónoma, hoy tienen especial predicamento en las zonas rurales de los valles del interior de Cantabria, principalmente en los de Campoo, Ruesga y Soba.

Aunque las rondas tradicionales se desplazaban, y aún lo hacen, por todas las casas de la vecindad y también por las casas de las aldeas próximas, en el ámbito urbano se cantan en teatros y plazas o por los bares en Reinosa y Torrelavega.

Las marzas incluyen un conjunto de actos, bastante ritualizados en las marzas tradicionales, en los que se ponen de manifiesto rasgos patrimoniales de sumo interés: mostraban la pervivencia en las aldeas de la estructuración social y la organización vecinal, resaltaban la preeminencia masculina en la misma, y actuaban como instrumento de integración y control social de la comunidad. Esta costumbre originaria de que no participasen en las marzas sino los varones solteros que habían abandonado la edad pueril, ha cambiado en la actualidad y ya no dependen de ninguna sociedad de mozos solteros de ninguna aldea, sino que se trata, fundamentalmente, de grupos de aficionados o semiprofesionales del canto, procedentes de lugares y extracciones distintas que, sin embargo, continúa formando parte de la vivencia etnográfica, y revela su resistencia a desaparecer y su virtualidad contemporánea.