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Con mi compañera de color

Llanto en la despedida

Mersin. (Mersín en castellano, aunque para ellos es una palabra llana "Mersin"). Costa del Mediterráneo. Turquía

El que tenga paciencia y buena vista, que cuente pisos, que yo ya me tengo que poner las gafas de viejo hasta para ver cuál es la cara buena del papel del baño. En Mersin tienen a gala contar con el segundo edificio de viviendas más alto de Turquía, superado tal solo por otro ubicado en Estambul.

Las ciruelas a 6 Libras el kilo. Por la tarde, con ganas de acabar de vaciar el tenderete del mercado callejero, habían bajado a 3, donde una Libra Turca son 5.4 céntimos de Euro. La botella de CocaCola de un litro, 12 Libras, igual que el yogur de 650 gramos. Mi menú, con agua y "chai" (té), 48 TL. 2.6€ al cambio.

La bulliciosa y turística Fethiye, la moderna y ordenada Denizli, la ribereña y cosmopolita Izmir, con su pijo paseo marítimo. La tecnológica capital, Ankara. Goreme, qué decir de Goreme, corazón de Capadocia. La conservadora y elegante Konya. Han sido estos los lugares a los que han conducido mis pasos hasta el momento presente en este periplo por Asia Menor.

La moto con la familia al completo, 4 ocupantes, parece querer disuadirme de la idea que me pudiera haber hecho hasta ahora. Sí, se trata de uno de esos presurosos y omnipresentes ciclomotores eléctricos, silenciosos, que tan pronto circulan por la carretera, como lo hacen por un paso de cebra o por una calle peatonal, siempre dispuestos a "espatarrar" a uno. Caótica, sucia, fea, calurosa y húmeda. En la que ya hay mendigos por las calles, algo con lo que hasta ahora no me había encontrado. Aquí se entremezclan el negro y pudoroso niqab con el sexy y colorido top. En el mapa aparece aneja al Mediterráneo. Para alguien como yo, que se hiela asando castañas, ¿Qué mejor lugar para echar un baño, ahora que ya no tengo yeso, que en el reencuentro con el Mare Nostrum, en el cual dio comienzo este periplo? Cuando llego a la ciudad y busco un café con internet, por una vez me tomo en serio la cuestión de elegir alojamiento y pongo en las condiciones de Booking que esté a menos de un kilómetro del mar. El hotel es cuqui, no es céntrico, pero cumple el resto de requisitos, entre ellos el de estar a menos de un kilómetro de la línea de costa. Sí, pero ¡del puerto comercial! El holandés no miente: tengo las imponentes grúas y las montañas de contenedores a un tiro de piedra.

De camino hacia los lejanos museos, bajo un sol abrasador y con una humedad que resulta violenta, el ruso que no cree en el covid y se baña en calzoncillos me indica que ahora que hay barcos fondeados, el agua está sucia en la minúscula playa. Me temo que ni la inmundicia ni el reconocible aroma proceden de los navíos, varios kilómetros mar adentro. Tengo que conceder que tal vez tuviera razón el recepcionista del hotel cuando me indicó que el más próximo arenal recomendable para un chapuzón se hallaba distante 30km. Compensaré esa carencia con una ducha. O dos. O tres.

Me consuelo pensando que allí, tan a desmano, no voy a tener una mezquita cerca y, por lo tanto, no me va a despertar a las 4:30 el voceras llamando a la oración. Total, no pienso rezar. Qué más quisiera yo que tener pecados de los que arrepentirme.
Con estos condicionantes, creo que me quedaré algún día más en Mersín, además de los dos que inicialmente había reservado.

El tío que vende melones con su carromato en la esquina de dos bulliciosas calles me invita a catar su mercancía. Viste una camiseta con más mierda que el palo de un gallinero, tiene cara de malo y trocea el manjar manipulando un cuchillo que admiraría la mismísima Tizona. Yo aprieto el paso, no sea que le dé un arrebato y me eche las tripas a un canasto. En esta coyuntura pongo en duda haber hecho bien al prolongar mi estancia.

Como norma, en estos viajes largos, me impongo la regla de "solo una comida mala al día". Frutas, lácteos y ensaladas han de completar el resto de la dieta de la jornada. Dados los aromas que emanan de las tabernas, los deliciosos dulces que se ven en las pastelerías -el hipercalórico baklava es mi perdición-, lo barata que es...y lo palizas que suelen ser los "camaretas", me es difícil no caer en la tentación. Hoy voy a pecar. No me preguntéis si se trata de un "iskender" o de algún tipo de kebab. Está exquisito, o esa idea ha quedado registrada en mi mente de los primeros bocados, pues no tardé en lanzarme a por el pimiento, que resultó ser excepcionalmente picante y, a partir de ahí, sumado esto con el calor, la humedad ambiental y la protección solar, solo recuerdo sudores a chorro, lágrimas del tamaño de las gotas de tormenta y pan, mucho pan de pita, incapaz de mitigar el indescriptible escozor que sentí en la lengua.

La mezquita de Mugdat merece el acto de descalzarse que hay que realizar antes de entrar en estos templos. Tal vez por la mullida alfombra o quizá por el agradable frescor, el ambiente en su interior es la antítesis de la espiritualidad: Mientras un empleado limpia con esmero el delicado piso, un fiel duerme a pierna suelta cómodamente recostado, dos tipos consultan el móvil, un tío reza y un guiri español recorre toda su superficie y toma fotos. Ya he insinuado que no me gusta descalzarme a la entrada. No es porque tenga tomates en los calcetines, sino porque las magníficas Aku rojas que llevo, tendrán 8 años, pero son, junto con las chanclas de baño, el único calzado que me acompaña.
Nota: a la entrada de algunas mezquitas hay taquillas con llave.

"A pesar de la extremadamente positiva actitud turca y de las incontables advertencias, el comportamiento violento de los grecochipriotas y su sistemática violación de los derechos humanos, forzaron a los turcos a realizar las operaciones de desembarco en la isla de Chipre". Así se refieren en el museo marítimo de Mersin a un episodio que ya hemos tratado en un "jedleschiquen" reciente, con motivo de la visita a dicho país, cuando hablamos de la guerra que tuvo lugar y en la cual las tropas de desembarco partieron de aquí.

El museo del mar más lo parece de exaltación nacionalista, con profusión de datos e infografías dedicados a batallas como la de Prevenza, en la que la flota turca comandada por Barbarroja derrotó a la española del genovés Andrea Doria, pero pasa de puntillas por la que tuvo lugar en el golfo de Patrás, en las inmediaciones de la ciudad griega de Naupanto, Lepanto en italiano, y uno de los acontecimientos que más relevancia ha tenido, a decir de muchos historiadores, en la que, además de perder un brazo Cervantes, Andrea Doria, comandando a marinos de la talla del genial e invicto granadino, Álvaro de Bazán, desmanteló a la armada otomana, negando al turco la posibilidad de una ulterior expansión.