La entrada en prisión del rapero Pablo Hasel, además de estar causando disturbios violentos por su encarcelamiento, ha reabierto el debate sobre el límite de la libertad de expresión y sus defensores se manifiestan violentamente al grito de libertad.
Como reconoce la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la libertad de expresión es un derecho incuestionable, pero también lo es el respeto hacia quien no piensa como tú. Ahí está la clave en éste y en cualquier otro ámbito de la vida social.
Si para defender nuestras ideas tenemos que recurrir al insulto, a las injurias, a la violencia, habremos perdido toda la razón. Con la violencia no se defiende la libertad de expresión. Al contrario, se ataca la libertad de los demás. ¿O alguien en su sano juicio (salvo el Sr. Echenique) puede entender que la libertad de expresión se preserva con vandalismo, pillaje y acciones violentas contra vehículos, comercios y mobiliario urbano? Evidentemente no.
La libertad es uno de los valores más preciados que tiene el ser humano, pero como cualquier derecho debe ejercerse con responsabilidad y tiene ciertas obligaciones. No se trata de un derecho absoluto: su límite está en el momento en que se vulneran los derechos de otras personas. El derecho a libertad no tiene dueño; de ahí la expresión "tu libertad termina donde empieza la mía". Eso es lo que Pablo Hasel y su gente olvidan de manera premeditada. Por eso su actitud es totalitaria y digna de mi desprecio.
Conviene saber que este "rapero-tuitero" es un consentido hijo de papá millonario que forjó su juventud entre la agresividad, el machismo y la falta de respeto a cualquier norma, y que encontró su público marginal en unas letras terribles que afirman, por ejemplo, que ETA no fue un grupo terrorista, que se alegró de la muerte de Julio Anguita a quien considera "una escoria", que había que clavar un piolet en la cabeza de Patxi López o que cualquier "pepero" merecía una bomba debajo de su coche. Eso sin olvidar varias condenas por agresiones a periodistas. A uno de ellos, por cierto, le roció con un líquido inflamable supongo que con ninguna buena intención.
Con todo y con eso, creo que la ley debe modificarse y, por muy repugnante que me parezca este individuo, nadie debería entrar en la cárcel por expresiones, canciones o insultos por Twiter. Por lo que dice y cómo lo dice, tal vez el lugar más apropiado para él sea un psiquiátrico.
Una última reflexión dedicada a los diputados de izquierdas que dicen comprender a estos cientos de salvajes que incendian las calles al grito de libertad. Se equivocan si creen que estos jóvenes son grupos antifascistas. Son chavales sin ideología política, anti-todo, muy agresivos, muy poco cultos y fácilmente manejables que encuentran en estos altercados su peculiar manera de creer que están salvando el mundo. Una pena.
(Norberto García Moreno es maestro y licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Desde 1992 a 1996 fue director del colegio Casimiro Sainz y ahora lo es del IES Montesclaros de Reinosa, donde imparte clases desde 1996).
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