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Con mi compañera de color

Tamara Falcó y yo

Miguel Sainz nos narra su último viaje por los Pirineos, Andorra y Francia con este sugerente e inquietante título

Tamara Falcó y yo.

Tampoco a mí me sonaban los nombres de los pueblos. Han sido el azar y la bicicleta quienes me han llevado hasta Bescaran y Estimariu, localidades ubicadas en la comarca ilerdense de Alto Urgel, a escasa distancia de la frontera con Andorra y, hace 80 años, lugar de entrada de un buen número de judíos que, huyendo de la persecución nazi y procedentes de lugares tan distantes como Chequia, Polonia, Países Bajos o Alemania, atravesaban en condiciones dramáticas los Pirineos de Lérida, no confiando en alcanzar la esquiva Tierra Prometida para ese pueblo maldecido por la historia, pero sí en evitar el campo de concentración al que inexorablemente hubieran sido conducidos. Algunos, con la ayuda de redes de apoyo establecidas en Andorra y la colaboración de lugareños, lograban llegar a Barcelona, ciudad en la que sus oportunidades de ser libres de multiplicaban. Sin embargo, muchos eran capturados y, aunque la mayoría de estos acababan en la prisión de Lérida, tras pasar por la de Seo de Urgel, un importante número de ellos fueron devueltos a la genuflexa Francia de Vichy.

A pesar de mi provecta edad, aún disfruto durmiendo de vez en cuando en el "hotel de las mil estrellas". Anoche fue la fatiga la que me llevó a montar el improvisado vivac cuando, a las 2 de la madrugada, cansado de conducir, tras una breve incursión por una terrosa pista lateral aneja a la carretera, y a la voz de "Sooo, maquinaria" detuve el auto en un lugar que el plenilunio -y el sopor- me mostraron como recóndito y acogedor. Tan recóndito que resultó estar a 10 metros de una carretera con un intenso tráfico nocturno. Colchón de un centímetro de grosor, somier desnivelado, piedras que se clavan en la osamenta e incesante ruido de rodadura se unen al crónico insomnio de este aprendiz de viajero. Habrá que hacer de la necesidad virtud y aprovechar la mañana para darle al pedal, dado que este viaje, en verano de 2021 y por mor de la pandemia, será en coche, de modo tal que, junto a mi compañera de color, en el maletero, se acomoda mi compañera de dos ruedas. Entrada la mañana, después de la ruta ciclista, abrumado por el calor y el sueño, decido que no me quedo a visitar Seo de Urgel y enfilo hacia Perpiñán, a ver si hay suerte y ponen "El último tango en París". (Y así me echo una buena siesta, que es lo que suelo hacer en el cine. Manías que tenemos los "culturetas").

Al poco de dejar atrás el imponente fuerte de Mont Louis, comprendo cuál es la razón del atasco en que me veo inmerso. Mierda. Estos franceses cortaron la cabeza a los reyes, así que, cuando ven a alguien bien vestido, inmaculadamente peinado y pulcramente rasurado, en fin, un pijo de manual, no pueden reprimir la inquina. Me tocó. "Monsieur gendarme" me indica que me desvíe y baje del coche. El más joven de la patrulla manosea impúdicamente a mi compañera de color, hurga en las cajas con el equipaje y fisga por todo el habitáculo. Se toma en serio su trabajo. Solo lamento que es el segundo día de viaje y la bolsa de la ropa usada está prácticamente vacía.

Fuerte de Salses. Rosellón. Francia.

Por cuestiones de militares y financieras, ya hacía tiempo que tenía ganas de pasear los tercios por Cataluña. Que el ejército del monarca francés Luis XIII tomase en 1639 la fortaleza que se muestra en la foto, supuso la excusa perfecta para que el belicoso Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, más conocido por su nombre "artístico", conde-duque de Olivares, valido de "nuestro" Felipe IV, estableciese sus tropas en la región con objeto de luchar contra los vecinos del norte por la posesión del Rosellón, perteneciente en aquel tiempo a la Corona de Aragón.

La idea de que la exhibición de fuerza amedrentase a los insubordinados nobles catalanes fue un monumental error de cálculo, pues dado que los militares vivían en buena medida del pillaje, lo que hizo fue generar una gran animadversión en el pueblo llano. De este modo, en la festividad del Corpus Christi de 1640, que será conocido después como "Corpus de Sangre", fecha en la que los campesinos acudían con sus hoces a Barcelona, se produjeron unos disturbios en los que los payeses, azuzados por la aristocracia y el clero, dieron muerte del conde de Santa Coloma, virrey de Cataluña. Esta coyuntura fue aprovechada por Pau Clarís, canónigo de Seo de Urgel para proclamar la independencia de Cataluña de la Corona de Aragón.

Lo que ocurrió 4 siglos más tarde, ya lo sabéis.

Denimes

Madrugo en Perpiñán y, tras una visita de cortesía a la coqueta ciudad ribereña de Narbona, con baño incluido en el cálido Mediterráneo, continúo camino del nordeste. Mis viajes, de ser posible, son en solitario, así que lamento no poder poner una foto mía, ataviado de un taparrabos y emergiendo de las límpidas aguas, para que los millones de "lectores/as/os/us/is" de este medio se pudieran deleitar con la contemplación de mi hercúlea anatomía. Los más curiosos, podéis imaginaros a una barbada Ursula Andress en la "peli" de 007.

Aunque han sido ya varias las veces que he recalado allí, Nimes es una parada obligatoria. El hecho de que atesore un importante patrimonio histórico, con destacables elementos como pueden ser la "Maison Carree" o "Les Arenes", el magnífico anfiteatro construido por los Romanos hace casi 2000 años -hoy plaza de toros- no son la razón fundamental de la parada. Por un lado la amabilidad con que soy tratado por parte de los lugareños: el joven "calvorota" que se empeña en hablarme en Español al identificar mi acento, la madura "munipa" de labios operados o el simpático gendarme al que me dirijo, que se desviven por sacarme del apuro y, por otro lado, un hecho al que un devoto de la moda, un "fashion victim", un petimetre de libro, como sin duda reconoceréis a quien escribe, no puede abstraerse y percibe la urbe como un lugar de peregrinación. La razón no es otra que la tela de que están hechos los pantalones "vaqueros" tiene su origen en esta ciudad, Nimes, fonéticamente en francés "Nim", de ahí su denominación, "tejido denim".

Me hubiera gustado quedarme un poco más, como siempre, pero hoy es final de etapa del Tour de Francia y, cosas de las pandemias, no me apetece verme en ambientes concurridos. Lo cierto, aquí nadie lleva "careta" por la calle. Menos mal que no es obligatorio, pues la mía se me ha caído al suelo de un urinario público. Puaj.

Sin embargo, no me podía permitir desperdiciar la ocasión de ver la caravana de la "Grand Boucle", de modo que una "volata" no será el lugar con mayores garantías sanitarias, pero seguro que a lo largo del trayecto hay posiciones menos populosas. De este modo, me acerco hasta Uclés donde puedo gozar del emocionante espectáculo. Al pasar el pelotón, mi espíritu adolescente se viene arriba y me sugiere: "Miguel, coge la bici, el saco y la esterilla y lárgate por ahí a pasar la noche", sin embargo, mi osamenta de cincuentón ha impuesto su criterio: "Tío, búscate una cama y déjate de chorradas". En mitad de la noche la luz de los relámpagos ilumina el interior de la habitación del hotel. Menudo aguacero está descargado. De buena me he librado. Esqueleto, te debo una. ¿Con qué me iba a tapar, si mi bici está más flaca que yo?

En el camino de Grenoble dejo atrás la pequeña ciudad de Orange, con sus impresionante teatro romano y arco de triunfo de la misma época. En la catedral contemplo una capilla en la que se indica que en año 1794, o sea, 5 años después del estallido de la revolución, 332 habitantes fueron ejecutados por sus convicciones religiosas. Un estremecedor cuadro representa el momento, a la vez que pone de manifiesto la afición que le cogieron los franceses a la guillotina. Yo, por si acaso, me piro pronto, no vayan a tener una mala idea.

Entrando en la zona prealpina, he transitado las impresionantes gargantas del Aderche y del Bourne. Aquí, aún influido por haber contemplado el veloz paso de la "serpiente multicolor", el adolescente que inopinadamente aflora impone su criterio. Maldiciendo su estampa a cada metro recorrido, bajo un sol inmisericorde, asciendo con la bicicleta hasta Villard de Lans. Vaya calentón de motor. Quién me mandará. Los que pensáis que soy un "matao", que sepáis que solo me han adelantado 15 o 20 cicloturistas y, por contra, yo he adelantado a 3. A saber: un gordo que debía de pesar 247 kilos. De no faltarme el resuello le hubiera sugerido montar unas ruedas de una MotoGP. Una señora que en un pueblo iba con su BH, con la cesta, el timbre y todo y, por último, a un cicloturista con alforjas, cargado como un mulo, que estaba en el margen de la carretera hablando por el móvil. No creo que estos irrelevantes detalles puedan restar valor a mi hazaña.

Ya atisbo retazos de nieve pintados en las montañas. Esto se anima.