Ha trabajado en una funeraria, en una fábrica de piensos y de muebles, en fundición, forja y microfusión, también reparando la catenaria del tren en Mataporquera o desbrozando montes y ahora se emplea como electricista a través de una Iniciativa Singular de Empleo del ayuntamiento de Reinosa. Pero antes ha tenido de compañero a Chichi Creus, ha compartido piso con Roberto Dueñas, ha jugado un partido de exhibición de baloncesto a puerta cerrada para el Rey, ha tenido que marcar a Perasovic y también varios encontronazos dentro de la zona con los "gallos" americanos de la ACB. Eduardo Santos, eibarrés de 45 años, ha sido jugador profesional de baloncesto, es una persona discreta salvo por sus dos metros de altura, y sigue buscándose la vida en Reinosa por un currículum que entregó de rebote.
Su trayectoria deportiva comenzó en su localidad natal pero con el balón en los pies. Un imponente físico de central que le permitió cambiar el fútbol por el baloncesto y Éibar por San Sebastián para jugar en el Askatuak. Permanece en el club donostiarra cuatro temporadas y ficha por el Granollers, luego por el Murcia y después al Fuenlabrada. Sus siguientes equipos son el Córdoba, el Zaldua de su pueblo, vuelta a la ciudad andaluza para jugar en el Cabra y finalmente retirarse en el Godella de Valencia. Una prolífica carrera desde 1986 hasta 2002 que sobre todo le" ha permitido conocer lugares y personas que de otra forma no hubiera sido posible".
Santos se considera un "bregador". Un jugador de corte defensivo que era "el típico peleas" que jugaba de pívot y no se amedrentaba en la zona por mucho nombre que tuviesen sus rivales.
Comparando el baloncesto de antes con el de ahora considera que se ha profesionalizado mucho. Cuando el competía los jugadores no cotizaban a la Seguridad Social como cualquier trabajador por cuenta ajena. "Antes, cuando acabas tu trayectoria deportiva te tenías que buscar la vida, no había fundaciones que te ofrecían una formación para reciclarte en el mundo laboral y te encuentras con más de treinta años y la gente no entiende que durante toda tu vida tu trabajo ha sido el baloncesto y que no sabías hacer otra cosa".
Santos es pragmático y si mira atrás lo hace con agradecimiento por las vivencias que le ha granjeado este deporte. Desmitifica un poco la imagen de un profesional del baloncesto y asegura que la mayoría de los sueldos de los jugadores de la época no era estratosféricos. "Se vivía bien, hacías lo que te gustaba y éramos unos privilegiados también porque nuestra jornada diaria no superaba tres horas".
Sobre su etapa como deportista, apunta que compartía vestuario con el longevo Chichi Creus, Iván Corrales o un por entonces desconocido Roberto Dueñas, "una persona tímida" con la que compartía piso en Fuenlabrada junto a otros compañeros del equipo y con los que salían por la ciudad en sus ratos libres.
Si bien dos metros es una altura excepcional, él no era de los más grandes en la pintura, aunque eso nunca le intimidó. Recuerda partidos en los que tuvo que cubrir a jugadores como John Pinone, Audie Norris, Wallace Bryant, Eugene McDowell o Claude Riley, famoso por ser de los primeros jugadores en machacar de espaldas en la ACB. En una ocasión, Riley, marcando territorio, le dijo: "yo soy el americano", y le aseguró que no tendría inconveniente en demostrarle quien mandaba y sin necesidad de tener el balón de por medio. Santos no dijo nada, y a la siguiente jugada al que le pitaron falta -"y tendría que haber sido antideportiva"- fue al eibarrés, que no dijo al americano que el vasco era él.
Como curiosidad, en algunos de los equipos que jugó no se sabían su verdadero nombre y, tirando de tópico, le apodaban Patxi, nombre que apareció hasta en alguna crónica de la época. El apodo se debía a que en el equipo había otro Eduardo que llevaba más tiempo que él y el entrenador le sugirió que para no tener líos esa no era una mala opción. Un bautizo que a día de hoy, cuando habla con sus compañeros de Fuenlabrada o Godella, todavía es oficial.
De la generación de Santos son jugadores español es como Jiménez, Andreu, Reyes, Herreros, Azofra o Villalobos, y alguno de los que más le impresionó fue el lituano Arvidas Sabonis o el gigante Tkachenko, un jugadores que medía 2,21 metros y pesaba más de 130 kilos.
Un viaje constante.
Eduardo Santos apunta a los viajes como una de sus pasiones. Conocía Campoo porque uno de sus amigos veraneaba en la comarca y venían a pasar algún fin de semana esporádicamente. Santos precisa que aquí nunca nadie le había reconocido hasta que una noche de fiesta en un bar se le acercó un joven y le dijo que le conocía, le enumeró los clubes en los que militó, se sabía sus estadísticas y le refrescó sus actuaciones más memorables. Santos, atónito, que no recordaba algunos de los datos que el desconocido le enumeró le preguntó que cómo sabía tanto, a lo que su nuevo amigo le respondió que era "fan de los pívots que pesaban más de cien kilos", recuerda con humor.
Pero el hecho de que resida ya desde algo menos de diez años en Reinosa se debe a un currículo que entregó en la Agencia de Desarrollo Local de la capital campurriana, cuando pasó un par de días a su vuelta de los Picos de Europa para darle un par de fotos a un amigo de aquí que conoció haciendo el Camino de Santiago. Santos aprovechó uno de los días para buscar trabajo, con la suerte de que al día siguiente recibió una llamada para empezar a trabajar. Vuelta a Éibar para hacer la mochila y asentarse en Reinosa donde ha ido encadenando los trabajos que le han salido y el que más ha repetido ha sido el de electricista.
Es una persona sociable y cuando vino a vivir a Reinosa, para hacer amigos decidió hacer lo que mejor se le daba, y se apuntó al equipo de baloncesto de la ciudad. Una puerta de entrada para conocer gente con la que compartir una pasión común por el deporte pero también para tomarse unas cañas después. Desde su experiencia como jugador, considera que "sería muy bonito crear una escuela de baloncesto en Reinosa", y renovar un poco el panorama del baloncesto campurriano sentando las bases de este deporte y recuperarlo.