La historia que hoy vamos a recomendar es una historia muy triste, sus páginas están impregnadas de melancolía, pero quizá sea precisamente ese poso de nostalgia, esa ausencia de alegría, lo que convierte sus palabras -escritas para evocar la ausencia, la soledad y la desolación- en una sinfonía de colores y sonidos, en un discurrir de rumores que nos sobrecogen con su belleza. El rumor de las hojas que caen en esa lluvia amarilla que cubre el abandono, el rumor de los arroyos solitarios, de los árboles agitados por el viento, el rumor de la soledad, de los muros que se derrumban en el silencio de la noche.
Esta novela de Llamazares, escrita hace ya más de veinte años, se ha convertido en un clásico de la prosa poética que la envuelve y nos envuelve. Pero también es una referencia, un testimonio, de la lenta y constante agonía de los pueblos, de la muerte de ese mundo ya caduco, inútil y perdido, alejado de la civilización urbana, ese universo rural al que se aferran sus últimos habitantes, aquellos que morirán junto a sus aldeas sin sentido, que guardan, entre sus paredes devoradas por la maleza, las risas y las lagrimas de todos los que allí vivieron.
El ultimo habitante de Ainielle, un pueblo perdido en el Pirineo, se prepara para morir mientras recuerda su vida, cuando aún había alguien con él, cuando todavía existía la vida y la esperanza, y poco a poco se sumerge en un presente hecho de olvido, de ausencias, dominado por el silencio sonoro de la naturaleza que conquistan el lugar y que lentamente ha desterrando a los hombres. Un hombre solo frente a un mundo desmoronado en el que únicamente se oye ese sonido amarillo de la soledad y la muerte.
La belleza de sus palabras, su sonido, su ritmo, lento y melancólico, han convertido este libro en un refugio para aquellos que aún sueñan con la naturaleza y aquella existencia, lenta, sin prisa, ya lejana, en la que la tierra y su olor formaban parte de la vida.
'La lluvia amarilla', Julio Llamazares
Barcelona: Seix Barral, 2001
