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Actualidad | Reinosa

El censo de las almas

Las familias visitan hoy a sus seres queridos en los diferentes cementerios de la comarca

¿Casimiro Sainz? "Presente, aunque me costó llegar", ¿María Rodríguez? "Presente", ¿Ramón Sánchez Díaz? "Presente, a pesar de las intenciones de algunos vándalos", ¿José García? "¿Quién de ellos?", ¿Soldados del bando nacional? "¡Presentes por Dios y por la Patria!"...Así hasta tres mil almas en tres mil sepulturas a lo largo, ancho y profundo del cementerio de San Esteban de Reinosa, inaugurado en 1833 y clausurado en 2002.

Desde esta semana, una procesión de familiares de los difuntos se acerca a los dos camposantos de la capital campurriana para adecentar un poco las lápidas de sus seres queridos. Algo así como ponerlos guapos para el Día de Todos los Santos, para que recuerden que los que quedan aquí siempre piensan en los que ya están allí.

En silencio, con respeto y monólogo interior uno se adentra en el cementerio. "Hasta aquí el tiempo, desde aquí la eternidad". Cuando se traspasa el umbral de la puerta, presidida por esta frase esculpida en piedra a los pies del ángel, los visitantes en vez de caminar van posando los pies. Una cadencia en sus pasos que se ralentiza según cruzan los sepulcros como muestra de educación a sus inquilinos.

Según entras, a la izquierda, te recibe el panteón familiar de Emilio Valle, industrial minero que haciendo gala de su oficio tiene dos imponentes moles graníticas con una cruz en el centro de la tumba. A la derecha, un panteón por unos de los caídos en la Guerra Civil con inscripciones de su España, y más adelantado se encuentra Ramón Sánchez Díaz y familia. A quien no se respetó en vida le toca tragar y saber convivir en la eternidad.

En la zona de patio el material es granito, sillería y mármol. Hay varias vírgenes y cristos y muchas cruces de diferentes tamaño coronando las lápidas. En el centro se encuentra la capilla y a su izquierda la tumba del repatriado Casimiro Sainz. En los laterales están las galerías, donde por fin ya no se mojan los de la margen derecha después de las reparaciones en la cubierta. Al fondo y en la periferia, el pueblo. Vecinos reinosanos cuyos cuerpos descansan en nichos y en el común. La de la planta baja o el del tercero. Las familias más previsoras están juntas, la mayoría han cambiado de vecinos.

Como en vida, aquí cada uno paga para que le construyan una casa mejor. Con lo que dura la estancia en el cielo más vale saber invertir. En la eternidad no se especula. Uno, haya sido bueno o malo, tiene el derecho a una vivienda digna al menos durante unas décadas. Otra cuestión es el espacio que cada cual crea que se merece, o que se pueda permitir, porque lo consigue pagando.

En la entrada está la zona residencial de los más pudientes. Algunos ahorradores han mejorado su propiedad terrenal y otros, que no conceden mucha importancia a la actual residencia, prefirieron hacer los últimos arreglos al otro lado de verja para dejar todo lo que les quedaba a los de su sangre. Un finiquito no paga un sepelio.

Hoy las flores revitalizan los cementerios. Es momento de reencuentros, de plantear preguntas que no serán respondidas o de enseñar a los nietos y bisnietos donde están esos familiares que solo conocen de una foto de familia en blanco y negro que tienen en marcada en alguna habitación de su casa.