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Opinión

De cargas, gravámenes y otras gabelas

De cargas, gravámenes y otras gabelas

Fielato de Quintanilla de Rucandio. Foto Vive Campoo.

"Lo que más sorprende de estos youtubers no es su decisión de emigrar a Andorra, sino el desparpajo y cinismo con el que defienden la huida"

Toca pagar a la Hacienda pública y se nos pone el camino cuesta arriba. Todos entendemos que los impuestos son imprescindibles para sostener al Estado. Otra cosa es lo que pensemos de su cuantía o la forma de administrarlos. La sensación general es que nunca nos sentimos conformes, siempre hay un motivo de queja razonado o visceral, es decir, fruto del cabreo. Viene a cuento este asunto por el revuelo que surgió a partir de la noticia que dio a conocer la decisión de jóvenes autores de vídeos que se difunden por las redes sociales, los llamados youtubers, capaces de atraer a miles o millones de seguidores y enriquecerse gracias a esta práctica, de irse a vivir a Andorra porque allí la carga fiscal es muy inferior. No son los únicos. Otros ídolos deportivos o artísticos han hecho lo mismo, por no hablar del juego fiscal que grandes empresas o importantes fortunas practican, legalmente en algunos casos y no tanto en otros, para rebajar o eludir su deuda con el fisco. Lo que más sorprende de estos youtubers no es su decisión de emigrar a Andorra, sino el desparpajo y cinismo con el que defienden la huida. Están tan acostumbrados a crear opinión y ser adorados que consideran justificadísima su estrategia, sin apenas matices. Sólo me falta escuchar un "que os zurzan" como despedida, que lo mismo ya lo han dicho y un servidor no se ha enterado.

Recaudar impuestos es casi tan viejo como la humanidad. Desde el momento en el que se consolidan estructuras sociales complejas y jerarquizadas a partir del Neolítico, los grupos dominantes imponen a sus subordinados la obligación de sostener los gastos que tales estructuras requieren, sobre todo militares, religiosos y suntuarios. El pago en especie o en trabajo era lo habitual, no tanto en moneda. Los pueblos conquistados recibían un castigo fiscal por su condición de enemigos. Era el precio a pagar por la derrota. Cuando Roma conquista su imperio da opción a los atacados de facilitar las cosas a cambio de beneficios fiscales y políticos; pero a los que se resisten les aplica una onerosa carga impositiva, entre otras represalias, cuando finalmente sucumben. En cambio, durante la Edad Media todo se vuelve más complejo. De entrada hay dos grupos sociales (estamentos para ser precisos) que no pagan impuestos: la nobleza y el clero, de manera que son los campesinos y burgueses quienes deben sostener a unos y otros. La maraña impositiva es enorme, se pagan impuestos en especie, en trabajo o en moneda; los cobra el noble, el clero, el rey, incluso el concejo de la villa y, para terminar de enredar aún más el asunto, en cada territorio hay diferentes tributos. Cuando se consolide el estado moderno y la autoridad real se imponga de manera absoluta, será el monarca quien asuma la política fiscal, pero continuarán los impuestos religiosos (diezmos) y privilegios señoriales que suponen cargas para quienes dependen de ellos. Costará mucho llegar al modelo actual, en el que la riqueza personal es el elemento básico a la hora de pagar ciertos impuestos y el Estado el único habilitado para cobrarlos. Perviven los tipos que más rechazo tuvieron históricamente por considerarse los más injustos, aquellos que afectan al consumo y los productos básicos, los llamados impuestos indirectos. Sin embargo, a poco que profundicemos, es fácil observar la pervivencia de algunas prácticas fiscales no del todo superadas. A modo de ejemplo, la competencia entre territorios en materia fiscal (nacionalismos mediante) es algo resucitado en nuestro país y persistente en la Unión Europea, volviendo en cierto modo al viejo modelo del Antiguo Régimen en el que eran los territorios y no las personas los detentadores de derechos y obligaciones.

Una curiosidad local: hasta no hace mucho existían diversos tipos de obligaciones en forma de trabajo personal que el concejo imponía a los vecinos del pueblo, como las vecerías para el cuidado por turnos de los ganados y las llamadas "obras de concejo". No se recaudaba dinero, que escaseaba y mucho, sino trabajo destinado al mantenimiento de caminos u otro tipo de actividades comunitarias imprescindibles para la actividad diaria. Cada pueblo debía servirse de sus propios medios puesto que no había una administración superior que se hiciera cargo.

Ahora, como durante muchos siglos, los impuestos gravan básicamente el consumo, la propiedad y el beneficio económico. Las quejas frecuentes de los sectores afectados fueron siempre la excesiva cantidad a pagar, el injusto reparto de las cargas y los abusos de los recaudadores. Seguimos igual, aunque añadiento el despilfarro o la corrupción como motivos también de queja. Y hoy, como ayer, las quejas progresan muy lentamente. Los impuestos son actualmente un elemento clave en los programas políticos y objeto de un permanente debate ideológico. Eso sí, también en este asunto nuestra condición de ciudadanos con derechos nos otorga un poder que jamás soñaron los que únicamente vivieron como súbditos. A veces se nos olvida.

*(Joaquín Gutiérrez Osés, tras cursar estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Valladolid, fue profesor en la Escuela de Formación Profesional de Reinosa y en el IES Montesclaros hasta su jubilación. Ha formado parte del equipo de redacción de Cuadernos de Campoo en su segunda etapa. Actualmente es miembro de la Capilla Antiqua de Reinosa y presidente de la Asociación Cántabra de Música Antigua)*

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