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Opinión

Campoo, la tierra de nuestros hijos

Campoo, la tierra de nuestros hijos

Fotos: Vive Campoo.

Carta de Pedro A. Fernández Gutiérrez, ex secretario del comité de empresa de Sidenor en el treinta aniversario de los sucesos de Reinosa

Esta primavera se cumple el 30 aniversario de los sucesos político-socio-laborales de Reinosa que tuvieron el trágico desenlace de la irreparable pérdida de Gonzalo Ruiz. Hablar de Gonzalo, aún hoy, me produce vértigo, puesto que sigo constatando que el único delito que estaba cometiendo (junto con el resto de la población campurriana cuando fuimos víctimas de la bochornosa violencia a la que nos sometieron), consistía en defender su puesto de trabajo. Recuerdo ahora, embargado por la tristeza, los versos de Atahualpa Yupanqui: "Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan".

Se hace preciso que recordemos (sin memoria no hay futuro) las razones que condujeron a la lucha a los moradores del sur de Cantabria en 1.987, las cuales fueron derivación de las (antisociales) decisiones políticas que estaba poniendo en práctica el Gobierno central de entonces.

En efecto, a raíz de la entrada en la UE de España y otros países del sur del continente europeo, se proyectó, e institucionalizó, un modelo de crecimiento (?) sustentado en dos conceptos en el contexto del sistema productivo: El primero de ellos, el del norte, de alta tecnología y elevado valor añadido, cuyo máximo exponente era (y continúa siendo) Alemania (es sumamente ilustrativo el dicho que circulaba entonces, sobre todo en las fábricas metalúrgicas: "Alemania produce técnica avanzada que compramos en España con el dinero que nos prestan los bancos alemanes"), y el segundo, el del sur, que ésa Europa de los mercaderes había decidido enfocarlo hacia el turismo y la construcción, es decir, lo encaminaba a la precariedad laboral y a la ruptura con respecto al derecho al trabajo que tantos años de lucha obrera nos había costado conquistar (en CCOO sabemos mucho de eso, y también de la defensa de las libertades).

Así, las administraciones centrales que en aquéllos tiempos se turnaban (el llamado bipartidismo que aún no ha sido erradicado por el electorado) en las labores gubernativas patrias, obedientes, se pusieron con entusiasmo a desindustrializar la vieja piel de toro. Porque resulta que nuestro país era bastante industrioso, y así, hubieron de dedicarse ingentes cantidades de dinero ... a crear desempleo. Recursos que deberían haber utilizado, por ejemplo, a concebir y desarrollar políticas reindustrializadoras destinadas a propiciar el crecimiento de la nación lo que hubiera originado la estructura necesaria para la creación de empleos de calidad, estables, con derechos y suficientemente remunerados. Pero ya se ha visto que los mencionados gobiernos optaron por ser débiles con los fuertes y fuertes con los débiles. Por ello, a día de hoy, la clase trabajadora española padece un paro estructural no achacable a ninguna crisis (sean éstas provocadas o simple consecuencia del injusto sistema económico neoliberal imperante). Porque la carencia de industria es sinónimo de pobreza. De hecho, cuando se origina una recesión económica, los países industrializados salen de ella con relativa facilidad, mientras que los que carecemos de estructuras fabriles ni salimos ni saldremos nunca. La única forma sería dando un giro de 180º a la funesta política económica que sigue imperando actualmente.

Y la aciaga estrategia reseñada tuvo un inmediato traslado a la zona de Reinosa por medio de la presentación de sendos planes de reestructuración en las dos empresas que mayor empleo generaban en la comarca: Foarsa (después Sidenor) y Westinghouse (luego Gamesa). De hecho, en la factoría más conocida por todos como "La Naval", nos fue presentado a la representación social un plan que, entre otras bondades, recogía una reducción de plantilla cuantificada en casi 500 trabajadores. Y todo ello, sin ningún soporte industrial serio. Simplemente, habían decidido que sobraban todas esas personas. La aceptación por el comité de empresa (en el seno del cual las Comisiones Obreras ostentaban la mayoría absoluta) de tamaño despropósito hubiera supuesto el principio del fin (ahora no habría "Naval"). Así pues, consciente el comité de que al principal medio de subsistencia de la comarca de Campoo acababan de condenarlo a muerte, establecimos una estrategia defensiva fundamentada en la presión, con la intención de lograr así una negociación en el horizonte de evitar, en primer lugar, que se produjeran bajas traumáticas, y en segundo término, impedir la extinción de la fábrica que hubiera acarreado la marginación definitiva de Campoo. Para ello, era preciso garantizar el futuro de "La Naval" mediante la implantación, por acuerdo de las partes, de un plan de viabilidad riguroso.

Lamentablemente, hubimos de afrontar la considerable envergadura del problema que nos había caído encima en absoluta soledad, sin ningún tipo de apoyo institucional (realmente, tampoco nos habíamos hecho ninguna ilusión en este aspecto dadas las inquietudes sociales que adornaban al entonces presidente autonómico). Si bien, tras las primeras escaramuzas, la dirección de la factoría reconsideró su intransigente postura inicial y se mostró proclive a pactar. Pero los gobernantes del Estado español no estaban dispuestos a dar marcha atrás en sus afanes de destruir empleo, como se vio en la vergonzosa, impropia de una democracia que se precie, toma de la ciudad de Reinosa por parte de los uniformados. Así es que, como decía, no nos dejaron otra opción que la lucha obrera. Y ahí sí. En ese momento nos vimos favorecidos y asistidos, además de los por los compañeros de "La Cenemesa" (tenían una tesitura parecida a la nuestra), por la gran mayoría de la población reinosana. Nos encontramos con una ciudadanía modélica, que acudía a las distintas manifestaciones que hubimos de convocar de forma multitudinaria (nunca vistas en esta región ni aún fuera de ella), miles de personas que desfilaban con un orden y un civismo ejemplares contra el desmantelamiento industrial de su valle, que exigían la pervivencia de la zona ("¡Reinosa quiere vivir!"). El pueblo (los habitantes de nuestros pueblos), bravo, animoso, hermanado con los obreros, respondió como una sola persona. Había entendido la magnitud del conflicto, comprendía el riesgo de desertización comarcal. Y, gracias a ellos, "La Naval", y "La Cenemesa", subsisten hoy en día. Y, gracias a ellos, nuestra vieja comarca sigue en pie. Porque el valle de Campoo está habitado por gentes trabajadoras, gentes pobres en su mayoría, pero, en modo alguno, pobres gentes.

Por el contrario, tal parece que determinada clase política padezca amnesia funcional, y así, continúan poniendo en cuestión lo ocurrido negando lo innegable. Lo que pretenden, realmente, es que olvidemos colectivamente. Pero nunca olvidaremos. (¡Cómo se puede olvidar el dolor!).

Desde la distancia impuesta por las tres décadas transcurridas, el hecho que más me emociona aún (aparte el sacrificio de Gonzalo), es el apoyo de los chicos del Instituto aún en los momentos más peligrosos, su toma de conciencia al comprender la problemática, haciendo gala entonces de una madurez y de una inquietud social impropias de su edad. Y ahora, algunos de ellos, son trabajadores (no todos los que quisieron pudieron y otros se han visto precisados, acongojados, a emigrar) de "La Naval". Que no duden esos obreros, ya con más de cuarenta años actualmente, que contarán con toda nuestra colaboración, con la incondicional ayuda de los ahora jubilados, en la protección a nuestra fábrica que, de nuevo, se encuentra en una adversa tesitura. Que seremos ellos como ellos fueron nosotros en la defensa de la supervivencia del centro de trabajo que continúa sustentando la economía de la comarca de Campoo.

Actualmente, al menos, tal parece que las instituciones cántabras no van a dar la espalda (como aquéllos predecesores suyos) a los trabajadores de la "La Naval", no nos van a dejar en la estacada a los campurrianos. De hecho, el Gobierno regional ha manifestado su intención de, a través de Sodercán, invertir en la fábrica en calidad de "socio institucional", lo cual, quiero creer, se traducirá en una inyección económica que permita acometer las inversiones imprescindibles tendentes a garantizar su viabilidad.

En cualquier caso, desde el conocimiento de las atípicas particularidades de "La Naval", debo manifestar que el porvenir de la factoría tiene que sustentarse en la continuidad, sí o sí, de las dos líneas de negocio que ostenta: las piezas (forjadas, fundidas, forja comercial, cilindros) y la laminación. Y tanto el actual accionista como los presumibles socios financieros y/o tecnológicos venideros, sin descartar, tampoco, a los tradicionales fabricantes de piezas con quienes (quizás) pudieran establecerse futuras alianzas, deben saber, y tomar nota, de que la empresa es indivisible.

A los efectos antedichos, me ciño a la máxima (creo que de Gramsci) que, más o menos, dice: "No heredamos la tierra de nuestros padres; se la hemos pedido prestada a nuestros hijos". Así es que se la tenemos que devolver a sus legítimos dueños. Íntegra. Y con el patrimonio inherente.