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Con mi compañera de color

Espaguetis

Espaguetis

Miguel Sainz continúa su viaje por Eslovaquia y pone Acento Campurriano a su paso por Bratislava y Poprad

El menda de la foto, David Unreich, fue un judío de Bratislava, procedente de una familia ortodoxa, que abandonó su formación como rabino para dedicarse a la lucha libre, actividad que practicó con notable éxito en los años 30, teniendo incluso que cruzar el "charco" para hallar nuevos retos. Y es que este coloso de 1.88 m de altura y 120 kilos, pronto se quedó sin rivales en Europa.

Sin embargo, lo más notorio es que coincidió en el tiempo con la ocupación nazi de los Sudetes, más o menos lo que hoy sería la República Checa. Aunque Eslovaquia quedó como un estado independiente, su gobierno no dejaba de ser un títere se Berlín y en él proliferaban los movimientos filonazis, los cuales, entre otras ocurrencias, tenían la costumbre de molestar y agredir a los judíos. Es aquí cuando nuestro amigo David, que adoptó el "nombre artístico" de Ben Shalom, y algún otro colega del gimnasio salían a dar una vuelta y de paso zurrar a los "Hlinka", émulos de los "camisas pardas" que pululaban por Bratislava. Se cuenta de él que desafió a Hitler a un combate en el ring para dirimir sus cuestiones.
Si en vez de tratarse del mequetrefe "ario" hubiera sido yo, que tengo una corpulencia equiparable, es bastante probable que el bueno de David no se habría puesto tan farruco.

No fue el único luchador que ha trascendido. Aquí nació también el deportista Imrich Lichtenfeld, creador de "Krav Maga", el arte marcial oficial de los cuerpos de defensa de Israel. La vida me da que no soy de meterme en líos.

Por cierto, como podéis apreciar en la foto del Memorial del Holocausto judío - del cual se computan 105000 víctimas en Eslovaquia-, es costumbre entre los miembros de esta comunidad depositar piedras, en vez de velas o flores, tanto en las tumbas como en los cenotafios, monumentos, homenajes, etc, por ser estos objetos imperecederos.

Bratislava no es una ciudad que atraiga por su belleza o monumentalidad, y menos aún sabiendo que está en centro del triángulo compuesto por Viena, Praga y Budapest...por eso hay que visitarla. Sin embargo, como este no-viaje era con fecha de vuelta prefijada, solo pude quedarme un par de días en la capital eslovaca.

El billete de segunda se corresponde con un asiento en un departamento de 6 plazas con cargador individual y wifi. En cualquier tren que sea capaz de recordar, esto sería una plaza de primera. Suponiendo que alguna vez haya viajado en primera, claro.

Dejamos atrás Trencin y su enorme castillo, bien visible a través de la ventana del habitáculo. Más adelante hacemos parada en Zilina, donde se baja una de las compañeras de trayecto, la tipa grandona de aspecto andrógino. Queda la señora con los dos simpáticos y rubicundos nietos.

A continuación bordeamos la orilla del lago de nombre imposible, previo a la localidad de Liptovski Mykulas y, a partir de ahí, la nieve ya pasa a formar parte del paisaje, en el que los densos bosques de abetos por los que el tren serpentea, de vez en cuando se abren para permitirnos contemplar esa cadena de los Cárpatos que componen los Montes Tatras y que se muestran hacia el norte en toda su majestad.

Tras cuatro horas y media llegamos a Poprad, el destino de hoy. Es el momento de planificar la estancia en esta zona para dos o tres días.

Lo primero será comer, que con la tripa llena de piensa mejor. Se suele pensar mejor. No es así cuando uno a las 7 de la tarde aún está indigesto tras haber engullido unos espaguetis con sabor a aceite mil veces quemado, con más compuestos cíclicos y aromáticos que un frasco de benceno. Me lo merezco: llegar hasta los Tatras para ir a dar un chino, no tiene perdón. No creo que el coronavirus tenga nada que hacer ante la sobredosis de dioxinas de la ingesta de hoy. Paradojas; esta mañana a punto he estado de perder el tren de las 8:13 por pararme a sacar una foto de una máquina de autoventa en la que el producto que se comercializaba era pasta fresca. Me resulta curioso, acostumbrado como estoy a ver únicamente la deshidratada.

Habida cuenta de que al día siguiente tenía intención de dar un paseo por la montaña, debería de haberme dedicado a planificar la actividad. En lugar de eso, la alternativa ha sido tomar un cercanías hasta Hrbienok, población tradicionalmente agrícola y ganadera y travestida en la actualidad en un "resort" de esquí en el que en sendas cúpulas se hace todos los años una exposición de esculturas de hielo. Mola el arte efímero. Molan menos los patinazos que he pegado en la bajada por aquella carretera convertida en una pista de hielo.

Ya era hora, coño, que llevo tres días pateando asfalto con las botas. Sí, chicos, por fin lo he hecho todo bien: madrugo, desayuno, cojo y el tren a Stary Smokovec, alquilo los crampones y el piolo y, contraviniendo las indicaciones de la melindrosa chavala de la oficina de turismo, echo a andar. Un paseíto de 6 horas y media para llegar hasta el refugio Teryho chata (léase "jata", albergue), situado justo por encima de la barrera de los 2000 metros. Decir que es febrero hay nieve desde los 1000 más o menos y que hace un frío que se caga la perra, lo cual es un estímulo para andar ligero, así que he llegado al último repecho pensando que echaba la hiel.

Cuando entras en el "refu", pides un "shocolat", te esperas que te pongan un Colacao, pero después de aguardar un buen rato, el guarda te sorprende con una una montaña de nata coronando el dulce licor, sabes que el guaperas eslavo ha sucumbido a los encantos del caramelito latino. Si es que voy provocando.

Y Monica Bellucci sin aparecer.