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Opinión

Blasones y un paseo

La historia se interrumpe si el patrimonio no se conserva, el olvido esconde lo antiguo como la maleza cubre las casas abandonadas

La villa amaneció plácidamente, un cielo azul, una temperatura agradable. Ángel de los Ríos decidió comenzar su paseo por el límite antiguo de la ciudad, cerca de la fuente de la Aurora. Con paso lento se dispuso a acometer la tarea prevista. Se ha propuesto estar atento, no enfilar la calle mirando al frente ensimismado en sus pensamientos, en esta ocasión vigilará las fachadas, esa media distancia que a casi nadie se le ocurre observar -que se cree conocer- a no ser que se lleve una guía o sea una visita turística.

Comienza reparando en una casa de sillería del siglo XVIII de una planta, pero eso le da igual. Mira fijamente su escudo en el centro de la casa. Recuerda los cuarteles, los campos, algunos de lises y otros ajedrezados. Todo un mundo de términos que se van quedando en un baúl de olvido. La heráldica y sus blasones representan la voluntad de trascendencia, de futuro de un linaje. Son patrimonio. Son historia.

En la antigua escuela de la fuente de La Aurora, un escudo está enmarcado, sin ningún pudor, por cables eléctricos y una caja de registro gris, no parece importar el apellido, ni lo que hay detrás de esas piedras labradas -nuestra historia- Ángel de los Ríos prosigue el pausado caminar y comprueba que cerca hay emblemas modernos, cincelados, tal vez, por los últimos canteros. Es una piedra aún joven, sin pátina, pero con esa misma intención de permanencia, como los sabores antiguos.

En Reinosa se entra de lleno en su propia memoria de nobleza y señorío cuando se llega a la plaza del Ayuntamiento, donde luce, rematando, el escudo de la antigua villa. Cerca, los blasones de las torres de la ciudad, Navamuel y Manrique y Navamuel y Calderón -tanto monta- pequeños, pero lastrados de gloria, de afrentas y luchas medievales.

El paseo prosigue hacia la casa del Marqués de Cilleruelo -la casa de Pano- limpia y cuidada muestra su heráldica, sus cuarteles, su simbología, sus coronas que casi se escapan de la fachada, apelando a los paseantes. Frente a esa demostración de orgullo se alza una gran casa, crecida desde sus primitivos sillares, donde unos ultramarinos y un café legendarios ocupaban la planta baja, que mantiene orgullosa un gran escudo que habla justamente de ese afán de trascendencia, de luchar contra el olvido.

Ángel de los Ríos, prosigue con la mirada a media altura, taciturna, y descubre pequeños emblemas mal cuidados, abandonados por propietarios o autoridades. Uno tras una farola, otro perdido en su vejez, y justo a la entrada de la calle, dos escudos esquineros, el primero casi desconocido y enfrente, el otro, invisible, humillado por una ingrata señal de direcciones viarias, maltratado por el poste que le roza rompiendo su piedra vieja, erosionando su leyenda. Nadie advierte su importancia, es el escudo de los Calderos o Bustamante. Nadie se fija en él, al igual que en las tres fachadas, casi tapias ya, que quedan de la Casa de las Princesas...

Más adelante, la iglesia alberga varios blasones y entre ellos señorea el antiguo escudo de España, el cielo sigue azul, o azur, como se dice en heráldica, esa disciplina de estudio casi arrinconada. Ángel de los Ríos se lamenta de la falta de sensibilidad de los vecinos por la historia y el patrimonio de su pueblo.

Pasando el puente comienza la etapa de la próspera Reinosa carreteril. A los lados de la amplia vía, solemnes y sólidas casonas -aumentadas en su altura en las primeras décadas del siglo XX- muestran vanidosas sus linajes en piedra. Mirándolas fijamente y escuchando en la quietud de la mañana, aún se puede oír el cincel sobre el sillar y el murmullo de la vida de esos ricos comerciantes que emulaban la hidalguía con piedras bien talladas. La Casona es la representación del poder y el querer de la dinastía orgullosa de los Ríos y Velasco, que hicieron de su gran escudo el sino de su prosapia y para perdurar en la historia y en la leyenda nació la Niña de Oro.

Cerca, los Cossío dejaron el mayor y más moderno rastro de nobleza, confiando sus armas y abolengo al cuidado de dos leones enfrentados, que vigilan con celo la historia de la familia y defienden su ruina con dignidad. Triste es que esa zona, sea quizá mañana un extenso solar vacío y yermo...

Ángel de los Ríos lee una esquela de una mujer, sin hijos, todos sus hermanos muertos, sin progenie que se aferre al futuro. Entonces recuerda una antigua casona donde un escudo se quedó sin esculpir, solo queda un yelmo y ese enigma vacío encuadrando el pasado como esa esquela que cierra una estirpe.

Un paseo de pocos metros con más de veinte escudos que cuentan una historia y que aún es visible y está escrita en las fachadas de la ciudad.

Como escribió León Felipe... ¡Qué lástima que yo no tenga una casa! Una casa solariega y blasonada...
La historia se interrumpe si el patrimonio no se conserva, el olvido esconde lo antiguo como la maleza cubre las casas abandonadas.

*Daniel Guerra de Viana (Reinosa, 1969): Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Cantabria. En los años noventa codirigió la revista universitaria Catacumba. Su prolífica obra está recogida en numerosas publicaciones así como en periódicos. También ha sido editor y el coordinador de Cuadernos de Campoo entre los años 2000 y 2013, una publicación indispensable que durante más de 15 años compiló y dio a conocer la historia, la geografía, el arte, la etnografía, etc. de Reinosa y la comarca campurriana. Laboralmente fue el coordinador general de la revista "Guía Cantabria del ocio", editada por la revista "Usado Cantabria"; profesor en el colegio San José-Niño Jesús de Reinosa; o jefe de estudios de la Escuela Taller de Reinosa hasta 2002. Posteriormente imparte clase en diferentes IES de Cantabria, entre ellos el de Nuestra Señora de Montesclaros.*

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