Estaba infoxicado, o eso escuchó en un vídeo de YouTube. Él se creía todo lo que visualizada en redes sociales, aquella "plaza del pueblo virtual" que no cesaba en su empeño de causarle dolores de cabeza y quebraderos en el alma.
Y él, tan débil de piel, como le decía su madre, o de espíritu, que repetía el hermano Simón en la catequesis, seguía canturreando esas retahílas entonadas desde los 15 a los 29, acompañadas por el chasquido de dedos que le calmaban la ansiedad ganada al paso y al peso de los años.
Estaba infoxicado e intoxicado. Intoxicado de pastillas, azules y rojas, estilo Matrix, que no hacían más que presagiar en los demás que aquella situación había empeorado notablemente su delicado estado de salud tras la salida del colegio ("de educación diferenciada, hijo") al que quedo sujeto tras la imposición de un padre autoritario y machista.
Notaba el sudor cubriendo su frente. Hacía días que había conseguido que la camiseta no se quedase empapada en la zona baja de la espalda al acercarse a la puerta de entrada.
El pasillo era su zona de confort, cerca de la cama que le garantizaba una seguridad extrema en sus delirios y a dos metros de la casilla de salida, lo que le otorgaba el poder de creerse curado e invencible.
Leyó que la sudoración era la liberación de un líquido salado de las glándulas sudoríparas del cuerpo. Pudo ser en un artículo colgado en Facebook, o a través de un enlace que vio en la cuenta de Twitter de ese gurú que prometía la curación mediante billetes de 100 euros ingresados en su cuenta bancaria.
No recordaba dónde había visto ese texto, pero cada vez que releía la explicación en la captura de pantalla que permanecía guardada en su galería de imágenes del iPhone, una y otra vez, en su cabeza, de manera machacona e insistente, se agolpaban los bichos de nariz roja de Érase una vez... La vida.
Se los imaginaba escarbando en su espalda con sus diminutas uñas puntiagudas sin quitar esas sonrisas de hienas; primero arañaban la piel, luego se daban el festín en los músculos, el siguiente paso era columpiarse en los tendones, hasta llegar a algún hueso para roerle sin compasión.
Pequeños, minúsculos, imperceptibles, pero aun así parecía que podía escuchar sus vocecillas: "Jódete, habías superado tu agorafobia y ahora viene una puta pandemia mundial".
*BenHur Valdés Llama (1985). Periodista desde hace algo más de una década. Ahora en la Asociación Desarrollo Territorial Campoo Los Valles. Aprendiz de escritora. Justas Literarias, José Calderón Escalada, José Hierro, Langarita. Springsteeniana a media jornada.
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