Hace unos días me enviaron unas imágenes reconvertidas de una cinta de Súper 8, olvidada en una caja y rescatada del desván, que el paso de los años había difuminado de mi memoria. Y, como desde esta balconada la visión es extensa, propongo en esta ocasión, echar un vistazo al pasado.
Volví a observar el movimiento, esas voces apagadas, las risas sin sonido disfrazadas con música, que me devolvieron aquel aire limpio y suave y, a rachas, un perfume pequeño a colonia infantil, a nocilla, a pan con azúcar y a tigretón, que se fue acrecentando para revivir años heroicos, perfilados en el terrotorio de lo entrañable, de lo acogedor y familiar.
A pesar de la distancia en el tiempo, casi cuarenta y cinco años, a pesar de esas bocas que vocalizan sin decir nada, he recordado cada palabra, cada golpe de balón, el chispazo del gas de la Coca Cola cuando desenroscábamos precipitadamente el tapón, el ruido de la soga rasgando el asfalto y la algarabía de gritos, canciones y risas de más de veinte niños jugando libremente en la calle. Porque el silencio también tiene voz, una voz cálida y acogedora que no se puede olvidar.
Hemos crecido por un camino entre orillas, la del Ebro y la del Híjar, con la libertad que otorga la calle. El mapa del mundo se dibujaba por barrios, los de Sorribero, Vidrieras, La Florida, La Plaza, las Eras, Mallorca... Cada cual teníamos el propio, el mejor, defendible ante los otros, con el orgullo que se siente al formar parte de una entidad que te acoge y de la que formas parte. Y, a veces, por ese mapamundi viajábamos como conquistadores realizando incursiones en el territorio de los otros.
Cabría cuestionarse, ahora, con los años ceñidos por el paso del tiempo, si el progreso no ha cercenado esa libertad, y las redes sociales nos han recluido en casa. Las pandillas callejeras han dado paso a los juegos interactivos online, las carreras, a la silla del ordenador, las cuerdas, la de saltar y la de la trompa, se han convertido en móviles y tablets.
Y es que, en ese momento no éramos conscientes del poder que tenía una soga, una goma o un balón. En cuanto alguien blandia uno de estos tres elementos, en un instante surgía el espíritu de equipo, de diversión compartida, de compañerismo y también de rivalidad, pero como en Fuenteovejuna todos a una, unidos por la mirada, por la suerte de reconocerser y hablarse cara a cara. Bastaba un gesto para que rápidamente revoloteara un grupo de niños en torno a ese balón cualquiera o bajo esa cuerda surgida de una cartera desconocida.
¡Que he dicho 45 años, cuando pasaron tan rápido! . Ese asombro es propio de quien envejece ineludiblemente, con la certeza fatal de que la infancia es ya un amanecer lejano y que la edad es una desescalada de vértigo bajo el dictado del calendario. Ya a Unamuno esa fugacidad lo tenía en vilo, obsesionado por el tiempo, por la vida convertida en un sueño. Porque, que supone ese trayecto de apenas cincuenta años, sino un suspiro en la historia de la humanidad. Evidentemente si lo miramos desde la perspectiva del progreso reconocemos que es el periodo con más cambios y transformaciones que hemos sufrido. Grandes avances que nos impulsan hacia adelante con propulsión supersónica. Sin embargo, desconocemos las consecuencias a largo plazo, es posible que estemos dictaminando nuestra sentencia de muerte, al menos, ecológicamente hablando.
Pero ese es un asunto para debatir en otros foros. De modo que yo me quedo con la poesía de Gabriela Mistral
" Los astros son rondas de niños, jugando la tierra a espiar/.Los trigos son talles de niñas jugando a ondula, a ondular.
Los ríos son rondas de niños, jugando a encontrarse en el mar/ Las olas son rondas de niñas jugando la Tierra a abrazar..."
Me quedo con los elementos que nos forjaron la personalidad, la soga, las carreras, los balones, el ruido de las canicas al chocar, las postillas persistentes en las rodillas y el olor de hierba recién segada de una tarde de verano., montados en bicicleta para darnos un baño en el Pantanodel Ebro, Riaño o Villacantid. No en vano, me quedo con la colección de mapas emocionales que conforman nuestro atlas infantil. Eso sí, sin dejar de mirar al horizonte, al futuro, pero mirandolo de reojo y con precaución.
Es cierto, estamos en la calle , en un lugar llamado infancia, donde no existen las obligaciones, las agendas ni las prisas. "Tan sólo vive, amiga, amigo", susurra una voz en mi oído.
¡Cierto!", me vuelvo a responder a mi misma , como acabo de comprender, dando a entender que sí, que esa voz tiene razón, es bueno volver a ser niño de vez en cuando. Y recibo el cálido abrazo de todos mis amigos y amigas desde el otro lado de la pantalla.
*Pilar Lorenzo Diéguez estudió Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado en el Diario Montañés y en la Agencia EFE. También dirigió el Periódico El Cañón de Reinosa. Actualmente trabaja en el Servicio de Administración de Hospital Tres Mares. Además, desarrolla su afición, la escritura creativa, escribiendo relatos, reconocidos con algún que otro premio literario.*