Recuerdo cuando era pequeña cómo me gustaba sentirme del sitio donde había nacido y crecido. Y recuerdo también cómo un amigo de mis padres me hacía rabiar diciendo que yo no era realmente de allí, si no de otro lugar, de aquél de donde eran mis padres, mis abuelos, mis tatarabuelos... y así hasta el infinito. Rabiaba porque ese sentimiento de pertenencia a un lugar es visceralmente emocional y a mí me daba igual de dónde fueran mis progenitores o las 70 generaciones precedentes. Yo era de mi barrio, de mi ciudad y de mi colegio, y lo demás bien poco importaba.
Y sigue sin importar, porque el arraigo, el sentimiento de pertenecer a un sitio, no lo da ni la partida de nacimiento, ni el padrón, ni el lugar de residencia. Cada cual se siente de un sitio o de muchos, incluso de ninguno, y ahí no hay administración que pueda regular nada.
En cierto modo, sentirse arraigado en un lugar es, además, un privilegio de quienes hemos disfrutado de una vida más o menos estable, en la que no te has visto en la necesidad de desplazarte forzosamente por falta de trabajo y recursos o a causa de conflictos. Y solo hay que mirar un poco en casi cualquier dirección para darse cuenta de los millones de personas que no gozan del "privilegio" del arraigo ni de muchos otros.
Ahora bien, esgrimir el arraigo como condición necesaria para la participación en la vida en común es un absurdo descomunal: quien no se sienta vinculado emocionalmente a un territorio y asuma como propios el futuro del mismo y el bienestar de sus habitantes, difícilmente va a querer implicarse en sus asuntos; y de momento, en España, no hay ninguna ley que obligue a hacerlo.
Por suerte vivimos en una sociedad en la que una gran parte de la ciudadanía se implica de forma activa y voluntaria en, precisamente, el bienestar de nuestras comunidades y la mejora de sus pueblos y ciudades, y eso se hace todos los días sin permiso ni registro de ninguna Administración y mucho menos de la política.
A pesar de ello, algunas personas sienten la permanente tentación de utilizar el arraigo como autorización para algo, o lo que es más grave, para cuestionar, mermar, o restringir derechos que son de todos y todas y en los que el arraigo no tiene nada que ver, puesto que no es ningún estatus administrativo o legal.
Esto, además de peligroso, es absolutamente ridículo cuando se produce en lugares como el medio rural donde los problemas derivados del envejecimiento de la población y la migración hacia núcleos urbanos, resultan en serias dificultades para el mantenimiento de servicios y de la propia economía de esas poblaciones. Precisamente en lugares así es donde más debería fomentarse y favorecer la participación de todos y todas, sin importar de dónde proceden o el tiempo que lleven vinculados a nuestro territorio.
Oír apelaciones a ser de un sitio "de verdad" o "de toda la vida" me da escalofríos como poco, y casi siempre vergüenza ajena, especialmente cuando es en boca de representantes políticos, que lo utilizan para deslegitimar a sus rivales o como estrategia para prevenir una derrota incluso antes de las urnas. Aún está fresca la sorprendente y bochornosa moción aprobada por el pleno en Reinosa en la que se solicitaba a las fuerzas políticas que presentaran candidatos a la alcaldía a "naturales de Reinosa o que tengan un arraigo de residencia suficiente". Moción nula de pleno derecho y que además inducía a la vulneración de varios derechos recogidos en la Constitución y en la Ley Orgánica del Régimen Electoral General. Aún no han explicado quiénes votaron a favor, con qué artilugio pensaban medir tal arraigo.
Actitudes como ésta, combinadas con otras igual de ridículas y muy cínicas, como la "compra" de deportistas por parte de los estados o la "adopción" de personas de éxito y prestigio como naturales o vinculadas a nuestra ciudad o pueblo, porque su éxito de repente es el nuestro (en seguida se le busca el apellido o la ascendencia), son dos ejemplos de la explotación de un sentimiento, que es privado de cada individuo, para fines espurios e interesados.
Mejor sería para el conjunto de la sociedad y para el futuro de nuestros pueblos y ciudades fomentar la empatía, la solidaridad, la participación y la puesta en valor de lo común, que no apelar al rancio abolengo y al arraigo.
Patricia Zotes (integrante de Reinosa en Común, REC)