- Cultura
- 29/03/2022
- Miguel Sainz
Un viaje cuyo primer día comienza como se indica en la foto, tras pisar una baldosa trampa mientras me dirigía a la estación, sin salir aún de Reinosa y cuyo segundo día acaba con una soberana mojadura, en un país en el cual la pluviosidad es tan limitada que ni siquiera hay cauces fluviales permanentes, no tengo claro que prometa mucho. Afortunadamente, no hay mancha que no se vea eclipsada por la natural apostura del caramelito viajero. Otra cosa será el siete que me hice en el único pantalón que llevo y que la cinta americana se esfuerza en disimular. Estos de Ryanair y sus menguantes limitaciones en el tamaño de la mochila, me han forzado a estrujarme las meninges tratando de acomodar los diferentes afeites y productos de belleza que, incondicionalmente, han de ocupar un hueco en el equipaje de todo metrosexual, obligándome a prescindir de ropa de recambio. Cuestión de prioridades.
El vuelo llega a la 1:20 am, la hora programada, pero el último autobús ha salido 15 minutos antes, a la hora programada. Los chipriotas son "asín". La temperatura es buena a esa hora de la noche, el camino es junto al mar y las luces de la ciudad se vislumbran a escasos kilómetros. El viento que sopla procedente del Mare Nostrum no hace presagiar nada a este lobo de mar, como tampoco al puñado de viajeros de diversas nacionalidades que emprenden la marcha. En fin. El resto de la historia es fácil de imaginar, pero resumo: los cielos se abren.
En la fachada de discreta catedral de Limassol ondea la bandera griega, al igual que en un buen número de edificios, tanto públicos como privados. Diría que se ve más que la chipriota. Mientras un meticuloso sacristán subido en una escalera limpia con paciencia infinita las lámparas del abigarrado interior de la seo, una joven -de mi edad- entra con un manojo de velas. Antes de alcanzar el lugar en el que procederá a encender el fuego purificador, hace un recorrido deteniéndose frente a numerosas imágenes a las que besa con devoción y ante las cuales realiza una serie de genuflexiones. A los templos se acude a pedir o a dar las gracias. En su caso tiene que lar la primera de las opciones, porque, con lo fea que es la condenada, poco le tiene que agradecer al Hacedor.
Superada por Nicosia y Limassol, Lárnaca, en el sur de la isla, es la tercera ciudad en población y en sus inmediaciones se ubica el principal aeropuerto del país, tras la destrucción del internacional de Nicosia, la capital, durante la guerra que partió el partió el país en dos en 1974 a raíz de la ocupación turca. Por encontrarse este último en una posición próxima a la frontera y ser por ende un punto vulnerable, se renunció a su rehabilitación.
La localidad se enorgullece de haber estado habitada de manera ininterrumpida en los últimos 4000 años, aunque hay vestigios que indican que los primeros pobladores se asentaron hace ya más de10000. Su establecimiento como ciudad tuvo lugar hace unos 2300 años, por los fenicios, sin embargo, al igual que en el resto de la isla, debido a su posición geográfica, por ella han pasado persas, egipcios, griegos...y británicos, cómo no. Estos hasta 1960, cuando Chipre proclamó su independencia. Sus mañas han perdurado en el tiempo, pues, además de emplear esos voluminosos enchufes con 3 contactos rectangulares dispuestos según los vértices de un triángulo, y de conducir por la izquierda, la isla se ha convertido a un lugar de acogida. No, no de sirios, que ¿viven? a poco más de 100 kilómetros, sino de millonarios rusos con necesidad de lavar dinero y de "influencers" de nuestros días con escasas ganas de contribuir al bien común. Sí, Chipre tiene un sistema fiscal que, por su descriptible transparencia, roza lo que denominaríamos un paraíso fiscal.
Ya lo hemos visto en otros lugares como Azerbaiyán, donde la enseña turca era tan numerosa como la del propio país, o en Armenia, una de las pocas exrepúblicas soviéticas que aún es filorrusa; cuando el enemigo exterior es real y poderoso, mejor tener un "primo de Zumosol". Aquí ese papel le ocupa Grecia, por ello la profusión de banderas con franjas azules y blancas.
Quizá el lugar más emblemático de la ciudad sea la hermosa iglesia de San Lázaro, construida en el siglo X para honrar al hermano de María y Marta de Betania, a quien Jesucristo ordenó caminar y de quien la tradición oriental ortodoxa afirma que, huyendo de la persecución de los judíos, se asentó en la isla de Chipre deviniendo en el primer obispo de la ciudad.
Sí, Lárnaca también tiene nombre en armenio. El memorial construido en el inacabable paseo marítimo nos recuerda que, huyendo de la matanza perpetrada por los turcos en 1915, en pleno colapso del Imperio Otomano, contra este pueblo maldecido por la historia, muchos ellos arribaron a Chipre a través del puerto de la ciudad en que hoy nos encontramos, tratando de escapar de una muerte más que probable. Junto a la iglesia de su confesión, la de San Esteban, en cuya entrada hay, cómo no, una "khachkar" (lápida funeraria propia de esa nación), se halla un colegio armenio. Los párvulos corren, gritan, juegan al pilla pilla, se caen y se levantan. Como todos los niños que he visto allá donde he estado. Qué cosas. A este paso, salvo que un mal testerazo me deje "tontu", nunca me haré nacionalista.
También por Lárnaca, como por un buen número de ciudades chipriotas pasaron los mercaderes de la hermosa Venecia en su época de dominio del comercio en el Mediterráneo y cuya impronta ha permanecido a lo largo de los siglos. Es hoy el día en que su emblema, el león veneciano, se repite en forma de escultura en numerosas ubicaciones, tanto públicas como privadas. No os va a ser fácil hacerme bajar del burro de la suspicacia, pero tengo la impresión de que tal iteración, más que por una razonable filia a lo veneciano, es causada por la fobia a lo otomano, pues fue este último imperio el que dominó la isla hasta finales del siglo XIX, durante 300 años, prohibiendo la presencia pública de las representaciones del félido.
El lago salado nos hace evocar otros lugares que algunos, hasta ahora, solo habíamos contemplado en la pantalla de un ordenador. Separado algo más de un kilómetro del mar, pero ligeramente por debajo de su nivel, el agua de este se filtra, haciendo que durante medio año se inunde, constituyendo un humedal de gran valor ornitológico. El tiempo restante, por ser más importante la vaporización que el aporte, el Mediterráneo se repliega, dando lugar a esa planicie que permanecerá otros seis meses, dejando una costra blanca del preciado cloruro.