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El Paraíso de los Corazones Olvidados

Calor, sol, enfermedad… más sol, más calor… cuerpos deambulando por la sabana en busca de alimento, de cobijo… supervivencia. Diez años, miles y miles de enfermos, trece expediciones o quince o treinta… ya perdí la cuenta. Piedras y más piedras. Lisiados y más lisiados… a lo bestia… patologías africanas que te cagas… más calor. Horas y más horas de trabajo en el quirófano. Fotos. Sufrimiento. Ajeno y propio… allá en la dura e inhóspita llanura plena de rocas. Más fotos… Tierra. Roja. Como la sangre. Espesa, dulce y roja…

Y ahí estaba. Página tropecientos de un diccionario cualquiera. En la T de todo, de tonto, de todavía. Con T mayúscula y negrita, o negrota, eso sí.
Trauma. Del griego herida. Lesión duradera producida por un agente mecánico, generalmente externo. Choque emocional que produce un daño duradero en el inconsciente. Emoción o impresión negativa, fuerte y duradera.
Trauma. Ahora tengo un sinónimo nuevo, otro más que sumar al cuaderno de bitácora de las Nikon, para la recurrente acepción sensitiva…

Pies zambos, quemaduras, tibias en sable, brazos mutantes, piernas con el hueso al aire podrido y putrefacto, meninges descubiertas, tumores a punto de explotar, labios leporinos… lisiados y más lisiados. Regimientos completos. Largos días. Preciosas noches… Mosquitos, enfermos… más mosquitos. Lisiados y más lisiados. Por qué se vuelve? A África? A Togo? Pregunta absurda. Yo lo sé, tú lo sabes, él lo sabe… Hay cosas en la vida que son, porque sin ellas no estaría tan viva la puta vida. Vida viva vivida… y bien vivida. Al límite. Como nuestra querida África. La de verdad. La que duele y raspa la traquea al tragar. La del dolor, la amistad, la solidaridad y el desconsuelo. La de Oasis… África. Seis letras, una tras otra. Diez años. Uno tras otro. Otro tras de uno. Tic-tac, tic-tac. El tiempo pasa. La vida pasa. Pasa por uno o uno pasa por encima de ella… desde dentro… desde lo más profundo… como ése África que una vez nos sedujo y del que ya no podemos -ni queremos- renegar… y mucho menos olvidar.
Como alguien mucho más sabio que yo, y que colocaba los adjetivos en su justo lugar, dijo: “La luz irrumpe donde ningún sol brilla, donde no se alza mar alguno, las aguas del corazón impulsan sus mareas. Allí donde crece el mal, crece también lo que nos salva”.

Oasis… pleno de alegría. Sonrisas furtivas… Bonita luz.

Antonio Aragón Renuncio,
Burkina Faso 2017

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