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Análisis

Las Marzas

Las Marzas

Extracto del libro escrito por Antonio Montesino sobre el tiempo de marzas

La etimología

En el año 1910 aparece por vez primera la palabra "marza", en un diccionario de la lengua española, que daba dos acepciones de la misma: a) copla que en la Noche-Buena, en el Año Nuevo y en la de los Santos Reyes, van cantando por las casas de las aldeas, por lo común en la corralada, unos cuantos mozos solteros; b) obsequio de manteca, morcilla, etc., que se da en cada casa a los marzantes para cantar o para rezar.

Posteriormente, en el año 1925, el Diccionario de la Lengua Española, definía las martas, de la siguiente manera: "marzas (de marzo), f, pl. Coplas que los mozos santanderinos van cantando de noche por las casas de las aldeas, en alabanza de la primavera, de los dueños de la casa, etc. 2. Obsequio de manteca, morcilla, etc., que se da en cada casa a los marzantes".

El tiempo de las marzas

El tiempo o más exactamente los tiempos de celebración de esta modalidad de canto petitorio, a pesar del carácter restrictivo que a este respecto se observa en la anterior definición, eran: los meses de diciembre (noche de Navidad y Nochebuena); enero (Año Nuevo v Reyes); febrero (la última noche); y marzo (el primer día o viernes del mes).

La última noche de febrero y la primera de marzo, eran las dos fechas que definían las marzas en su sentido restringido. Aunque también se practicaban modalidades estructuralmente semejantes a este tipo de canto (que incluso reciben, en algunos casos, la denominación de marzas), en otras fechas del año como sucedía en carnaval (el martes): la Cuaresma (los domingos después del toque de oración); la Pascua de Resurrección (Sábado de Gloria o Domingo de Resurrección); el primer o tercer día de mayo (existe una analogía entre algunos cantos de las marzas de Soba, Junta de Voto y las cancioncillas dedicadas a la maya-niña); y, en junio, los días de San Juan y, San Pedro."

Tras el hecho socio-histórico de la existencia de diferentes fechas para marcear, se encuentra la circunstancia cronológica de que, la práctica totalidad de las marzas, se hallaban enmarcadas en un tiempo común más amplio, como es el tiempo de invierno, que dota de cierta homogeneidad a los festejos celebrados en él: y que, curiosamente es, por extensión, también un tiempo de carnaval.' Festejo este último, con el que las marzas v sobremanera cierta modalidad de ellas (las de enmascarados del valle de Soba), guardan visibles semejanzas morfológicas. Es más, a mi juicio, como tendré oportunidad de demostrar, las marzas tienen cierto parentesco estructural y funcional con las mascaradas de principios de año (la Vijanera) y, en determinados aspectos, con algunas comparsas de mozos que por antruido salen a recorrer las calles de las aldeas, cumpliendo idénticas funciones socio-rituales.

El espacio festivo

El espacio geográfico de las marzas cántabras comprendía la práctica totalidad de la región, siendo las áreas interiores las de mayor densidad de celebración. En la actualidad, por distintas razones, que en su momento analizaremos, el mapa de este tipo de cantos de mocedad, ha quedado considerablemente reducido." Esta circunstancia, producto de la desarticulación de las prácticas marceras, es la razón por la que he preferido emplear los tiempos verbales en pasado al referirme a las acciones rituales, con la finalidad de reflejar el cambio cultural producido en Cantabria durante las últimas décadas.

Dentro de los núcleos poblacionales en los que se organizaban las marzas, el ámbito espacial intracomunitario de presencia y recorrido de los marzantes, durante las acciones de petición, estaba conformado por los portales v estragales de las casas y también los corrales o corraladas (en algunas casas era frecuente que la cuadrilla de marzantes penetrara hasta la cocina), las calles de las aldeas y los diversos barrios de la comunidad, si ésta era polinuclear. Igualmente, existían grupos itinerantes que deambulaban por las diferentes aldeas de un mismo valle, de distintos valles, incluso, por valles de otras provincias, cuando los vecinos de las localidades consentían su presencia. Las comidas, meriendas y cenas de marzas, se desarrollaban en espacios interiores de una casa del vecindario, en algún local del Concejo o en el comedor de la taberna.

División tipológica de las marzas

Al hacer una división tipológica de las marzas, en la que se sistematicen sus diferentes variables, ya que en cada valle y aún en cada pueblo tienen las marzas distintos modos, títulos, melodías Y letras. Encontramos, en una primera instancia las marzas con ramasqueros o zarramasqueros (personajes disfrazados y, en ocasiones, enmascarados), de las que son un ejemplo las del valle de Soba y las marzas ordinarias (sin elementos disfrazados), que son la casi totalidad. Una segunda instancia, abarcaría la totalidad del fenómeno marcero, estructurado con arreglo a tres ejes fundamentales: a) el tiempo de celebración: Pascuas de Navidad, Pascuas de Año Nuevo y de Reyes, marzas marceras (última noche de febrero y primeros días de marzo), marzas de Cuaresma y Pascuas de Resurrección: b) su conformación: marzas cortas, si sólo se cantan las coplas marceras y marzas largas si se añaden los Mandamientos, las Obras de Misericordia o los Sacramentos de Amor, cuando se canta en la casa del cura y de los vecinos que han sido espléndidos o si hay una moza en edad de casarse, a la que se pretende elogiar o cortejar; c) el contenido de las coplas respecto al vecino destinatario: galanas o floridas, si responden a un recibimiento hospitalario y solidario y rutonas de ruimbraga o de ruinvieja, si pretenden satirizar v censurar la tacañería, el engaño y la actitud insolidaria con la que, en algunas casas, se solía acoger la presencia de los marzantes.

Los grupos portadores del ritual

Los grupos festivos estaban compuestos por varones, ya que "la ley y la costumbre de las marzas no consienten más que a mozos solteros'', por ser este "un derecho indiscutido de todo mozo soltero" (a excepción de las Pascuas de Resurrección, en las que suelen intervenir cuadrillas mixtas de mozos y mozas). Estos grupos que constituyen el principal soporte organizativo y estructural de las marzas, estaban formados por cuadrillas o comparsas que reciben los nombres de marzantes, marceros o "pascueros" (cuando salen por Pascua). A veces estas cuadrillas de marceros, si los mozos tenían conflictos entre ellos y no salían a rondar, eran sustituidas por comparsas de hombres casados que cantaban las marzas y comían "las pergüas", haciendo tantas travesuras como los mozos. En algunas fechas, cantaban las marzas también grupos de niños. Internamente la cuadrilla de marzantes se encontraba conformada por el presidente, mozo viejo, regidor, caporal o amo (mozo soltero de más edad), que tenía la máxima autoridad dentro del grupo; los quintos del año; un conjunto homogéneo de varios mozos' de edades similares, de un mismo ámbito intracomunitario e igual estatus social: y aquel o aquellos jóvenes que ese año entraban a mozos v marceaban por vez primera, cumplidos los quince o dieciséis años y pagada "la patente", la cuota o los derechos: pago en metálico o en cántaras de vino, que daba al novicio el derecho a marcear y poder echarse novia, a partir de entonces. Todos los mozos se encontraban unidos por su identidad sexual, vínculos de amistad y parentesco, proximidad espacial de residencia, igualdad social y moral.

Los nuevos mozos eran presentados por el mozo viejo y debían superar una serie de pruebas rituales que la ronda les exigía; entre otras, el "examen de virilidad que, en la noche de marzas, habían de rendir los mozos entrantes ante la comunidad de solteros". En función de estos ritos de paso a los novicios se les asignaba un papel dentro de la cuadrilla: cargar con la cesta de pedir las marzas llevar el farol: realizar los hurtos rituales de verduras y hortalizas en las huertas del vecindario; limpiar la mesa de la comida de marzas, etc.

El mozo viejo era el encargado de coordinar y distribuir las funciones de los miembros de la cuadrilla de marzantes; armonizar sus voces durante los ensayos; pedir las marzas delante de las puertas de las casas del vecindario: y, una vez formados los corros de ronda.,'" solicitar la licencia o el permiso para cantarlas o, en su caso, para rezar a las ánimas.

En el interior de la cuadrilla se organizaban, con arreglo a las facultades cantoras de los miembros, uno o dos coros de mozos, debidamente seleccionados según las características de sus voces. Los menos dotados para el canto eran los encargados de cumplir la tareas de farolero (también solían iluminarse con velas) que actuaba de guía luminosa del grupo en la oscuridad de la noche: de cestero, bolsero, torrendero o torreznero, o ayudante del amo, encargado de llevar una cesta, un burro con alforjas, un cuévano u otro recipiente en el que se iban depositando los productos que donaba el vecindario.

"El dao", las dádivas o limosnas que se entregaban en metálico, solían ser custodiadas por el tesorero, el cajero o el mozo viejo que hacía también las veces de bolsero, así denominado por la bolsa ("el cepo") en la que metía el dinero (en algunas cuadrillas esta función la desempeñaba otro de los mozos mayores) y que, una vez finalizadas las marzas, rendía cuentas ante el colectivo del dinero obtenido al igual que el cestero debía recontar en público los alimentos recaudados y llevarlos a la taberna o a la casa, donde se organizaba la comida.

En algunos valles era costumbre nombrar el discurseador, cuya función consistía en pronunciar discursos al finalizar la cena o comida de las marzas.

Las cuadrillas o comparsas de marzantes "no vestían traje especial. Iban ataviados con la típica blusa del país, la faja encarnada, el pantalón estrecho, más bien corto que largo, y el pañuelo de pintas al cuello, anudado por delante. En sus manos llevaban el palo de acebo, rematado por una especie de bola, o sea, la cachiporra" (las mozas marceras de Pascua vestían de blanco con prendidos y cintas de colores) y se acompañaban de ramasqueros o galanes)." Igualmente podían llevar palos, cachavas y ahijadas; eso sí, debidamente labradas.

Los marzantes de Soba se acompañaban de los ramasqueros, se ataviaban con unos capirotes o capiruchos altos, de forma cónica, forrados con papel y engalanados con rosetas. En su extremo superior llevaban un rabo de cordero a modo de penacho. Sobre las espaldas colocaban una cubierta de piel de oveja o de buey, atada al pecho con cordeles y en ella sujetaban quince o veinte campanos, que hacían sonar al ritmo de los pasos lentos con que caminaban y ajetreaban el cuerpo.

En las manos portaban un enorme palo pasiego de avellano descortezado al fuego, pintado de negro con carbones o adornado con tachuelas. Este utensilio, les servía para avanzar ejecutando espectaculares saltos (la rama de acebo era más propio sacarla por Pascua, época en la que se admitía la presencia de mujeres en las cuadrillas de marzantes).

Los ramasqueros de Villar acostumbraban a cubrirse el rostro con caretas de cartón o piel de oveja.

Los restantes mozos del grupo vestían camisa, pantalones, alpargatas blancas, pañuelo, faja roja y utilizaban también palos.
Algunas rondas de marzantes, según los lugares y el tiempo, empleaban instrumentos musicales (aunque la costumbre más generalizada ha sido cantar las marzas sin acompañamiento instrumental, tales como: panderetas, carracas, pitos y acordeón (en las marzas de Navidad, Año Nuevo y, Reyes) berronas o berras, bígaros y campanos, como sucedía en las marzas rutonas.
La cuadrilla o el mozo viejo, nombraba uno o dos mayordomos encargados de gestionar todos los asuntos relativos a la comensalidad festiva y avisar a las mujeres del vecindario sobre quienes había recaído, por sorteo o votación, la tarea de preparar la cena de las marzas (cocinera de las marzas).

Ciertas villas urbanas poseían cuadrillas de marzantes organizadas con arreglo al estatus económico y social de sus miembros correspondientes. Duque y Merino recoge uno de estos casos: `'los marceros solían reunirse por barrios y por condiciones o diferencias sociales en la villa, sin que nadie hubiera hecho clasificación expresa ni se hallase en ordenanzas; las comparsas de cada barrio eran dos: una de señoritos (fuitos, que decían los otros); que pedía en las casas donde hubiera doncellas de vestido largo y mantilla de moco, y la otra de los mozos de chaqueta, que no dejaba de llamar a ninguna puerta que guardase moza de aparejo redondo. Ordinariamente aquellas comparsas no se estorban una a otra; cada una seguía su derrotero y cantaba o rezaba a su parroquia".

Las acciones festivas

Tras formarse los grupos para la fiesta se iniciaba el ritual de la petición de las marzas, mediante las acciones festivas que, en su forma tradicional, constituyen un complejo entramado de ceremonias que, a efectos metodológicos y para una mejor sistematización y descripción, voy a subdividir en distintos escenarios y prácticas festivas.

La primera acción ritual de las cuadrillas de marzantes era solicitar permiso: comunicar oralmente al alcalde., al cura y al maestro del lugar la celebración de las marzas. Una vez obtenida la licencia de la representación cívico-religiosa de la comunidad, el grupo recorría al anochecer las calles del pueblo, visitando todas las casas del vecindario sin distinción de estatus social. La salida de la cuadrilla solía efectuarse de la Casa Concejo; del corral de algún marcero o del pórtico de la iglesia.

Encabezados por el mozo soltero más viejo y acompañados del farolero y el cestero con su cesta de pedir las marzas, los marzantes abrían la ronda dejándose oír, mediante una algarabía de voces v relinchos (ijujús) o por medio del rezo de un Padre Nuestro o la Salve (cuando se partía de la iglesia). De este modo, anunciaban a la comunidad el inicio de la ronda y la alertaban, para que nadie se fuese a la cama antes de tiempo, del peregrinaje de los marceros por las puertas de sus casas. Al llegar el grupo a la puerta o al corral de un vecino, se detenía y el mozo viejo anunciaba la presencia de la cuadrilla con el saludo "a la paz de Dios, señores" o invocando el nombre de la persona principal de la casa- quien, a su vez, desde el interior del hogar, preguntaba: "¿quién llama?" o "¿quién va?", a lo que el caporal respondía: "¡los marzantes!" o "¿dan marzas?" Cuando el dueño abría la puerta (esta función la desempeñaba el varón cabeza de familia o en su ausencia "la mujer de la casa"), el responsable de la cuadrilla preguntaba: "¿cantarnos, rezamos o nos vamos?". El marcero zalagardón o "mozo viejo" de los que componían la ronda hacía la relación de los que le acompañaban, señalando los motivos de ausencia de los que comparecían habitualmente (cumplimiento del servicio militar, enfermedad. muerte...), y a continuación (si había habido algún difunto durante el año) rezaban por él así como por las obligaciones de la casa.

Según la situación particular de la familia, que por regla general conocían los mozos, se cantaba, se rezaba o se iban. Si en la casa había un enfermo grave, luto reciente o un dolor familiar (en casas con moribundos no se cantaban marzas) y sus miembros así lo pedían (la petición de rezo recaía sobre el ama de la casa), la cuadrilla de mozos, debidamente descubiertos, con las cabezas inclinadas y arrodillados, dentro del más absoluto de los respetos y formalismos, decían: "por las obligaciones de vivos y muertos en esta casa" y rezaban un Padre Nuestro o un Ave María por el alma del difunto.'' Si el dueño de la casa pedía que cantaran., al tiempo que les ofrecía un trago de vino (a veces con galletas), la comparsa cantaba las marzas en presencia de todo el grupo familiar existente, con arreglo a los cánones de la tradición, unas veces, completas: otras de manera fragmentaria. Y si había una moza casadera o un especial sentido de la hospitalidad, se cantaban las marzas largas, añadiendo al final los Sacramentos de Amor o los Mandamientos, a fin de prolongar la estancia con la moza. Algunos vecinos "transigían mejor con dar la choriza, que no con aguantar la serenata a voces solas, y les entregaban la dádiva relevándoles del cántico".

En determinadas zonas de la región, como ocurría en ciertos valles del Sur, los marceros entregaban, a cada mujer, un huso para que hilaran durante ese año. Este utensilio se hacía de una vara de acebo, con uno de los extremos terminado en tres puntas.
A cambio de sus cantos, los marzantes recibían "el dao", las dádivas o la limosna; es decir, un conjunto de donativos, en especie o en metálico, que la familia de la casa daba a los mozos. Estas donaciones consistían en productos comestibles: bebida, chorizo, manteca, tocino, morcillas, lomo. cecina., pan, castañas, nueces, huevos, patatas, etc., que entregaba la mujer de la casa: o dinero, que era donado por el varón cabeza de familia y la moza, en aquellos hogares donde las había.

En este último caso, el dinero respondía a la tradicional obligación que cada casa con moza casadera debía cumplir, bien a través del padre o bien directamente de la interesada, entregando a los mozos "el real de la pandereta", para adquirir o conservar su derecho a que le colocaran el ramo de San Juan y la sacaran a bailar en la fiesta patronal o en las romerías de la comarca. Del mismo modo, si los mozos no invitaban a bailar a una moza de una casa en la que se habían dado marzas, el pa¬dre tenía el derecho a negárselas el próximo año, cuando los marzantes fueran a pedirlas."

Una vez recogidos los obsequios por el cestero o torrendero que los recibía con expresiones como: "que las ánimas lo reciban", éste hacía una primera inspección acerca de la calidad, ya que a veces les engañaban dándoles huevos podridos, chorizo y tocino en mal estado o morcillas llenas de ceniza.'' La cuadrilla se despedía ofreciendo sus servicios: "que con salud nos den las marzas muchos años y saben donde nos tienen cuando nos necesiten" y exteriorizando su agradecimiento, a base de vivas al vecino donante, cuyo nombre se citaba "¡Qué viva don Fulano y toda su familia con salud y por muchos años!", con expresiones corno: "Aquí nos han dao, buen dao, ¡vivaaa! ¡vivaaaa" o "tío... tía... ¡ buen dado, buen dado, buen dado !"

Si "el dao" era escaso, en proporción con la riqueza socialmente considerada de la casa; los productos entregados estaban en malas condiciones o trucados (algunos vecinos; por diferentes razones, entregaban morcillas rellenas de ceniza, denominadas "panzorras", pan duro, huevos ponones de nidos y castañas carrias, es decir ruines. arrugadas y podridas), o sencillamente se rechazaba sin motivo la presencia de los mozos rondadores. Éstos respondían, a lo que consideraban un agravio, cantando las marzas rutonas, a través de las cuales se parodiaba y se escarnecía a todos los miembros de la casa o a alguno en particular, dándoles una cencerrada, con los campanos que para este uso solían llevar.

Así, se recorrían todas las casas de la comunidad, recogiendo lo que cada uno tenía a bien entregar, con arreglo a sus posibilidades, estatus social o generosidad. Ni que decir tiene que la fuerza interpretativa y la longitud de los cantos se dosificaba en función de la atmósfera que se creaba entre cada vecino y la cuadrilla v., cómo no, del propio cansancio del grupo, el cual, por encima de todo, tenía que cumplir con los habitantes del pueblo.

El tiempo de marzas era el momento del año seleccionado por la Sociedad de Mozos, para admitir oficialmente a nuevos miembros en su comunidad de solteros. Para ello, los que entraban ese año a mozos debían cumplir una serie de requisitos como eran: pagar una cantidad de dinero, a la que se denominaba "la patente", para la adquisición de vino; aceptar las funciones que les señalaba el mozo viejo, en razón a las facultades de cada uno. Los más dotados para la canción se integraban al coro como cantores., los menos dotados, cumplían tareas de farolero u otras por regla general de tipo auxiliar: algunas de un gran esfuerzo: llevar durante la ronda el cesto en el que se recogían las dádivas, conseguir leña y picarla para atizar la lumbre en la que se cocinaban las marzas.

Los nuevos miembros de la cuadrilla o primerizos.; eran presentados, en su calidad de rondadores v de mozos; por el mozo viejo a todos los vecinos del pueblo, señalando sus méritos y designándoles por sus respectivos nombres ti apodos. Aprovechando la ronda marcera se producía la entrada a moza de las chavalas que estaban en edad de ello. El rito consistía en recibir el espaldarazo de los mozos, para lo cual éstos debían decidir cantarle las marzas a las nuevas mozas. En algunos lugares, las mozas también tenían sus propios mecanismos de agregración al grupo de solteras, a través de la ceremonia de pedir "la gullurita".

Cuando por alguna razón (enfrentamientos entre los mozos) la mocedad, ese año, no salía a pedir las marzas, era costumbre que los casados., para no defraudar a la comunidad, sobremanera a niños y ancianos, se hicieran cargo de la ceremonia, después de haber dejado pasar un tiempo prudencial, que podía llegar a una semana, con la finalidad de ver si los mozos llegaban a un acuerdo y cumplían con el ritual. El desarrollo de estas marzas era igual que si se tratara de mozos; con una pequeña y significativa variante que consistía en advertir a los vecinos que lo hacen ellos porque los mozos están en el gallinero, dando a entender con eso que los solteros son unos cobardes, que no se atreven a salir de casa por la noche. A este tipo de marzas se las denominaba marzas de casados o, en el caso del valle de Polaciones, "las pergüas".

*Este texto es un extracto del libro "Las Marzas. Rituales de identidad y sociabilidad masculinas", del antropólogo Antonio Montesino González, al que se le han retirado las notas a pie de página para permitir una lectura menos técnica. Si quieres más información sobre la obra del autor y su proyecto cultural "La Ortiga" puedes visitar http://laortiga.wix.com/laortiga.