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Sociedad | Reinosa

El último albarquero

El último albarquero
  • El artesano Ramón Fernández echa la vista atrás y recuerda este oficio casi perdido

  • “Que no podamos obtener madera de la zona llevará a que la actividad desaparezca definitivamente”

Sus manos son el vivo testigo de años de labor, agarradas firmemente a un bastón de traza irregular fijan nuestra atención, lo hacen porque han sido esas manos las que arrebataron a capricho las formas a la madera. Tras 58 años volcado en uno de esos oficios que hoy damos en llamar tradicionales, Ramón Fernández vuelve atrás la mirada, recordando lo que fue el trabajo del albarquero.

-¿Te consideras un artesano de la madera?

-Me dediqué a trabajar la madera. Comencé haciendo albarcas y en ellas he trabajado en exclusiva casi hasta el final. En los últimos años amplié un poco la producción con rabeles, cachabas, cebillas, etc., pero la albarca ha sido siempre el producto más importante y al que más tiempo he dedicado. Así que, si me preguntas qué he sido, te diré que he sido albarquero.

-¿Ha sido un oficio dado por tradición familiar o se trata más bien de una afición adquirida con los años?

-No puedo hablar de tradición familiar, tengo un primo que trabajó la madera, pero el interés y los conocimientos los adquirí viendo a los artesanos de Reinosa, por ellos comencé a hacer albarcas con tan solo 14 años. Esa temprana afición se convirtió con el tiempo en un hobby que me relajaba y distraía, por ello lo pude compaginar siempre con mi trabajo.

-Resulta fascinante observar cómo de la madera en bruto se extrae la refinada pieza, ¿qué procedimiento se sigue?

-Hacer albarcas parece sencillo, pero lleva mucho trabajo. Lo principal es encontrar una buena madera de la que sacar un tajo (pedazo de madera cortado directamente del tronco). Siempre he utilizado abedul, olmo, manzano o haya, aunque sin duda la mejor es la de nogal. Después, a ojo, se saca la forma basta de la albarca y se procede a ahuecar y afinar la misma, perfilando y lijando la superficie hasta dejarla homogénea. Una vez preparada se inicia la talla, se colocan los tarugos y se termina aplicando una capa de barniz para dar brillo y proteger. El proceso es largo, se tardan unos tres días (trabajando unas 9 horas diarias) en elaborar un par.

-¿Es fácil encontrar en la zona una materia prima de buena calidad?

-Antiguamente la madera se cogía de los alrededores, en Campoo. Hoy esto es impensable porque está prohibido, con lo que en los últimos años tenía que traerla de Galicia, Asturias, Burgos o el Pirineo. El hecho de que no podamos coger madera de la zona es un problema, me aventuro incluso a decir que esta es la principal causa por la que el oficio de los albarqueros se perderá definitivamente. De hecho quedan solo unos 4 o 5 en toda Cantabria, yo he sido uno de los últimos.

-Las herramientas son, sin duda, otro elemento esencial en el proceso de fabricación, ¿las tuyas se adaptaron a la forma tradicional de trabajar la madera?

-Azuela, hacha, barreno, legra, cuchillo, gubia, tajadero... Son muchas las herramientas necesarias para la fabricación tradicional de las albarcas; son instrumentos tradicionales al servicio de un oficio con solera. Era habitual que algunos artesanos (especialmente los más habilidosos) se fabricaran sus propios aparejos, en mi caso todos fueron encargados a un fabricante de Puentenansa. No obstante, guardo con más cariño una de las piezas (de más de 70 años de antigüedad), lo hago porque fue heredada de mi padre.

Utilizando este tipo de aperos he tratado de seguir la forma tradicional de elaboración, aunque es cierto que la aparición de nuevas herramientas podría haberme facilitado mucho el proceso.

-Popularmente se han dado a conocer distintos tipos de albarcas en la región, ¿cuáles de ellos has elaborado?

-Que yo recuerde he hecho albarcas montañesas (con la punta centrada y acabadas en pico), carmoniegas (con la punta centrada y acabadas en punta truncada), las de Campoo de Yuso (parecidas a las montañesas) y las de Campoo de Suso (con la punta retorcida y apuntadas hacia un lado).

-¿Qué tipo de demanda tenías?

-Fundamentalmente eran pedidos para el Día de Campoo, aunque también recibí encargos de personas de toda Cantabria. Se trataba tanto de una demanda individual, como de agrupaciones al completo.
El trabajo no faltaba, al año llegué a hacer más de 55 pares de albarcas, además de los palos pintos, etc.

-¿Actualmente te siguen haciendo encargos?

-Casi a diario. Hay mucha gente que no sabe que me he retirado, otros simplemente esperan que confeccione el último par. Cuando me lo piden, suelo remitirles al artesano de Torrelavega o al de Carmona.

-¿Por qué decides retirarte del oficio?

-Hace ya un año que me retiré, lo hice porque es complicado seguir con ello, especialmente por el problema de obtener la madera. Mi taller se cerró, ya no tengo ese local, es triste porque allí pasé muy buenos ratos, pero sabía que en algún momento tendría que dejarlo.