Hace tiempo, cogiendo aire, nos encontramos con una carta incrustada en un roble. Estaba amarilla, con letra difusa por el paso del tiempo, pero sentida como el primer día. No correspondía leerla porque no era nuestra pero nos pudo la curiosidad. La abrimos con cuidado, la robamos un minuto y la pusimos en su lugar con la esperanza de que se dueña recogiera el guante:
Llego al principio de tus canciones
donde más me gustas
cuando todo me convence y me lanzo
donde la tormenta no amaina, me despeina y y me moja,
ahí me quedo,
En tu rato de verdad
tu me llevaste a La Lora a ver las estrellas
rompimos los relojes
y yo te acompañé al pozo,
el dolor ha secado ese agujero
no merece la pena buscar en un expolio
,estamos juntos para algo mejor
porque cuando yo abrí esa puerta
tu eras un cometa
...
La carta estaba firmada en 1993, tenía remitente y código postal, estaba escrita desde el pulmón.