Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar nuestros servicios. Si continua navegando, consideramos que acepta su uso.
Puede obtener más información, en nuestra Política de Cookies.

Deporte | Reinosa

"Subirse a una montaña es igual de bonito aquí que en Honolulú"

José Carlos Tamayo, alpinista, escalador, expedicionario.

Los aficionados a la montaña puede que recuerden a José Carlos Tamayo (Sestao, 1958) por ser uno de los alpinistas del programa Al filo de lo Imposible. A pesar de no coleccionar ochomiles ya ha subido seis. Conoce peor muchas ciudades que el Karakórum. Cordillera que ha visitado una docena de veces, y donde cada vez que corona una cima diferente, contempla con familiaridad los picos del horizonte que ya ha pisado.

No se considera un eremita, pero sigue disfrutando del tiempo y el espacio que solo consigue en la naturaleza. Ha estado en Yosemite, Patagonia, Mali, Jordania, India, el Himalaya, Argelia o La Antártida, pero cree que no es necesario irse muy lejos para disfrutar de las montañas, y los Picos de Europa es un magnífico sitio para pasar el día.

Aunque la tecnología haya evolucionado y facilitado la consecución de estas gestas, prefiere no "hacer trampas", y sigue sin contemplar la posibilidad de ascender con la ayuda del oxígeno. En "las épocas fuertes de la tele" pasaba medio año en expediciones. A día de hoy, con una mochila abarrotada de horas de avión, países, culturas, retos y kilómetros -tanto lineales como verticales-, confiesa que disfruta contemplando una puesta de sol en un desierto, o vivaqueando al aire libre con la casa a las espaldas, "esa vida zíngara que rejuvenece".

- El Karakórum es una de las cordilleras que mejor conoce, ¿qué le ofrece ésta que no tengan otras como por ejemplo el Himalaya?

- No es que ofrezca más, es que ofrece otras posibilidades. Es un terreno de juego muy variado de seismiles, sietemiles y ochomiles en poco terreno. Una longitud de apenas 500 kilómetros con más de 133 montañas que superan los 7.000 metros de altura. Son paredes grandes, vertiginosas, de escalada. Es como comparar los Pirineos con los Picos de Europa, que son torres más esbeltas y que están más concentradas.

- ¿Por qué esa fijación con ‘los 14 ochomil'?

- Lo que ocurre es que hay una colección establecida de 14 montañas con más de 8.000 metros y algunas de las secundarias no entran en ese grupo por 50 metros. Por ejemplo, el circo de los Gasherbrum, que pasan más desapercibidas y se visitan mucho menos. No tiene sentido porque participan del mismo reto de altura y las hay muy complicadas, pero no significa para nada que sean menos bellas o difíciles. Además, la medida del ochomil pertenece al sistema métrico decimal, con otro tipo de medición entrarían muchas otras cumbres igual de impresionantes. Es lo que vende.

- Desde su experiencia, ¿cuál es la montaña más difícil? 

- Quizá la más difícil, si te la dejan para ti solo, sea el K2. Son paredes muy largas, con un desnivel de 3.600 metros desde la base hasta la cumbre. Con esa forma de pirámide perfecta. Digamos que es la joya de la corona del Karakórum.

- ¿Y la más bonita o con la que más haya disfrutado?

- Disfrutar lo haces con todas, pero el mejor sabor que me ha quedado tal vez sea con el Gasherbrum IV. La única que he tenido que perseguir tres veces hasta conseguir su ascenso en 2008 por la cara norte.

- ¿Hace falta irse lejos para disfrutar de la naturaleza?

- Para nada, hay que saber disfrutar de la naturaleza que tenemos en casa. Un paseo en bici por un bosque en otoño, escalar en una pared cercana, etc. A veces la actividad parece más importante por el marco tan vistoso que la viste. Subirse a una montaña es igual de bonito aquí que en Honolulú. Si subes un pico de los Pirineos no sales en la revistas, pero si vas al Himalaya indio sí porque es más desconocido. Y eso 6.000 metros allí es como los 3.000 de aquí e incluso menos.

 

- ¿Qué pico próximo a nuestra zona es el que más le gusta?

- Ir una vez al año al Naranjo -de Bulnes- es una cita obligada. Un pico que siempre estará ligado a nuestros inicios como alpinistas. El grupo de compañeros de la escuela vasca íbamos muchísimo tanto en invierno como en verano, era nuestro terreno de juego. Ahora, en un día vas, subes y vuelves, y parece increíble. Antes tenías que coger un tren hasta Unquera, luego un autobús a Potes, después otro hacia Espinama y de ahí al teleférico. Hemos abierto muchas vías en Picos de Europa y hemos disfrutado mucho y seguimos haciéndolo. Subir la pared por excelencia, el Naranjo, Peña Santa, etc.

 

- Con su palmarés y trayectoria, ¿de dónde saca la motivación para volver al Karakórum o seguir coronando picos?

- He estado en el Karakórum una docena de veces. Aun así, me gusta no encasillarme y proponerme retos nuevos y diferentes. Siempre vas a encontrar una montaña de tu estilo. Por otra parte, también te gusta coronan una cima y contemplar en el horizonte todos los picos que has subido.

- ¿Qué siente cuando corona una nueva cima, cambia mucho la sensación de unas montañas a otras?

- Es diferente, de hecho, a veces el día de hacer cumbre no es el que más sientes. El esfuerzo, la preocupación por la bajada, saber que estás en una zona de prestado y que solo puedes vivir allí unas horas o días, hace que realmente lo disfrutes abajo. Está claro que también es un momento emotivo, te abrazas, te sacas la foto de rigor, pero todavía estás con mucha tensión. Una vez abajo, ya te das cuenta que has estado a la altura del reto que te habías propuesto y que has sido realista en tus planteamientos.

- A veces puede ser peor la bajada que la subida...

- Sí, la bajada depende de lo que te hayas exprimido en la subida y si vas mermado de condiciones. Tienes que calcular lo que puedes arriesgar, saber cuál es tu punto de no retorno, etc...

- ¿En qué momento dice: hasta aquí, no subo más? ¿Se consensuan esas decisiones? porque no todos los miembros de la expedición se encontrarán en ese momento con las mismas fuerzas.

- A veces es una decisión personal, sin comprometer la marcha del equipo y de la cordada. Uno puedo decir: yo me bajo, no me encuentro bien. No poniendo en riesgo al grupo se puede hacer. Cuando la cordada ya es de dos personas, lo normal es decidir de forma conjunta. Si tú eres el que considera que no puedes continuar, te pesa el esfuerzo que has hecho para subir y también lamentas condicionar a la otra persona por no alcanzar la cima, pero en otras ocasiones te puede ocurrir lo contrario. Se trata de no ponerse en peligro.
Además, cuando has escaldo muchas montañas el renunciar no te supone tanto. Antes era una experiencia única, pero cuando has coronado unas cuantas cimas y llevas muchos años haciéndolo, eres consciente de que subir una más no te va a cambiar la vida ni va a influir en tu historial.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

- ¿Cuáles son las principales diferencias entre el alpinismo de antes y el de ahora?

- Está claro que la tecnología lo ha cambiado mucho. Es un poco como hacer trampa. No hay más que ver el uso de las comunicaciones, las predicciones meteorológicas más fiables, material, etc... Antes mirabas al monte con un barómetro y un altímetro y dejabas que la montaña se descargase de la nevada. Hoy, hasta sales cuando hace mal tiempo porque sabes que a continuación vendrá la famosa ventana de buen tipo que durará dos días, y lo intentas aprovechar al máximo. Ahora puedes jugar con los apuntes que te ofrece la tecnología.

- Usted es defensor del alpinismo más puro y evita el uso del oxígeno, ¿Por qué?

- Por supuesto, el ideal siempre va a ser subir sin oxígeno y el estilo alpino, más ligero. Hacer más con menos. Y mis compañeros y yo siempre hemos perseguido esta meta, intentarlo todo en estilo alpino. Que conste que tampoco es una religión ni una esclavitud, cada uno puede optar por el estilo que prefiera y no todo el mundo tiene que subir igual, pero es el estilo en el que yo creo.

- ¿Qué le parece la masificación que hay en determinadas rutas?

- En las montañas está ocurriendo como en muchos otros lugares. Hay más población, el mundo se nos queda más pequeño, también las carreteras se han llenado de coches. Sabes que si vas a determinados lugares te puede ocurrir. Hay personas que suben la vía normal del Montblanc y dicen que se tenían que abrir paso a codazos. Incluso otras rutas, como alguna de las que se hacen en el Everest, se han convertido en verdaderos productos turísticos de deporte de aventura que nada tiene que ver con el alpinismo. Es una opción pero siempre tienes alternativas.

- ¿Cómo se digiere la pérdida de un compañero en la montaña?

- Estando allí todavía peor. Todos los escaladores y alpinistas que han perdido algún ser querido se han planteado en algún momento dejarlo o seguir. Te haces más conservador, minimizas riesgos, peor hay un momento en el que sabes que si vas a seguir lo tienes que asumir, y ser consciente de que te puede pasar. Ves el drama que es, no se lo deseas a nadie, pero también sabes que es parte de tu vida y que, a priori, no tiene sentido renunciar.

- ¿Qué le queda aún por ver?

- ¡Muchas cosas! Además hay muchas montañas famosas en las que no he estado, principalmente porque no me gusta el puro coleccionismo. He escalado en Argentina pero no he subido al Aconcagua, he hecho muchas rutas por África, pero no he ascendido al Kilimanjaro. Algún día iré y si no, no pasa nada. Hay muchos lugares por descubrir. Por mi estaría variando todos los días pero la agenda que marcaba el trabajo tampoco lo permitía. Igual pecamos de ‘himalayismo', pero también era la forma de financiarnos y los miembros del equipo así lo decidimos.

- ¿Alguna expedición a la vista?

-Este año no voy a hacer ninguna más. Tuve una lesión en la rodilla y he estado recuperándome. De momento, haré las rutas de trekking que organizo, y la semana que viene iremos a Chad. El próximo año ya me plantearé algún proyecto nuevo.

- ¿Qué le aporta la vida en la naturaleza?

-Es una válvula de escape increíble. Las actividades al aire libre no tienen que estar relacionadas con la dificultad necesariamente. Disfruto de vías comprometidas pero también de otras sencillas. Para mí, ahora, es más importante la compañía que el lugar. Me gusta dormir fuera, llevarme la casa a cuestas o vivaquear al aire libre, y llevar esa vida zíngara que te rejuvenece. Es algo que también te da la edad. Antes soñabas con coronar esas montañas que veías en la televisión o en los libros. Con el tiempo buscas otras cosas.
Disfruto con la vida sencilla que me da la naturaleza. Sin preocupaciones y sin noticias. No reniego de la civilización ni de esta cultura; ni soy un eremita ni un antisocial, pero me gusta partir un poco y relativizar la velocidad a la que va esta sociedad. Estar en un desierto, sin cobertura ni guías, y elegir ver una puesta de sol o contemplar esas piedras tan bonitas que no tienen nombre ni apellido. Me sigue gustando ese espacio y ese tiempo y me considero un privilegiado por poder seguir viajando y cobrar por ello.