Nadie les hizo un contrato, ni les entregó un manual, simplemente llegó el día en que se estrenaron como madres. Son el principal motor económico de este país, sostienen la economía familiar, pero no solo la que se refleja en la cuenta corriente, que también. Su gran virtud reside en la economía moral, la que organiza, distribuye, incentiva, defiende lo suyo y lucha por sacar adelante sus productos, aquellos surgidos del fruto de su ser, los cachorros que pronto balbucearán su nombre o los que ya hace tiempo abandonaron el nido.
Huelga decir que no existen días al año para reconocer la labor impagable de una madre. La misma que nos dice lo que no queremos oír, la que nos dio algún cachete, aquella que nos castigó por contestar mal y la que guardó el puré de verduras para la cena. Tras esa faceta educadora, se encontraba una madre coraje. Es cierto, todas las madres lo son. Solo ellas conocen sus dudas, sus incertidumbres y desvelos pensando ¿qué le pasa al niño? o ¿por qué llora la niña? Solo ellas conocen los sacrificios de su entrega, intentando hacer siempre lo mejor.
En este día tan especial, más por lo simbólico que por la fecha en sí, estaría bien detener esta alocada vida unos minutos para pensar lo que significa tener una madre, serlo o estar a punto de entrar en el club. Ternura, cariño, paciencia, paz, entrega, amor, lucha, constancia, tesón, trabajo, felicidad... Cientos de emociones, que no se pueden resumir en unas pocas palabras, pero que si pueden condensarse en un beso muy grande y en un te quiero mamá. Un gesto, que jamás debería caer en saco roto.
Por desgracia no siempre será posible, pues se han perdido muchas madres coraje, pero habitan en nuestros recuerdos, su mejor herencia, savia para el día a día y fuente inagotable de felicidad y conocimiento.
Te quiero mamá
