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Actualidad | Reinosa

Javier D'Ysart, notario de una época

Fotos: Javo Díaz.

  • El corresponsal de El Diario Montañés en Reinosa durante más de treinta años recibe este sábado la Pantortilla de Oro

  • "Me he llevado bien con todos los alcaldes pero todos me han echado la bronca"

Javier Díez Ysart ha sido testigo en primera persona y notario de "una guerra total", del incendio que destruyó la Residencia San Francisco y su evacuación o del derrumbe del Cine Madrid en Reinosa. También ha escrito sobre la multa de tráfico al primer peatón que andaba por la carretera porque la nieve le impedía caminar por la acera. Ha informado sobre la inauguración de la Clínica y su cierre,de atracos o accidentes, se ha relajado hablando de unos pájaros que no encontraban hogar en los árboles que hay junto a su despacho en Duque y Merino y también ha tenido hueco para plasmar en papel el dolor sufrido por la muerte de un ser querido, su perra.

Javier D'Ysart (como le gustaba firmar sus crónicas) ha sido periodista durante 48 años. Se inició en La Cope y después pasó a Radio Nacional, donde permaneció hasta "los acontecimientos de Reinosa de 1987", cuando fue despedido junto a otra compañera por afirmar, entre otras cosas, que en la ciudad hubo fuego real por parte de la Guardia Civil."Yo tenía los casquillos en la mano y me lo negaron, me dijeron que eso no se podía decir", asegura aún con perplejidad.

Al mismo tiempo, le ofrecieron trabajar en El Diario Montañés, donde ha estado más de treinta años y lo compaginaba como ya lo venía haciendo con su trabajo en la Agencia EFE. Además, regentó una popular tienda de discos (Mervier) muy próxima al Cañón de la calle Mayor y fue trabajador de la antigua Cenemesa hasta su prejubilación después de treinta años. También ha colaborado desinteresadamente con Radio Tres Mares, en la época en la que junto al equipo de la emisora hacían esos añorados maratones de radio que mantenían en vilo hasta a las monjas, por la temática desenfada que abordaban, y que permitieron recaudar durante varios años un total de cuarenta millones de pesetas, destinados a la rehabilitación de la Residencia San Francisco y a varias asociaciones con fines solidarios.

Durante ese medio siglo de oficio ha visto como una ciudad pasaba de una dictadura a una democracia, de cómo se levantaban aceras, se fundaban colectivos y aumentaban los servicios, y ha visto presidir el Consistorio de la ciudad a diferentes alcaldes, desde Cotero a Barrio. Ha hablado de los progresos, de sucesos y también de carencias y fallos.

"Me he llevado bien con todos los alcaldes pero todos me han echado la bronca", precisa Javier, que recuerda los debates encendidos y más ideológicos entre los diferentes grupos políticos durante la gestación de la democracia. "Aquí cada uno daba su mitin y yo estaba vendido, pero me tocaba escribir y todos me decían : oye, que no has puesto lo que he dicho". Pero era parte del trabajo, "cuando había que discutir se discutía", sostiene quien jugaba al mus de pareja con Daniel Mediavilla a la salida de los plenos.

Y es que Javier D'Ysart, "además de informar, hacía comentarios, era crítico". Distingue entre hacer información, noticias y comentarios, "que son tres cosas distintas", porque a su juicio, "en la redacción hay un tío sentado que está pendiente del fax y cuando le llega el texto lo publica y no se enfrenta a nadie, luego está el que se busca la información y además también el que opina".
Con un sentido muy estricto de la autoría, detestaba que le hiciesen correcciones y eso le granjeó varios enemigos dentro de la empresa, pero reconoce que también amigos. "Ahora ha cambiado mucho (el periodismo) pero siempre hay algún aficionado que te mete la cuña". Celoso de cada palabra que salía de su pluma, considera que lo primero era que respetasen lo que decía. Si había que corregir, ya se encargaba él, y si tenía que acortar la extensión, mejor que se lo consultaran y ya pasaba él la guillotina. "Al principio te tienen que enseñar un poco pero después ya vas solo".

Para argumentar su visión, se remite a una noticia sobre un muro de un edificio que se desplomó cuando lo estaban rehabilitando, él lo narró tal cual pero se convirtió en una información en primera página en la que se hablaba del derrumbe de un piso de cuatro plantas en Reinosa, y todo ello con su firma pero sin tener él la última palabra. Se lo cambiaron, le metieron esa 'cuñita' para hacerlo "más interesante", y a él le tocó dar la cara por Reinosa al día siguiente. "En el periodismo local hay que ir con casco y si me equivoco que sea yo, pero que no me toquen nada", subraya.

Forjar un estilo y desarrollar espalda

Cuando Javier entró en El Diario Montañes el rotativo vendía 40 ejemplares un domingo, por los 800 del Alerta, pero la tendencia se invirtió rápidamente, en cierto modo por su trabajo diario con los sucesos de la primavera de 1987.

Confiesa que el medio en el que más a gusto se encontraba era la radio pero la situación le hizo pasarse al papel. En las ondas, se podía escudar en eso de "yo no he dicho eso, lo has interpretado tú", y del mismo modo que a las palabras se las llevan el viento, cuando se escriben sobre cuartillas, pesan para siempre en el papel que amarillea con el tiempo. "En prensa escrita hay que ser más riguroso, es distinto y eso me hizo poner más los pies en el suelo".

"Al principio estaba a disgusto porque todos me criticaban y me preocupaba. Fui a ver al director (Miguel Ángel Castañeda) y le dije que, al parecer, lo hacía muy mal. Y me contesto: no Javier, lo haces muy bien, lo hacen mal ellos, ¿tú lo haces con honestidad? Pues adelante, no te preocupes por lo que te digan porque es imposible que escribas para todos y se pongan de acuerdo". Palabras balsámicas para el periodista que acababa de cambiar de medio y que fue "santo remedio, todo a la espalda y que digan lo que sea". Una máxima que mantuvo hasta el día de su jubilación. "Yo hacía lo que tenía que hacer y punto, tenía plena libertad aunque sí me decían que a ver si podía enviar todos los días algo y procuraba hacerlo".

Tres meses de guerra, olor a droga y escribir a escondidas

Con su dilatada trayectoria echa la vista atrás y no vacila en afirmar que los hechos que más huella le han dejado fueron "los acontecimiento de Reinosa; tres meses de guerra total" en los que hizo de su tienda de discos de la calle Mayor, no sin riesgo, una sede improvisada para los periodistas de una decena de medios que enviaban sus crónicas diarias desde su teléfono y su fax. "Como para no marcarte, si les ves pasar por delante de las vías...tenías que echar las persianas abajo porque te disparaban bolas". Y enumera más situaciones similares: "cuando estábamos los periodistas en mi tienda les veías pasar (la Guardia Civil) al lado de la puerta día y noche y teníamos que apagar las luces y esperar en silencio; hasta entraron en la iglesia durante una misa en Semana Santa; cuando jugaba el Naval fueron con las tanquetas y se pusieron a disparar pelotas a la gente de la grada; o cuando lanzaron tantos botes de humo que incendiaron la funeraria Caiña".

Ysart lo tiene claro, opina que fue "un abuso" y que "la culpa fue del Delegado del Gobierno en Cantabria, Antonio Pallarés, porque mandó a Reinosa todo lo que no tenía que mandar, y también envió a gente muy maja -lamenta-; guardias civiles que estaban destinados en Molledo o Bárcena de Pie de Concha y los pobres hombres de fuerzas de antichoque no tenían nada, fíjate en la foto del callejón que dio la vuelta al mundo", (esa imagen que forma parte del imaginario colectivo, compuesta por un grupo de guardias civiles intentándose proteger sin éxito entre unos árboles, acorralados por los vecinos del pueblo junto a un muro en frente de Cupido con el suelo como si hubieran llovido piedras). "Te asomabas a las tanquetas y olía a droga que apestaba. A veces, mientras hablaba con ellos, y tenían la puerta abierta, te venía todo el tufillo", añade.

Preguntado por la consecuencias que tuvo la respuesta del pueblo, Javier se muestra lacónico "sí que sirvió, permitió normalizar un poco la situación estabilizar la permanencia de Cenemesa y de la Naval, porque quizás la primera hubiera cerrado y la segunda se hubiese quedado en 300 o saber". A su juicio, "Reinosa sigue siendo un pueblo muy generoso y que sale a la calle".

"Foto, crónica y para abajo"

Tanto tiempo ejerciendo el oficio de periodista, le ha permitido conocer todos los avances tecnológicos. Si bien fue "uno de los primeros de Reinosa en tener un ordenador, además de los trabajadores de las fábricas", para él, "el mejor invento ha sido el fax". Una revolución que le permitía escribir sus informaciones y enviarlas al momento a la redacción en Santander tan solo marcando un número y recibiendo una confirmación de su recepción.

Pronto se olvidó de la odisea diaria que era hacerse eco de un acontecimiento, darlo forma en la máquina de escribir, adjuntar las fotografías de cuyo revelado se encargaban sus hijos , meter el papel en un sobre para "salir zumbando" a la estación de tren y dárselo al maquinista del mercancías de la noche, que a su vez recibiría un ordenanza de El Diario Montañés horas después en la capital de Cantabria. Otras veces, cuando las noticias no viajaban por las vías, tenía que recurrir al dictado por teléfono, al correo con sello de urgencia o a un taxi cuya única compañía para el conductor era un sobre de copilto con trescientas, seiscientas o las palabras precisas.

Ahora, que lleva más de cuatro años jubilado, apunta que para él, el periodismo ha sido "una afición" con la que disfrutaba viendo su trabajo publicado y la satisfacción que conlleva el reconocimiento por ejercer un oficio bonito, gracias al cual se le preguntaba y escuchaba.

"Eres el notario del pueblo, el que recoge la información local y que da fe de todo lo que pasa, y la gente se acostumbra seguirlo. Haces una labor importante que mantiene informada a la sociedad y se valora. Unos dirán que les gusta los que escribes, otros que no, pero ambos lo leerán".

Aun así, advierte que "en el periodismo local no se gana dinero, solo lo hacen los que están en la redacción viendo lo que hacen los otros y corrigiendo a los demás". Aunque una vez sí pegó el pelotazo. Gracias a un 'chivatazo', (recalca lo importante que es tener contactos) se enteró de que la Infanta Elena había subido a esquiar a Alto Campoo con un acompañante, que aún no se conocía y que después sería su marido (Jaime de Marichalar). Nada más conocer la jugosa información, pidió un taxi, subió a Brañavieja con su hijo y la cámara de fotos y obtuvieron una instantánea que se vendió a cuatro revistas nacionales, entre ellas el ¡Hola!, y por la que se embolsaron más de un millón de pesetas.

Este sábado, las palabras de este notario de la sociedad reinosana, afanado en escribir hasta la última letra que firmaba, recibe la Pantortilla de Oro de la Peña Campurriana de Santander en reconocimiento a su trayectoria. Un premio que suma a la Medalla de Plata de la Ciudad de Reinosa y a la Cruz Distinguida de los Jefes de la Policía Local de Cantabria, que lucen en la pared de su piso de la calle Duque y Merino. Un despacho que mira hacia las vías en dirección Santander, por donde viajaron una buena parte de las letras que han dado fe de la historia reciente de la capital campurriana.