Como es habitual, e inevitable, los peñistas trabajan contrarreloj durante estas últimas horas en el Pozo Pozmeo para tener listas sus carrozas en esta gran noche. Algunos porque llegan justos y otros porque son perfeccionistas, pero la intensidad por terminar sus creaciones en un ambiente festivo hace que para ellos, casi sin darse cuenta, las fiestas ya hayan comenzado. Están los que no ha dormido; unos haciendo guardia y corrigiendo detalles y otros porque han salido. Son horas en las que una grieta es la peor de las visitas.
Siempre hay algún manitas que echa los cables sin dificultad para que las tallas luzcan en todo su esplendor. Las que tienen la letra más bonita generalmente son las encargadas de los rótulos. Otros revisan los generadores y las madres y padres se preocupan porque sus hijos se suban bien guapos e impolutos a las plataformas. También hay mucho decorador sugiriendo un cambio en la colocación de figuras y en el atrezzo. Ante la duda prevalece la idea del carrocero, que es quien ha dado el callo.
También hay personas nerviosas y otras templadas. Quien dice que no tenía que haberse pintado así y quien afirma que está perfecta. Para gustos los colores. Que si esa nariz es muy puntiaguda o si esa cara es poco expresiva. En los momentos previos, están los que no se han ido nunca y aparecen por primera vez los que dijeron que hacer una carroza era buena idea. Los niños y niñas piden pegatinas, se empapelan la sudadera y hacen colección como si fueran cromos. Mientras tanto, las peñas se ayudan unas a otras prestándose lo que a unos les falta y a otros les sobra, porque todos saben, que antes del Desfile, una carroza nunca está terminada. ¡Gracias y enhorabuena a todos!
