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Campurrianos | Reinosa

Campurriano de altos vuelos

En cabina con el pico Aconcagua nevado al fondo, los Andes, vuelo aéreo de las Islas Caimán, silueta urbana de Los Ángeles, Reynosa como destino aeroportuario, delante del transatlántico Queen Mary en Long Island.

Juan José Alonso Monreal, comandante del Airbus 340 de Iberia

Se ha levantado a las 8 de la mañana, ha desayunado y ha ido al gimnasio para empezar la jornada con energía. Un paseo para realizar alguna compra de última hora y vuelta al hotel a las tres de la tarde para recoger. A las 17 horas tiene que levantar 380 toneladas con 350 pasajeros dentro y hacer que lleguen sanos y salvos desde Panamá a España. Juan José Alonso Monreal (Reinosa, 1958) es comandante de Iberia de un Airbus 340.

Después de 11 horas de un vuelo sin incidencias aterriza en Madrid y coge el coche que tiene aparcado en Barajas para ir a su piso de la capital y cambiarse de ropa. En menos de una hora vuelve al garaje para conducir hasta su hogar en Nestares y, cuando llega, todavía tiene ganas de cortar el césped.

Perdemos la cuenta de las horas que se mantiene despierto en uno de los muchos días que es más rápido que la noche. Es piloto desde hace 33 años, 24 de ellos en Iberia y los últimos 14 ya como comandante. Tiene más de 19.000 horas de vuelo y confiesa que el jet lag no va con su estilo. Lo que le pega a su carácter es repasar el pasaje antes del vuelo y si tu apellido le suena o sabe que eres de su tierra, es muy probable que se acerque a saludar.

Volar entre volcanes, con reyes, famosos, deportistas y delincuentes.

Tantos años de piloto y casi 20.000 horas de vuelo dan para muchas anécdotas. En un vuelo Madrid-Buenos Aires tuvo que aterrizar por seguridad en Río de Janeiro porque había un volcán de Chile en erupción que lanzaba cenizas volcánicas.

Ha llevado a miembros de la realeza, al Real Madrid entre muchos otros equipos, a reputados magistrados, mediáticas folclóricas, comentaristas deportivos, rostros familiares de la televisión o a Ángel Nieto, "otro enamorado de la aviación", con el que disfrutó de las historias que le contaba. Una de las situaciones más chocantes que recuerda fue cuando una popular ‘adivina' agasajó a la tripulación diciéndoles lo bien que les iba a ir la vida y justo en ese vuelo tuvieron una avería leve.

También se las ha ingeniado para solucionar en un par de ocasiones un ‘tetris' que le plantearon las dimensiones de los jugadores de un equipo de baloncesto, a los que tuvo que cambiar de clase porque no entraban en sus asientos.
Ha llevado a todos ellos, por citar algunos ejemplos de personajes públicos, pero "a un avión sube todo tipo de personas, no sé si llevo a un cooperante, a un eminente cardiólogo, a un pederasta o a un narco. Un avión es un micro mundo".

Lo que si tiene comprobado es que entre 350 siempre pasajeros siempre viaja un médico. Por otra parte, es la reclamación más habitual que se hace en caso de urgencia, "¿quién va a solicitar un jardinero en avión?".
Asegura que el tema de los médicos en los aviones da mucho de sí. En una ocasión un compañero piloto le contó que en su avión se puso una mujer de parto y al grito de "¡¿Algún médico a bordo?!", se presentó ordenadamente un grupo de profesionales que volvía de un congreso de ginecología. "¡Solo faltaba tener un quirófano en cabina!", comenta con humor.

Hace memoria y no lamenta ningún problema grave pilotando. Lo más grave que le sucedió fue en un vuelo París-Barcelona cuando en el despegue la temperatura de uno de los motores se elevó demasiado. Tenía dos opciones, reducir la potencia o apagar el motor. Se decidió por la segunda y, después de una serie de procedimientos, decidió no salir. "Algo serio sería un humo o un fuego que no se extingue, pero los aviones lo tienen todo multiplicado por seguridad".

Veteranía.

Juan José Alonso luce cuatro rayas y una estrella en el hombro de su uniforme, pero hoy ha venido con una chupa de cuero y unas gafas de ‘pera'. Hay quien se gana su estética por méritos propios. No sabe precisar cuándo comenzó su afición por volar, pero se remite a las evocadoras postales de aviones y exóticos lugares que tenía Juan Carlos, un amigo de su pandilla y sobrino del ilustre piloto reinosano Carlos Otero.

Esa temprana atracción por la aviación comienza a ser realidad con 19 años, cuando se presenta por libre para ingresar en la Academia Militar del Aire, donde obtiene la tercera plaza. Permanece dos años en la Academia y el segundo entra en el Centro de Selección de la Academia General del Aire (C.S.A.G.A.). Vuelve a Santander y compagina los estudios de Ciencias Físicas con los de piloto. Abandona los primeros y se centra en la carrera de piloto a la vez que prepara la oposición para Oficial de Tráfico Aéreo de Inspector de Aviación Civil, (responsable de la parte aeronáutica). Obtiene la plaza y es destinado al aeropuerto de Sondika en Vizcaya.

Después ejerce como profesor en la Escuela Nacional Aeronáutica (ENA) en Salamanca (donde también fue alumno) y finalmente pasa a ser piloto de Iberia, donde también trabaja seis años impartiendo clases como instructor en la Escuela de Vuelo.

Empezó con un Boeing 727, luego se pasó al 747 ‘Jumbo' y después cambia a la casa Airbus, concretamente a la clase 320 (319, 320, 321). Ahora le han puesto un 340 para realizar viajes de largo radio en los que se dedica a cruzar el Atlántico. Considera que son vuelos cómodos por las rutas y el nivel de gestión. Confiesa que siente la misma pasión por la aviación que cuando comenzó, "tenemos que buscar hacer aquello con lo que estemos a gusto"- y cita a Confuncio- "busca un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar un solo día de tu vida".
Vistas privilegiadas.

Entre los muchos lugares que ha sobrevolado le sigue causando gran impresión el skyline de Manhattan. También Los Ángeles, el brillo del Río de la Plata, la exuberancia verde del Amazonas, los diez minutos que tarda en atravesar la populosa ciudad de México DF y no deja de provocarle estupor lo alto que llega el hombre cuando, pilotando a una altura de 8.000 metros, ve ‘de cerca' a los habitantes de la cordillera de los Andes. Explica que cada paisaje es diferente y que "el desierto, en contra de lo que puede parecer, está lleno de matices".

No podría enumerar las ocasiones en las que ha pasado por Campoo, pero todos sus compañeros ya han visto desde la cabina que al lado de una mancha de agua interior hay una ciudad que se llama Reinosa. Y que en alguna ocasión, en la localidad de Nestares, ha visto cómo alguien de su familia "se ha dejado encendidas las luces del porche", bromea.

Volando a 12.000 metros a 1.140 kilómetros por hora.

Ha viajado a toda Europa, prácticamente todo el continente americano, al sureste asiático y algunos países de África. Explica que los pilotos de aviación civil tienen un límite de 90 horas de vuelo al mes. Tiempo que en su caso se supera con menos de diez trayectos habitualmente, ya sea con distancias hasta Nueva York o Chicago o más lejanas a destinos como Guatemala, Los Ángeles, Chile o Buenos Aires.

El tiempo de descanso varía en función de los husos horarios que atraviese en el vuelo. Si son cuatro, el descanso mínimo es de 36 horas; si son seis, por lo menos 48 horas; y cuando son más de 6 horas, tienen que descansar 72 horas.

Explica que la altura a la que vuelan los aviones oscila entre los 9.000 y los 12.000 metros. "Si vas muy lleno de pasaje y de carga ese peso no te permite subir mucho (hasta 9.000 -10.000 metros), pero a medida que vas consumiendo combustible puedes alcanzar los 12.000 metros".

Asimismo, la velocidad media ronda los 900 kilómetros por hora, pero varía bastante durante el trayecto. "La velocidad generada por el motor puede ser de 900 por hora, pero el viento de cola te permite alcanzarla los 1.140 kilómetros por hora".

En cuanto al estado físico de los pilotos, les realizan reconocimientos médicos anualmente y una vez que superan los sesenta años cada seis meses. A más edad más controles para garantizar que las facultades sigan siendo las mismas.

Cuando sus conocidos y amigos le comentan que tienen un allegado al que también le gustaría ser piloto, Juanjo les sugiere que lo primero que tienen que hacer es un reconocimiento médico. "Los conocimientos son importantes, pero se pueden adquirir. Puedes ser muy inteligente pero tener un leve problema en la vista o en el oído y eso ya basta para que te impida ser piloto", matiza.

¿En qué botón se enciende?

Sobre la técnica del pilotaje, indica que la tecnología ha avanzado mucho. En síntesis, explica que "hay que manejar una serie de instrumentos y hacer una serie de comprobaciones: el hardware del avión, los mandos de vuelo, los motores, la temperatura, el aceite, los sistemas hidráulicos, de oxígeno, etc. La ruta la vas controlando con el display y las pantallas te van indicando los pasos y cómo se encuentran los sistemas. Tenemos que ir chequeando varias veces durante el vuelo. Además el sistema de navegación también tiene ayudas en tierra, bien por emisión radioeléctrica, Gps o por inerciales. Los pilotos introducimos una serie de puntos, las coordenadas, y ahora los avances tecnológicos permiten que haya rutas determinadas, que te cargan el trayecto directamente para evitar ir punto por punto. Introduces un código que cargan desde la central de operaciones y lo que tienes que hacer son comprobaciones".

Incoherencia en materia de seguridad.

La tripulación de su avión la conforman catorce personas. Él, dos segundos y otros once auxiliares de vuelo. Dentro del avión es la máxima autoridad. Es el responsable de los pasajeros, de la carga, del correo y de hacer que el avión llegue en el mismo estado en que despegó. Comenta que no ha tenido apenas incidentes y que en alguna ocasión cuando le han causado problemas "se les conmina a que depongan su actitud". En caso de que no lo hagan, el paso siguiente es realizar una denuncia y llamar a la gendarmería de destino para hacerse cargo del infractor cuando aterricen. No se ha dado el caso, "es un tema grave" y matiza que "tienes que contar con los auxiliares que llevas en la tripulación para reducirle".

Habla de seguridad y marca como punto de inflexión los atentados del 11-S. Apunta que las medidas actuales han derivado de aquella situación y de la inseguridad que generó. "El panorama de seguridad aeroportuaria ha cambiado radicalmente, ahora hay puertas de seguridad en cabina, tienes que quitarte todos los metales que lleves, dejar los líquidos si exceden de un volumen o cualquier elemento con el que consideren que puedes infligir algún daño, etc.".
Opina que hay mucha parafernalia, y recuerda que en una ocasión una auxiliar le comentó que una señora estaba leyendo una revista en el avión y tenía en su regazo un cuchillo jamonero. La respuesta fue que lo regalaban con la publicación en la tienda del duty free...

En su caso, tiene que pasar un control de seguridad, quitarse el reloj, las monedas o el cinturón, pero resulta que cuando llega a la cabina tiene un hacha específico para romper el fuselaje. Además, él es piloto del avión, "¿qué arma hay mayor que esa?".